Capitulo 2:El orfanato

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**Hablar:** Hola

**Susurrar:** |hola|

**Gritar:** ¡HOLA!

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POV Alex:

Desde la muerte de mis padres, la vida ha sido un torbellino de emociones. Los héroes que llegaron a tiempo para salvarme no pudieron hacer lo mismo por ellos. La tragedia me llevó a un orfanato, un lugar que siempre había imaginado lleno de esperanza, pero la realidad era muy diferente. Nunca pensé que Hiba, el director, pudiera ser tan cruel.

Alex:
¿Qué podría hacer un niño sin Quirk en un mundo donde los poderes lo son todo?

El orfanato era oscuro y frío, las paredes estaban impregnadas de una tristeza palpable. Los otros niños me miraban con desprecio o lástima, como si mi falta de un Quirk fuera una enfermedad contagiosa.Me sentía como un paria, alguien que no pertenecía a ese mundo

Los días eran monótonos, llenos de tareas que parecían diseñadas para quebrar el espíritu. Y Hiba... Hiba no perdía oportunidad de recordarme mi supuesta inutilidad.

Cuidador X:
Eres solo una carga para la sociedad.

decía, como si esas palabras no dolieran más que cualquier golpe.

Pero había algo más, algo que los demás no sabían. Mi falta de un Quirk no significaba que no tuviera algo especial.Era como si una chispa se escondiera dentro de mí, esperando el momento adecuado para encenderse. Cada noche, cuando todo el orfanato dormía, cerraba los ojos y soñaba con un futuro diferente, uno en el que mi valor no dependiera de un poder, sino de mi fuerza interior.

No sabía qué me deparaba el futuro, pero algo dentro de mí se negaba a rendirse. No era un Quirk lo que me definiría, sino mi determinación de encontrar mi propio camino, en un mundo que parecía no tener lugar para los quirkless.

La primera noche en el orfanato fue un infierno. Las camas eran duras y frías, los muelles chirriaban con cada movimiento. Me acurruqué bajo las sábanas raídas, tratando de olvidar el vacío que había dejado la pérdida de mis padres. El orfanato, sin embargo, no era un lugar para olvidar, sino para recordar cada día lo que se había perdido.

Los otros niños me observaban desde las sombras, susurrando entre ellos, señalando al "niño sin Quirk". Al principio, pensé que podría hacer amigos, que mi falta de poder no importaría, pero pronto entendí que la diferencia era una marca, un estigma que nunca desaparecería. Las burlas comenzaron suaves, casi inocentes, pero se intensificaron rápidamente. Pequeñas cosas desaparecían de mis pertenencias: un cuaderno, un lápiz, una foto de mis padres... Las pérdidas materiales no me dolían tanto como la soledad que se incrementaba con cada día que pasaba.

Hiba, el director del orfanato, tenía un aire de autoridad que mantenía a todos los niños en línea. Tenía un Quirk que le permitía manipular el fuego, y no dudaba en mostrarlo cuando alguno de nosotros se atrevía a desobedecer. A menudo encendía su cigarro con la llama que emergía de sus dedos, una demostración de poder que nos recordaba nuestra impotencia.

Un día, durante una de las tareas rutinarias de limpieza, accidentalmente derramé un balde de agua en el pasillo. Hiba apareció de la nada, como un espectro, y me agarró del brazo con fuerza. Su mirada era intensa, y el calor de sus dedos se sentía como brasas contra mi piel.

Hiba
"¿De qué te sirve estar aquí si ni siquiera puedes hacer algo tan simple?", me espetó.

El miedo me paralizó, pero por dentro, una ira silenciosa empezaba a crecer.

**Con el tiempo, desarrollé un mecanismo de defensa.Me volví invisible en las sombras, evitando los lugares concurridos y a los otros niños. Encontré consuelo en la biblioteca polvorienta del orfanato, un lugar que casi nadie visitaba. Allí, entre los estantes llenos de libros olvidados, descubrí historias de héroes sin poderes, de personas comunes que lograron cosas extraordinarias.

Empecé a imaginarme a mí mismo como uno de esos personajes, alguien que, a pesar de no tener un Quirk, podría cambiar su destino. Escribía pequeñas historias en los márgenes de los libros, relatos sobre un futuro en el que la valentía importaba más que cualquier poder.Estos pequeños actos de rebelión me daban fuerza para enfrentar cada día.

Pero el orfanato era un lugar que no permitía soñar por mucho tiempo.Cada semana, nuevos niños llegaban, cada uno con su propia historia de pérdida y dolor. Cuando se enteraban que era un sin quirk me empezaban a golpear.

Hiba se encargaba de recordarnos que la sociedad no tenía lugar para los débiles, y que, sin un Quirk, estábamos destinados a la mediocridad. Sin embargo, mi determinación se fortalecía con cada insulto, con cada humillación. Sabía que algún día dejaría ese lugar, no como alguien derrotado, sino como alguien que había encontrado su verdadero poder, uno que no dependía de un Quirk, sino de la resiliencia y la esperanza.

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Había noches en el orfanato que eran más oscuras que otras, momentos en los que el silencio se volvía insoportable y el aire, pesado. Hiba tenía una manera particular de imponer su autoridad, y todos los niños sabían que, si caías en su mira, las cosas nunca volverían a ser las mismas.

Todo comenzó con una simple tarea. Me habían ordenado limpiar la oficina de Hiba, un lugar que siempre evitaba por las vibras que emanaba.Esa noche, mientras los demás niños dormían, me encontré solo en aquel espacio opresivo, ordenando los papeles y limpiando el escritorio.

Hiba entró sin que lo notara, cerrando la puerta tras de sí con un clic que resonó en la habitación. El ambiente cambió de inmediato, una tensión palpable se instaló en el aire.Sentí un nudo en el estómago mientras me daba vuelta para encontrarme con su mirada fría y calculadora.

Hiba:
"Has estado aquí mucho tiempo, Alex", dijo con una calma perturbadora, "y aún no has aprendido cuál es tu lugar."

Sus palabras parecían flotar en el aire, cargadas de un significado que no entendí del todo en ese momento.

Lo que ocurrió después fue algo que quedaría grabado en mi mente para siempre. No hablo de ello, no lo comparto, pero en las noches más silenciosas, cuando el sueño se escapa de mis ojos, esos recuerdos vuelven, envolviéndome en un manto de terror y confusión.

Las sombras en esa oficina parecían más oscuras, el aire más denso.Sentí como si el mundo se cerrara sobre mí, dejándome sin escapatoria. El tiempo se distorsionó, cada segundo se alargaba, y la sensación de impotencia crecía en mi interior.

Cuando finalmente salí de esa habitación, algo dentro de mí había cambiado para siempre. No era solo la cicatriz física que llevaba, sino algo mucho más profundo, algo que no podía ver pero que sentía en cada fibra de mi ser.

Los días siguientes fueron un borrón de rostros y voces que se mezclaban en un eco distante. No podía concentrarme, las pesadillas comenzaron a ser una constante, y cada vez que Hiba pasaba cerca de mí, sentía un frío en los huesos que no podía explicar.

Evité a los demás niños tanto como pude, me refugié en la biblioteca más que nunca, buscando en las palabras de otros un consuelo que no podía encontrar en mi realidad.

Nunca hablé de lo que ocurrió, pero dentro de mí, algo se había roto.La persona que era antes de esa noche ya no existía, había sido reemplazada por alguien más: alguien que entendía lo que era sentirse completamente solo, incluso rodeado de personas.

El dolor emocional era un compañero constante, una sombra que me seguía a donde fuera, recordándome que el mundo podía ser cruel, que las personas podían ser monstruos disfrazados de cuidadores. Mi confianza en los adultos se había evaporado, y la idea de que algún día podría escapar de ese lugar parecía cada vez más lejana.

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El Ascenso de un Dios Egipcio (yo en bnha)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora