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Nunca imaginé que volvería a encontrarme en esta misma situación. Supuse que si pretendía estar de parte de los vampiros hasta que pudiese encontrar una forma de escapar, nada de esto ocurriría. He de admitir que en parte, es mi culpa que no hayamos podido ver la luz en casi tres días desde que nos capturaron.

- ¿Ya estás feliz? –masculló un encadenado y cabreado Mikaela. Intentó liberarse nuevamente al golpear el metal contra la pared de cemento, pero tan solo le hizo una profunda abolladura. Luego, mordisqueó las esposas desesperadamente sin éxito.- Estas cosas dejarán marcas.

- Lo siento. Te he vuelto a causar problemas –susurré apenada mientras forcejeaba al igual que él. Lamentablemente, no he comido nada por tantos días que ni si quiera tengo la fuerza suficiente como para mantenerme despierta. El dolor de cabeza era insoportable.

El vampiro suspiró sin intención de pelearse más conmigo y chocó ambos puños contra el frío suelo de rabia e impotencia. Yopi, quien se encontraba durmiendo con una soga en alrededor del cuello, se despertó y pió asustado. Para calmarlo, antes de que Mikaela lo ponga a dormir de una patada, le ofrecí un poco de maíz que guardé en uno de los bolsillos de mi uniforme. Él empezó a comer contento.

- No puedo creer que también lo hayan metido aquí con nosotros –musitó un poco más calmado al observar al pollo sin plumas. Arqueó ambas cejas y agregó.- Supuse que lo meterían en la granja con sus demás compañeros. A menos que se hayan percatado del racismo que existe ahí adentro –resopló burlonamente al recostarse contra el muro.

- No creo que los humanos también sean así de discriminadores con un pobre animal –repliqué con una sonrisa. Me alegraba un poco verlo con mejor semblante. Él se echó a reír, sacudiendo su despeinada melena rubia para un lado.

- No es por eso. Piensan que lo han mordido y que ahora es un pollo vampiro, ¿puedes creerlo? –intervino una extraña voz que provenía del fondo del almacén en donde nos habían depositados, soltando una risita que podría erizarle los vellos a cualquiera.

Mikaela retomó su compostura al escucharlo y ambos nos volteamos a verlo. En una esquina, de espalda, una figura de pelo rojizo yacía acurrucada. Era otro de los cinco vampiros que apresaron durante los días que estuvimos aquí.

- ¡Ja! Los humanos sí que son estúpidos –afirmó mi amo al no poder creer lo que había escuchado. El hombre asintió y se giró en dirección a nosotros. Por la falta de iluminación, no pude ver adecuadamente sus facciones, pero lo que me llamó la atención, fueron sus curiosos ojos amarillos ¿Qué no deberían ser rojos?

- ¡Oye! ¿Por qué estás aquí si no eres un vampiro? ¿No deberías haber llamado a un guardia o alguien que te saque de aquí? –pregunté al contemplar su fino rostro surgir de las penumbras mientras las cadenas se arrastraban hasta donde estábamos. Él se mordió el labio y se cubrió la mitad de su rostro con unos naipes.

Asumo que Mikaela se sintió amenazado porque se incorporó de un brinco para colocarse a mi lado. Después de varios días, descubrí qué tan maltratado estaba: él tenía toda la cara rasguñada, moreteada y rastros de sangre seca sobre su uniforme. Pobre Mikaela. La culpa me invadió por completo.

- ¿Oh? ¿De verdad crees que no lo soy? –inquirió con sorpresa al ponerse de cuclillas frente a mí. De repente, empezó a barajear sus cartas con una enervante sonrisa de oreja a oreja.

- ¿Estás aquí para burlarte de nosotros? –chillé al apretujarme contra las barras de metal de la pequeña ventana. Él se inclinó para adelante, pasando una de sus cartas suavemente a lo largo de mi brazo, cortando la manga de mi uniforme ¿De qué material estaba hecha esa baraja?

- ¡Aléjate! –siseó Mikaela llevar uno de sus puños a su mejilla. El hombre la esquivó sin dificultad alguna y su sonrisa se volvió por completo. Hizo una mueca y su expresión se tornó ligeramente pervertida.

¿Quién se comió a los vampiros?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora