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Musa

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Musa.

Así nombró a Bill. ¿Cuál era la razón?

No había una en concreto realmente, solamente al ver a Bill la inspiración que buscaba y anhelaba empezaba a correr por sus venas. El triángulo era una inspiración constante y eso lo avergonzaba ciertamente, no a todos les pasaba aquello.

En realidad sabía que estaba experimentando algo mucho más fuerte y profundo que mera admiración al demonio del sueño y aquello lo aterraba. Es que, Dios, eran un humano y un triángulo; no podía tomarse la libertad de andar confesando que aquel ente le atraía de manera peligrosa.

— Ford... ¿me estás escuchando? — Fiddleford pasó su mano en frente de Ford repetidas veces,

Volvió a la realidad, encontrándose con su amigo que le estaba haciendo llegar algunos alcances de la última experimentación acerca del portal en desarrollo. No escuchó muy bien, estaba demasiado sumido en sus pensamientos. Tosió disimuladamente para alejar sus pensamientos intrusivos que batallaban en su cabeza en aquel preciso momento.

— ¿Eh? Sí, sí... No dormí muy bien, no es nada más — Mentira, si había dormido, lo que lo amedrentaba mentalmente es que Bill no había parecido en sus sueños últimamente, eso lo desesperó en demasía. 

El rubio tocó su frente con delicadeza. Ford parecía hiperventilar y ahora con el contacto de su mejor amigo, parecía un tomate ardiendo.

— Dios, estás quemando, Ford — Su amigo lo miró negando — Irás a descansar ahora mismo, podremos seguir mañana.

— Fidd, estoy bien, lo prometo — El castaño lo intentó convencer, fallando en el intento.

— Irás a dormir, te prepararé un té, ¿vale? — Fiddleford le brindó una sonrisa cargada de cariño, Ford cedió ante la preocupación de su amigo.

Ignorando aquel golpeteo en su pecho, igual que como le ocurría con Bill.

Unos 10 minutos después se encontraba echado en su cama, con un té de manzanilla en las manos. Fiddleford estaba sentado en la cama, mirándolo y asegurándose de que no empeore su temporal fiebre.

Dejó su taza a un lado y se recostó listo para tomar una siesta reparadora. 

Una mano le quitó los lentes. Oh, cierto, había olvidado quitárselos. Su amigo lo cubrió bien con las cobijas para que el frío no hiciera su trabajo. Cerró bien las ventanas y aseguró bien de que nada interrumpiera el descanso del castaño. Debía admitir que después de su madre y hermano (que Dios vaya a saber dónde están), Fiddleford era una de las únicas personas que se preocupaba mucho por él sin esperar nada a cambio. No entendía por qué era aquello, pero le agradaba la calidez que sentía cada que el rubio actuaba así.

— Fidd... — Musitó Ford, sintiendo que sus párpados eran cada vez más pesados y difíciles de mantener abiertos. 

Recibió un sonido de duda de parte del rubio.

Musa || BillfordDonde viven las historias. Descúbrelo ahora