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No lo entendía.

Mikaela Hyakuya no había pronunciado palabra alguna por casi más de trece días desde lo ocurrido en la granja. ¿Cuál era su problema?

Ella suspiró al recordarlo todo como si se tratase de una película dramática.

Al haber sido botados a patadas por el loco de Lacus, ambos ni se miraron hasta que el vampiro comenzó a andar.

—¿Mikaela? Oye, sé que las cosas se pusieron extrañas, pero no quise darte una patada tan fuerte —murmuró _________ al frotarse uno de sus brazos. Aunque estaba ligeramente enojada con él por verla desnuda, no sabía con exactitud qué había ocurrido. Además, le apenaba haberlo herido de alguna manera.

La kitsune supuso que le contestaría de mala gana como siempre lo hace cuando vio que se detuvo cerca del puente, pero esta vez él no le respondió. Ni si quiera se inmutó en voltearse por completo. Sin previo aviso, Mikaela se encaminó a zancadas por el túnel para irse a casa. Ella lo siguió.

—¡Oye! ¡Mika!¿Estás molesto conmigo? Lo sien—...

Aparentemente, el blondo no quería escuchar ninguna explicación. Tan solo continuó su ruta a una gran velocidad. ________ quiso alcanzarlo, pero no pudo. Ni bien llego al pórtico de la casa, él le cerró la puerta en la nariz con llave. La pequeña kitsune quedó incrédula ante las acciones de su amo y se le formó un nudo en la garganta.

—¡Mika! ¡Abre la puerta! ¡Oye, esto no es gracioso! —chilló al darle unos golpes, una y otra vez.

De repente, las ventanas del segundo piso crujieron y ella fue trotando a la parte posterior de la vivienda, cerca de la pileta y las secas enredaderas. Ahí, con una caja en mano y una bolsa de tela, Mikaela se los tiró desde lo alto para que los reciba. Después de devolverle sus pertenencias, el rostro sombrío de su dueño desapareció, juntando los cristales entre sí.

Un pollito negro aturdido sacó su cabecita de la caja y pió al ver a la kitsune mordiéndose el labio con su diminuto colmillo. ¿Acaso estaba furioso con ella? ¿Quería decir que ya no era su familiar o...?

Los pensamientos del espíritu de zorro fueron interrumpidos cuando una cabellera rojiza apareció en el panorama en compañía de Yopi. El pollo extendió sus plumíferas alas y se acercó hasta ella piando como desquiciado e Hisoka lo siguió detrás con brazos cruzados.

—¿Hasta cuándo vas a seguir con esa expresión de borrego degollado? —preguntó con picardía al llevar una de sus manos a su bolsillos. Sacó sus naipes y empezó a barajarlos en el aire como todo un profesional.

La kitsune alzó la vista y dirigió su mirada a su mascota. Yopi seguía con ese pelillo esponjoso en el cuerpo, pero ya le estaban saliendo finas plumas negras. Luego, se volteó al mago.

—No sé de qué estás hablando —susurró al encogerse de hombros, acariciando a su discriminado compañero. Hisoka soltó una risita enervante y sacudió su cabeza de un lado a otro, sin dejar de manipular su baraja.

—Ese mismo orgullo deberías usarlo para mejorar tu estilo de combate –replicó mofándose.

La cola y las orejas de la mujer se tensaron. Ella soltó un gruñido y giró para el lado contrario, dándole la espalda a su entrenador. ¡Cómo le encantaba verla exasperada!

—Cuando te botaron de tu casa, viniste a mi lado sin pensarlo. Te vi como alma en pena, ¿y así crees que me puedes engañar? Hay rumores que Mikaela te ha destituido como su familiar. ¿Es eso cierto? —continuó con malicia al colocarse de cuclillas detrás de ella.

¿Quién se comió a los vampiros?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora