Capítulo 14.1
― ¿Quién eres? ―preguntó alzando el puño, listo para otra oleada de ataques. Quedaban cuatro hombres de pie. El más alto dio un paso adelante.
―Trabajamos para Alejandro Gil. Te envía recuerdos.
Dorian tuvo el estúpido pensamiento de que estaba harto de que todos le enviaran «recuerdos». Su padre, el padre de Eva… ¿no podían todos apartarse y dejarles en paz?
―No quiero hacerle daño ―explicó con sequedad―. Está en peligro.
―Es su padre quien tiene que decidir eso. ―El hombre alto frunció el labio.
Dorian tomó una decisión instantánea. Levantó las manos en un gesto de rendición.
―Llévenme con ella. Alejandro Gil tiene que oír lo que tengo que decirle.
…
Eva no podía ver dónde demonios estaba ya que esos malnacidos la tenía atada y con una bolsa negra en la cabeza, que por cierto olía horrible y para colmo se le dificultaba respirar, las ganas de vomitar estaba presente y si lo hacía no se disculparía por ello, esos malnacidos se lo merecían.
― ¿Adónde me llevan? ―exigió saber. Alguien que estaba en el asiento delantero gruñó ¿Qué, estaba molesto? Pues ella también -menudo imbécil- pensaba.
―Tu padre ha venido a rescatarte, Eva. Tranquilízate.
― ¿Qué? ―Su voz era tan estridente que le crujieron los oídos en respuesta―. ¡No tienen ni idea de lo que están haciendo imbéciles! Tienen que volver por Dorian. ¡Me está ayudando, idiotas!
El carro tomo una curva a gran velocidad y luego otra y salió catapultada hacia el cuerpo que había a su derecha, luego el conductor pisó con fuerza los frenos y el vehículo se detuvo al instante y de una forma tan brusca que por un momento pensó que habían chocado.
― ¡Fuera, fuera, fuera! ―Alguien la sacó con brusquedad.
Ella tropezó e intentó recuperar el equilibrio a pesar de que sus manos seguían atadas. Le dio un golpe a algo con la punta del pie y se habría caído si no la hubieran sujetado dos pares de manos que la volvieron a poner de pie.
Hubo un torbellino de sonidos a su alrededor. Conversaciones en voz baja en ruso, ucraniano e inglés y el repicar y el ajetreo de unas puertas de ascensor le dieron la impresión de encontrarse en un hotel.
En cierto modo tenía sentido, pero ¿por qué nadie iba a ayudarla? ¿Era común en ese lugar ver cómo arrastraban a mujeres por el vestíbulo con las manos atadas y los Ojos cubiertos? Sin duda Rusia no podía ser un país tan bárbaro.
―Disculpen, señores. ―Una voz dubitativa habló en algún lugar a su derecha.
Alguien le hizo callar.
―Están con Alejandro Gil.
Hubo un silencioso intercambio de palabras, pero básicamente el mensaje era que nadie ayudaría a Eva. Ahora no. Si quería salir de ese lío, tendría que conseguirlo por sí misma.
Era hora de dejar de ser la estúpida damisela en apuros e idear su propio plan.
Sus escoltas se detuvieron. Se oyó un ascensor. Todos entraron y las puertas se cerraron con un silbido. La sensación de vértigo casi la sobrepasó cuando empezaron a subir probablemente al ático. Sentía que había tres hombres con ella en el ascensor; el cuarto se había quedado en la planta baja, probablemente para vigilar.
El ascensor chirrió al detenerse y las puertas se abrieron.
―Vamos, princesa ―musitó alguien.
Eva dio un traspié al avanzar. Durante la mayor parte de su vida había recibido órdenes, pero nunca antes la habían tratado así. La indignación dio paso a la furia. Cuando alguien le quitó la bolsa de la cabeza, estaba lista para pelear con uñas y dientes.
―Eva. ―La conocida voz de su padre no hizo nada por calmar su enfado.
Echó un rápido vistazo a la habitación. La lujosa suite tenía ventanas con vistas a las luces de la ciudad. Estaban muy arriba. Su padre estaba sentado en uno de los lujosísimos sofás.
Se recostó en el como si nada estuviera pasando y le señalo el otro para que se sentara.
―No. Creo que prefiero estar de pie ―hablo de forma fría, conteniendo su rabia.
―Eva, no seas estúpida. ―Su tono paciente sólo sirvió para enfadarla más―. El hombre con el que estabas es un asesino.
―Sí, y decidió no hacerme daño. De hecho, me ha estado protegiendo ―dijo ella―. ¡No lo entiendes! ―estaba molesta, muy molesta― Llevas años entrometiéndote en mi vida. Me tienes encerrada como a una estúpida princesa en una torre. ¡No tengo vida!
―estas diciendo estupideces. ―a su padre le importo, para él era como si no fuera más que una adolescente despotricando―. Te permito que sigas con tus obras de arte, ¿no es así? ¿Acaso no he apoyado esa tontería?
― ¡Pero piensas que es una tontería! ―contraatacó―. ¡Quiero estar libre de ti!
Por un momento pareció alarmado, pero sus rasgos volvieron a suavizarse y a transmitir seguridad.
―No sabes lo que dices. Es cierto que he sido… por así decirlo… ¿sobreprotector?
― ¿En serio? ―Eva dio un pisotón frustrada y molesta en partes iguales― ¿Sobreprotector? ―volvió a repetir ― Yo diría agobiante. Soy una mujer adulta perfectamente capaz de tomar sus propias decisiones, padre. No necesito que dirijas mi vida. No quiero ser parte de tu mundo. Quiero estar en el mío. Por favor. ―Le dirigió la mirada más sincera que pudo a pesar de el remolino de emociones que tenía dentro― Deja que me vaya.
Le lanzó una larga mirada. Apretó los labios formando una fina línea y sacudió la cabeza como si lo que tenía que decir realmente le doliera.
―No.