Y de repente, nosotros

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-¡Bosco!, ¿me estás escuchando?- la voz de Pedro Pablo interrumpió sus pensamientos, devolviéndolo de golpe al presente, ese del que tanto buscaba huir.

-¿Ahora qué quieres?- preguntó Bosco de mal humor.

-¿Que qué quiero? ¡Que me pongas atención mientras te explico! Intento ayudarte y tú pareces estar pensando en todo menos en lo que estoy diciendo- respondió Pedro Pablo furioso, y a decir verdad, también un poco herido: había cancelado una clase particular de pintura a un chico del barrio para venir a ayudar a Bosco antes de su examen de matemáticas, pero parecía que su amigo no tenía interés en escuchar nada de lo que salía de su boca.

-¡Es que no le entiendo al tema!-

-Y no le vas a entender nunca si no me escuchas, Bosco- replicó el rizado con impaciencia, intentando mantener la compostura y no ponerse a gritar, tal y como lo estaba haciendo Bosco.

-No tiene sentido esta clase, de todas formas soy pésimo en mate, da igual cuanto estudie- dijo Bosco en tono malhumorado, lo cual confundía aún más a Pedro Pablo; conocía a Bosco, y sabia que su amigo solía sentirse frustrado con frecuencia cuando no entendía uno de los temas, pero su reacción habitual no era agresiva, sino todo lo contrario; Bosco siempre buscaba su consuelo, sus mimos para sentirse mejor, para sentirse comprendido; Pedro Pablo correspondía con gusto a esa necesidad, dándole palabras de aliento y abrazos cariñosos para animarlo, para darle la motivación y el cariño que tanto necesitaba el Villa de Cortes.

-Claro que puedes, Bosco, eres mucho más inteligente de lo que tú crees, solo es cuestión de que te concentres y me pongas atención- dijo Pedro Pablo, armándose de paciencia para hablarle con suavidad a Bosco.

-¿No te importa tener que repetirlo mil veces? Porque es lo que me voy a tardar en entender- el mal humor de Bosco seguía, pero Pedro Pablo podía ver una pequeña fisura en la resistencia de su amigo; intentaba alejarlo para que Pedro Pablo le reiterara su apoyo y estar seguro así de que el rizado no se iría de su lado aunque las cosas se pusieran difíciles.

-Es más fácil que te hartes tú de escuchar mi voz, a que me harte yo de ayudarte- respondió el rizado, sonriéndole con ternura, con paciencia.

Y su sonrisa sincera y sus palabras suaves, hicieron que Bosco bajara sus defensas, por lo que Pedro Pablo pudo ver que el castaño relajaba el gesto de su cara y sus hombros perdían parte de su tensión.

-Perdona, es que me siento muy tonto- le dijo Bosco sin verlo a los ojos.

-No te digas así, Bos; hay temas más fáciles y temas más difíciles, pero con todos podrás, no te preocupes, para eso estoy yo aquí, Bos- Pedro Pablo había dicho todo eso agachando un poco la cabeza para que quedara a la misma altura que la de Bosco, quien estaba sentado frente al escritorio con la vista fija en su cuaderno, en un intento vago por evitar la mirada intensa que su amigo le brindaba.

-¿De verdad no te harto?- preguntó Bosco con timidez, con inseguridad en su tono.

-Podría hartarme de todo el mundo, pero jamás de ti- contestó Pedro Pablo, tomando la mano de Bosco con suavidad en un ataque de valentía.

Bosco no se esperaba esa respuesta, no en aquel momento en el que se sentía tan poco seguro del cariño de Pedro Pablo.

Nunca habían hablado directamente de eso, pero Bosco sabía que, en medio de todas aquellas ecuaciones, en medio de todas esas pinceladas de colores y de esas charlas sinceras sobre el futuro, los miedos y lo que ambos eran, Bosco se había enamorado profundamente de Pedro Pablo.

Bosco no sabía el momento exacto en el que había sucedido, pero si sabía que había sido imposible para él no caer rendido a los pies de aquel chico de sonrisas encantadoras y palabras firmes que lo había hecho salir de la burbuja de privilegios en la que había vivido siempre y observar el mundo real, lo que sucedía en él.

Sobre el amor|| Bospa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora