CAPÍTULO 4. LAS SOMBRAS DE LAS PESADILLAS (PRESENTE)

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Londres, 9 de Julio de 1894.

Como todas las noches desde mi visita a Sebastian, mis sueños se deslizan hacia un pasaje de terror y desesperanza. Estoy atrapada en una pesadilla. La misma que vuelve para atormentarme una y otra vez, trasladándome a un lugar de desolación y tormento.

Azkaban, el lugar donde se consumen las almas. Me encuentro en el pasillo helado y lúgubre de la prisión, donde el sonido de las cadenas y los murmullos inquietantes de los dementores son la banda sonora de este paisaje infernal. La humedad y el frío se sienten como cuchillos afilados en mi piel. Cada respiración está cargada con la esencia de la desesperanza. Mi corazón late con fuerza, temblando con cada latido mientras avanzo por el corredor, el eco de mis pasos resuenan como un lamento interminable.

Frente a mí, en el confinamiento oscuro y angosto, está Sebastian. Sus ojos, una vez llenos de la chispa de la vida, ahora son pozos de odio y resentimiento. Se encuentra encadenado a las paredes, su figura encorvada en un cúmulo de desesperación y rabia. La escena está teñida de un rojo intenso, el color de su ira y su dolor.

La desesperación en los ojos de Sebastian se vuelve palpable. Las sombras de los dementores se alargan como tentáculos de muerte, y la atmósfera se carga con un frío que parece cortar el alma. Siento el terror en mis entrañas mientras observo cómo los dementores rodean a Sebastian, sus bocas abiertas en una especie de hambre vacía.

Sebastian cae al suelo, dando alaridos de dolor que me erizan la piel, su cuerpo tiembla en un espasmo de agonía. La desesperanza se refleja en su rostro mientras uno de los dementores se inclina sobre él, y la oscuridad de la prisión se torna aún más profunda. El momento se vuelve una tortura interminable cuando el dementor se acerca y, con un movimiento brutal, le absorbe el alma.

El beso del dementor es una devoración de la esencia misma de la vida, y mientras veo la escena, mi mente se tambalea en la realidad. Sebastian gime, un sonido horrible que corta el aire, y sus ojos se vacían de todo lo que alguna vez fue él. En un instante, el resplandor de su alma, el fragmento de lo que alguna vez fue su humanidad, es absorbido por la oscuridad. Su cuerpo queda inerte, una carcasa vacía de lo que alguna vez fue una vida.

Me aferro a los barrotes de la celda mientras la escena se despliega ante mis ojos. Los dementores se desvanecen en la oscuridad, dejando detrás de ellos un eco de silencio y vacío. Me encuentro sola en la penumbra, el peso del dolor y la culpa aplastándome.

Y, entonces, despierto de golpe, sudorosa y temblorosa, en mi cama. La pesadilla ha sido tan vívida y cruel que el eco de la desesperanza parece resonar en la habitación. Me levanto de la cama, sabiendo que seré incapaz de conciliar el sueño de nuevo, y me miro al espejo del tocador de la habitación que Ominis ha dispuesto para mí.

Mi reflejo me recibe con una visión desoladora. Mi piel, pálida como la cera, parece estirada sobre mis huesos, y las ojeras moradas que enmarcan mis ojos son como marcas de un duelo interminable. Es como si la angustia y el terror de mis pesadillas hubieran dejado una huella física en mí, un recordatorio constante de mi tormento interno.

Aparto la mirada, incapaz de soportar la imagen de esa persona desconocida que me mira desde el espejo. Me siento abrumada por el peso de la desesperanza y el dolor, y busco una salida, aunque sea temporal, de esta prisión de angustia que me he impuesto.

Salgo al balcón de mi habitación, el aire fresco de la noche golpea mi piel sudorosa y me envuelve en un abrazo gélido. Me siento sobre la barandilla, el metal frío contra la piel de mis muslos. La vista nocturna de la ciudad parece distante, borrosa, como si fuera parte de un sueño del que no puedo despertar. El cielo estrellado se extiende sobre mí, pero ni siquiera la belleza de la noche puede aliviar lo que siento.

Reina de Sombras (Sebastian Sallow / Ominis Gaunt)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora