El edificio en donde Pedro Pablo vivía se encontraba ubicado en uno de las mejores zonas de Madrid; parecía irónico, pues el rizado había vivido gran parte de su vida en uno de los barrios más peligrosos, no solo de la ciudad, sino del país.
Sin embargo, con mucho esfuerzo, trabajo duro y sobretodo, muchos sacrificios, Pedro Pablo cada día se superaba más y dejaba en el pasado a aquel chico inseguro, nervioso y con poca confianza en sí mismo que alguna vez había sido.
Había ocasiones en las que Pedro Pablo ni siquiera se reconocía frente al espejo como aquel chico flaco y temeroso que se había criado compartiendo una pequeña habitación con su hermano mayor: el reflejo en el espejo era un joven adulto mucho más maduro, confiado y con cada vez menos inhibiciones en su camino; incluso su aspecto físico había cambiado un poco, pues aunque seguía llevando sus rizos largos hasta la altura del hombro, su cuerpo dejaba ver cómo la actividad física y el ejercicio eran parte de su día a día; no era musculoso en exceso, pero su cuerpo estaba tonificado y marcado.
Pedro pablo había pasado algunos años bastante difíciles en su adolescencia: primero, porque tenía que ocultar a toda costa su homosexualidad de su familia; temía decepcionarlos, que se sintieran defraudados de su verdadero ser, por lo que constantemente fingía ser alguien que no era, lo que lo hacía sentirse solo y bastante miserable la mayor parte del tiempo; por otro lado, había vivido una experiencia traumática en la cárcel, a donde fue a parar injustamente, ya que uno de los reos intentó venderlo dentro de prision; aunque había sido rescatado, Pedro Pablo aún tenía algunas secuelas de ese hecho, tema que seguía siendo una constante en sus terapias semanales.
Pero, a pesar de todos los problemas que había enfrentado, Pedro Pablo también había sido muy feliz en compañía de su familia, de los suyos, en el barrio en el que creció: aún recuerda esas tardes de verano en las que dedicaba su tiempo libre a llenar de color y de belleza aquellos rincones olvidados y sombríos de su colonia; recordaba la sensación de orgullo que sentía cuando iba viendo el progreso entre uno de sus murales más antiguos y los nuevos murales que con el tiempo, y la práctica, fue creando.
Le encantaba ayudar a su familia vendiendo tacos de canasta mientras recorría las calles del barrio y saludaba a todas las personas que formaban parte de su historia y de la de su familia; había ocasiones en las que la venta tal vez no era suficiente, pero siempre se veía recompensado por las cálidas sonrisas y los jubilosos saludos que recibía de parte de toda la gente que vivía en el barrio.
Las noches familiares en donde junto a todas las mujeres que conformaban su familia y junto a su hermano mayor, Salomón, se sentaban a la mesa para jugar lotería, jugar basta o simplemente cenar todos juntos eran algo que Pedro Pablo siempre iba a atesorar en su corazón.
Sin embargo, no había nada, absolutamente nada, que lo hiciera cambiar de opinión: jamás volvería a Mexico, no importaba si eso significaba no volver a ver a su familia en toda su vida.
Pedro Pablo había sufrido ido mucho cuando se había mudado solo a Madrid; la soledad, la tristeza y la melancolía fueron sus únicas compañeras durante el primer año de su estancia en aquel país tan lejano y tan diferente a su país natal. No había hecho apenas amigos y poca gente le regresaba el saludo por la calle; todo era mucho más rápido, mucho más a prisa en aquella enorme ciudad, por lo que, con el tiempo, Pedro Pablo dejó de ir por la vida saludando y sonriéndole a todo aquel que se encontraba por la calle.
En ocasiones sentía que había perdido un poco el rumbo, que había perdido parte de su esencia; ya no sonreía tan frecuentemente como antes, ni se emocionaba como un niño pequeño por la forma particularmente graciosa de alguna nube o por el arcoíris que se formaba en el cielo después de la tormenta. Poco a poco había perdido su capacidad de asombro, su capacidad de maravillarse ante las pequeñas cosas.
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Sobre el amor|| Bospa
FanfictionPequeña antología de one shots inspirados en Pedro Pablo Roble y Bosco Villa de Corted.