CAPÍTULO III

21 7 4
                                        

En la mansión de la familia Valiente la hora de la cena ya había pasado, así que Santiago ingresó por la puerta de la servidumbre con la esperanza de no llamar la atención de sus hermanas.

—Buenas noches, señor ¿desea algo de comer? —sin embargo, Tomás, el mayordomo, lo esperaba del otro lado. Era un hombretón entrado en años, bajo de estatura y con un vientre prominente. Tenía el pelo gris y una nariz aguileña. Debajo de las pobladas cejas habitaba una mirada triste.

—Tomás, siempre tan atento. Necesito darme un baño, prepara el agua caliente. Luego comeré algo, las sobras de la cena estarán bien —Santiago se quitó el abrigo y se lo entregó al mayordomo. Antes de disponerse a subir por las escaleras preguntó: —¿hay alguna cosa que deba saber?

—Llegó un forastero llamado Manuel Álzaga, sobrino de Cabrera. La señorita María le ofreció estancia aquí en la mansión. Pero supongo que no será por mucho.

—No se preocupe, Tomás. Probablemente se vaya en la mañana.

Así, Santiago llegó a su habitación, caminando a hurtadillas por los pasillos. Una vez que los lacayos terminaron de preparar la bañera, se quitó la ropa y se sumergió en el agua. Estaba muy caliente, pero así le gustaba. Debía quitarse el barro del cuerpo, pero también quería poder quitarse la piel, como hacían las serpientes. Quería salir del agua como si se tratara de un ser diferente. ¿Pero sería Santiago o sería Irene? Tomó la esponja y se restregó hasta que la piel le quedó enrojecida. Le ardían las heridas a más no poder. Entonces escuchó que alguien entraba en la habitación.

—Tomás me dijo que habías regresado —María era la hermana de Santiago, o de Irene, ya no lo sabía con exactitud. Era una muchacha de veintitrés años, alta y delgada. No destacaba por sus atributos poco generosos, pero tenía los ojos más azules de todos. También tenía el pelo largo y dorado.

—Demonios, Tomás. ¿Dónde quedó la confidencialidad de los mayordomos? —se quejó Santiago.

—No te enfades con él. ¿Dónde estabas? —la muchacha se acercó a la bañera con pasos agigantados y miró a su hermano desde arriba. Tenía el ceño fruncido.

—Los corrales de Pereyra necesitaban mantenimiento. Además no necesito decirte a dónde voy —Santiago se puso de pie y tomó una toalla. Envolvió su cuerpo y salió del agua. Se vistió con un camisón largo y se acostó en la cama. María lo miraba con preocupación y se sentó sobre el colchón, junto a él. Se mantuvieron en silencio durante unos segundos.

—Miguel va a casarse —él miraba al techo como si no se atraviese a mirar el rostro de su hermana.

—¿Eso cómo te hace sentir?

—La vida avanza y yo sigo sin saber qué camino tomar.

—Bueno, podrías matar a Santiago. Irene se podría casar y tener hijos —María intentaba sonar divertida pero el arco de sus cejas no la acompañaban.

—Pero perderíamos la herencia, la mansión, las tierras. Pasarían a manos de algún tío o primo lejano. Nos obligarían a casarnos con algún anciano desagradable a cambio de ganado. Sin mencionar que si me descubren yo... —se mordió la lengua, temía que aquello que dijera pudiera manifestarse de un momento a otro.

María esperó unos momentos antes de responder. Colocó una mano sobre el hombro de su hermano y dijo:

—Lo que sea que decidas estará bien. Te apoyaremos —luego se retiró lentamente.

ValienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora