CAPÍTULO 12. LAS SOMBRAS DEL REENCUENTRO (PRESENTE)

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Bosque de Dean, 27 de Septiembre de 1894.

Atravieso la puerta de la cabaña con furia contenida, el frío de la llovizna de fuera se cuela en mi ropa, pero apenas lo siento. Estoy demasiado enfocada en el hombre que se queda inmóvil bajo la lluvia, con esa expresión que me resulta tan familiar. No hay prisa en sus movimientos; en lugar de seguirme, se queda quieto frente a la entrada, admirando el paisaje como si estuviéramos en una maldita excursión y no huyendo por nuestras vidas. La irritación crece dentro de mí, mezclándose con el torbellino de emociones que siempre me ha provocado.

—No te quedes ahí mirando —le apremio, con la voz teñida de impaciencia.

Sebastian se gira hacia mí con esa sonrisa arrogante que, en otro tiempo, me hacía derretirme. Pero ahora, esa misma sonrisa no hace más que sacarme de mis casillas.

—Das unas bienvenidas muy acogedoras, ¿te lo habían dicho alguna vez? —pregunta, con su tono cargado de sarcasmo.

—Mete tu culo en la cabaña antes de que nos atrapen, Sebastian —le espeto, fulminándolo con la mirada. La lluvia empieza a calar en mi paciencia, y lo último que necesito es su actitud despreocupada.

Él se ríe por lo bajo, como si esto fuera algún tipo de juego. Cruza el umbral, y cierro la puerta detrás de él con un golpe seco. La lluvia queda fuera, pero la tensión no desaparece. El olor a humedad se mezcla con el perfume del bosque, pero todo lo que puedo percibir es la presencia de Sebastian, tan tangible, tan abrumadora.

—¿Cabaña? ¡Esto es una jodida mansión! —admira, su tono se vuelve burlón mientras observa el interior con ojos curiosos—. ¿Es tuya?

Respiro hondo, tratando de mantener la compostura. Miro alrededor, siguiendo su mirada mientras toma nota de cada detalle. El lugar es amplio, lujoso, una contradicción en sí mismo para una cabaña perdida en medio del bosque. Las paredes están revestidas de madera oscura, el suelo cubierto por gruesas alfombras de piel que amortiguan nuestros pasos. Una chimenea de piedra ocupa la pared principal, apagada por ahora, pero el rastro de ceniza indica que fue usada no hace mucho. A pesar de estar en medio de la nada, todo en este lugar grita riqueza y opulencia. Es un refugio, un santuario que mi padre construyó para alejarse del mundo, de su familia.

—Era de mi padre... —murmuro, sin querer darle más detalles. No quiero abrir viejas heridas, no con él aquí, no ahora.

—¿Por qué siempre los ricos sois tan excéntricos? ¿Cuatro alfombras de piel en una cabaña en el bosque? ¿En serio? —pregunta, la burla es evidente en su voz mientras se agacha para tocar una de las alfombras, el tacto de la piel bajo sus dedos parece fascinarle.

—Estoy segura de que todo debe parecerte un lujo, comparado con Azkaban —dejo caer la frase con un sarcasmo afilado, como un escudo que lanzo entre nosotros.

Sebastian gira la cabeza hacia mí, con los ojos entrecerrados, pero hay algo en su expresión que me detiene, un brillo de diversión escondido en la dureza de su mirada.

—¿Qué acaba de soltarme esa sucia boquita tuya? —su tono es cortante, pero no puedo evitar sentir una chispa de lo que parece ser un juego, una vieja danza que solíamos bailar, aunque ahora el ritmo es más peligroso.

Me mantengo firme, devolviéndole la mirada con la misma intensidad. No es el momento de flaquear, aunque su presencia remueve algo dentro de mí que preferiría no explorar.

—Me has escuchado perfectamente —respondo, con la voz más fría de lo que me siento por dentro. —Y ahora, si quieres, y Merlín sabe que lo necesitas, puedes bañarte y usar las toallas del baño. Supongo que también habrá algunas prendas limpias en mi habitación.

Reina de Sombras (Sebastian Sallow / Ominis Gaunt)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora