El viento soplaba con fuerza aquella mañana de otoño, llevando consigo las hojas doradas que caían de los árboles como si el mundo mismo se despojara de su esplendor. En un pequeño pueblo al borde de un vasto y sombrío bosque, una joven de cabello castaño y ojos llenos de determinación se afanaba en la cocina de una modesta casa. Clara, de apenas diecisiete años, había asumido la responsabilidad de cuidar a sus tres hermanos menores desde que la fiebre escarlatina se llevó a sus padres. La vida no había sido fácil, pero su amor por ellos le daba fuerzas para seguir adelante.
Mientras removía la sopa en una olla de hierro, su mente divagaba. A menudo se preguntaba cómo sería la vida si sus padres estuvieran vivos. Si tan solo pudieran ver a sus hijos crecer, reír y jugar. Pero la realidad era dura, y cada día era una lucha por mantener a su familia unida y alimentada. Con un suspiro, Clara se giró hacia la ventana, donde el cielo gris parecía reflejar su estado de ánimo.
A unos kilómetros de allí, en un imponente castillo que se alzaba sobre la colina, el duque de Ravenswood, Edward, se encontraba ensu despacho, sumido en la penumbra. La luz del día apenas lograba atravesar las pesadas cortinas de terciopelo. Edward, un hombre de treinta años, había heredado no solo un título, sino también un profundo resentimiento hacia la vida. La muerte de su madre en su infancia y la frialdad de su padre lo habían llevado a construir un muro a su alrededor, uno que lo aislaba de cualquier emoción, especialmente del amor.
La noticia de la muerte de su padre había llegado como un rayo en un día despejado. En su testamento, el anciano duque había dejado un último deseo que resonaba en la mente de Edward como un eco aterrador: debía casarse en un plazo de tres meses y permanecer casado durante al menos un año para heredar la fortuna familiar. La idea de un matrimonio forzado lo llenaba de desprecio. ¿Por qué debería someterse a tal humillación? El amor era una ilusión, una trampa que solo conducía al dolor.
Mientras tanto, Clara, tras terminar sus quehaceres, se sentó en la mesa de la cocina, rodeada de sus hermanos que jugaban en el suelo. La risa de los pequeños era un bálsamo para su alma, pero también un recordatorio constante de la carga que llevaba sobre sus hombros. Con un suspiro, tomó un trozo de pan y lo partió en pedazos, compartiéndolo con ellos. En esos momentos, la calidez de su hogar, aunque humilde, le daba un sentido de propósito.
Sin embargo, su mente no podía evitar divagar hacia el futuro. ¿Qué pasaría si no lograba mantener a su familia? La idea de perderlo todo la aterraba. En su corazón, Clara anhelaba una vida diferente, una vida donde pudiera soñar sin límites, pero la realidad siempre la traía de vuelta a la lucha diaria.
Esa tarde, mientras los niños dormían, Clara decidió salir a dar un paseo por el bosque cercano. La naturaleza siempre había sido su refugio, un lugar donde podía dejar volar su imaginación. Caminó entre los árboles, sintiendo el crujir de las hojas bajo sus pies, y se perdió en sus pensamientos. ¿Qué haría si el invierno se volvía demasiado duro? ¿Cómo podría proteger a sus hermanos de la adversidad?
En el castillo, Edward se encontraba en una reunión con sus consejeros, quienes discutían sobre la situación financiera de la familia. La presión de cumplir con el testamento de su padre lo oprimía como una pesada losa."No puedo casarme con una desconocida", pensó, mientras miraba por la ventana hacia el horizonte. "No puedo permitir que me encadenen a una vida que no deseo".
Pero en el fondo, una pequeña chispa de curiosidad comenzó a encenderse en su interior. ¿Qué tipo de mujer sería capaz de soportar su carácter agrio? ¿Quién podría desafiar su desdén por el amor? La idea de encontrar a alguien que pudiera romper su coraza lo intrigaba, aunque se negaba a admitirlo.
Esa noche, mientras Clara regresaba a casa, una sensación extraña la envolvió. Al cruzar el umbral, se encontró con la mirada de sus hermanos, que la esperaban con sonrisas inocentes. "¿Dónde estabas, Clara?", preguntó el más pequeño, con ojos brillantes. "Fuera, explorando", respondió ella, intentando sonar despreocupada, aunque su corazón aún latía con fuerza tras su paseo. Se acercó a la chimenea y avivó las brasas para calentar la pequeña cabaña. La oscuridad del exterior se iba apoderando del paisaje, y con ella, los miedos que Clara guardaba celosamente en su interior. Sin embargo, el calor de la lumbre y las risas suaves de sus hermanos eran su ancla en medio de la tormenta.Mientras preparaba la cena, su mente volvió a divagar hacia ese futuro incierto que tanto la inquietaba. La necesidad de encontrar una solución para asegurar la estabilidad de su familia se hacía cada vez más urgente. Pero, ¿dónde podría encontrar ayuda? El pueblo estaba sumido en la pobreza y las oportunidades eran escasas. De pronto, recordó algo que había oído en el mercado hacía unos días: se hablaba de que en el castillo se buscaba una nueva doncella.
La idea la tomó por sorpresa. Nunca había considerado trabajar para la familia noble, pues siempre había preferido mantenerse al margen de sus asuntos. Sin embargo, la necesidad la obligaba a replantearse sus principios. Podría ser la oportunidad que necesitaba para salvar a su familia del hambre y el frío del invierno.
Esa noche, mientras observaba a sus hermanos dormir plácidamente, Clara tomó una decisión. A la mañana siguiente, iría al castillo y se ofrecería para el puesto. Sabía que no sería fácil, pero estaba dispuesta a hacer cualquier sacrificio por ellos.
Al amanecer, se levantó temprano, antes de que sus hermanos despertaran. Se miró en el pequeño espejo de la cabaña, alisó su vestido y recogió su cabello en un moño simple. Antes de salir, dejó una nota junto a la mesa para que los niños supieran que volvería pronto.
El camino al castillo era largo, pero Clara lo recorrió con paso firme. A medida que se acercaba, la imponente estructura de piedra se alzaba ante ella, majestuosa y un tanto intimidante. Los rumores sobre el carácter difícil de Lord Edward le venían a la mente, pero no dejó que el temor la paralizara. Sabía que no tenía otra opción.
Al llegar a la puerta principal, fue recibida por una anciana que la observó con curiosidad. "¿Qué buscas aquí, muchacha?" preguntó la mujer, en tono cortante.
"Busco trabajo, señora. He oído que necesitan una doncella en el castillo", respondió Clara, tratando de ocultar el nerviosismo en su voz.
La anciana la miró de arriba abajo, como evaluándola. Después de un momento, asintió. "Sígueme", dijo, dándose la vuelta y conduciendo a Clara hacia el interior del castillo.
Mientras caminaba por los fríos pasillos de piedra, Clara sintió un escalofrío recorrer su espalda. La vida que conocía estaba a punto de cambiar, y no podía predecir si sería para mejor o para peor. Pero una cosa era segura: no iba a rendirse sin luchar.
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El conde y la doncella
RomanceLa historia comienza con Clara, una joven campesina que lucha por mantener a sus hermanos tras la muerte de sus padres. Su vida cambia drasticamente cuando el conde Edward Arenthall, obligado por el testamento de su padre a casarse para heredar una...