Capítulo 11. El león

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Desde que tenía uso de memoria y recuerdos de lo que era el sufrimiento, todo lo que deseaba o soñaba se había moldeado a los sueños y deseos de su padre. Doquiera que volteaba veía felicidad de la cual él estaba irrevocablemente excluido, era preso de los brazos que debieron amarlo de las formas correctas y con el paso del tiempo se convirtió en una fiera de fuerza incontrolable, capaz de derrotar a cualquier que se pusiera frente suyo y de hacerle daño a cualquier cosa que tocara.

El pequeño temor de su presentación a los 11 años pronto se convirtió en algo de lo cual jactarse, era un alfa, por supuesto que su padre querría un alfa, uno que ganara carreras y conquistara el mundo, así que eso hacía, para encontrar aprobación, amor y la mirada orgullosa de su padre. Era todo lo que había necesitado, aún con la cadena en el cuello que le laceraba, seguía obedeciendo, seguía a su padre, lo escuchaba religiosamente porque era todo lo que conocía.

Aún cuando su madre y su hermana volvieron a su vida, y tuvo la manera cálida y cariñosa en la que su hermana le felicitaba por cada cosa que hacía en la pista y la forma en la que su madre lo dejaba acurrucarse en su regazo antes de comenzar alguna carrera, aun así seguía buscando la aprobación de su padre, porque solo había vivido para eso y no conocía otra cosa más que eso.

Era un lobo que seguía caminando en el mismo círculo, con las patas ensangrentadas de tanto andar, siempre cerca del poste que lo ataba de la vida misma.

Por eso jugaba videojuegos y trataba de desconectar su mente que corría a kilómetros por hora con demasiados pensamientos que solo podían ser callados si mantenía la concentración en estímulos visuales que le provocaban una sensación de control, saciedad y seguridad.

Todo lo que deseaba había sido moldeado por su padre, al punto de no saber exactamente qué era desear otra cosa.

Hasta que lo conoció. Al omega de pecas bonitas de la parrilla. No era el primero ni el último de los omegas en la Fórmula 1, pero este era especial, lo sabía. Su inmaduro lobo alfa lo sabía y batía la cola de un lado al otro cada vez que lo veía cerca, cada que este se acercaba con su amabilidad y su acento curioso a saludarlo, a felicitarlo y a integrarlo como nadie lo había hecho.

Él no lo veía como ese lobo de fauces peligrosas, de patas ensangrentadas y dolor en la mirada, lo veía como un pequeño león, su leoncito, su pequeño cachorro que estaba logrando hacer grandes cosas. No lo veía como la competencia a derrotar, no por falta de competitividad, sino más bien por su cálida forma de ser. Donde todos los demás veían un arrogante adolescente que venía a pelear con garras y colmillos su espacio y su asiento, él lo veía como persona, como a alguien a quien celebrar e integrar.

No lo veía como el muñeco moldeable que su padre creía que era, no lo veía como la estrella dorada que iba a llevar al equipo al campeonato, tampoco lo veía con expectativas o deseos, lo veía como era, un adolescente que estaba ahí, entre ellos y merecía respeto, amabilidad y cariño. Fue ahí cuando su caminar en círculos se detuvo y entonces comenzó a tirar hacia adelante, aunque el collar le lacerara cada vez que lo hacía, siguió tirando y tirando, para romperlo, para deshacerse de la cadena que lo lastimaba cuando algo salía mal, cuando las expectativas eran tantas que lo ahogaban aunque no quisiera admitirlo.

Así que buscaba estar con él, buscaba estar a su lado aunque su padre tirara de la cadena para evitarlo, siempre lo estuvo buscando, esa era su manera de intentar liberarse.

No fue hasta que Red Bull lo contrató, que su lobo aulló con renovadas fuerzas, aflojando los eslabones aún más. Si el omega sabía que era su omega y no había dicho nada, no le importaba, porque él lo sabía y eso era más que suficiente para estar extasiado de su llegada a su hogar, a su manada.

Por si un día me recuerdas {Chestappen}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora