Parte 11 La Boda y la Revelación del Amor

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El sol de la mañana bañaba el castillo en una luz dorada, anticipando un día que sería recordado por mucho tiempo. Las campanas resonaban en el aire, llamando a los invitados desde los rincones más lejanos de la región, mientras el jardín central se transformaba en el escenario de una boda que nadie había anticipado, pero que todos esperaban con curiosidad.

Clara, desde su habitación, miraba el ajetreo desde la ventana. Podía ver a los invitados llegando en carruajes elegantes, vestidos con las mejores galas. Sentía el peso de la ocasión sobre sus hombros, pero también una calma extraña la acompañaba. Después de noches de insomnio y miedos, aquella mañana se sentía diferente. Había una certeza en su interior que no lograba explicar del todo, pero que le daba la fuerza necesaria para afrontar lo que venía.

Margaret, quien había tomado un papel de supervisora en los preparativos de la boda, entró en la habitación con una sonrisa contenida. "Es hora", dijo con un tono más amable de lo habitual. Clara se levantó y caminó hacia el espejo donde su vestido colgaba, listo para ser usado. Era un vestido sencillo, pero elegante, hecho con los mejores materiales que el castillo podía ofrecer. Mientras se lo ponía con la ayuda de Margaret y Amelia, sintió que con cada prenda se desvanecía un poco más de la criada que había sido.

"Te ves hermosa", susurró Amelia, mientras le ajustaba el último broche del vestido. Clara sonrió tímidamente. No se había sentido tan vulnerable en su vida, pero también sabía que este era el inicio de algo completamente nuevo. Agradeció en silencio el apoyo de su hermana, quien había sido su roca en los días más oscuros.

Poco después, la música comenzó a sonar desde los jardines. Era el momento. Clara respiró profundamente, dejando que el aire llenara sus pulmones y la calmara. Caminó hacia la puerta, donde un sirviente la guió hacia el pasillo que conducía al altar. A medida que avanzaba, su mente comenzó a divagar, pero esta vez no hacia sus miedos, sino hacia Edward. ¿Cómo sería su vida juntos? ¿Qué significaba este compromiso para él?

Cuando Clara llegó al jardín, el escenario que se presentó ante sus ojos era de una belleza irreal. Las flores colgaban de arcos dorados, los invitados se levantaron al verla, y el camino hacia el altar estaba decorado con pétalos de rosas blancas. Al final del pasillo, estaba Edward, esperándola.

Edward la miraba fijamente, sin apartar los ojos de ella ni un solo segundo. Algo en su mirada era diferente hoy. Su rostro, normalmente severo y reservado, estaba iluminado por una expresión que Clara no había visto antes. Cuando sus ojos se encontraron, algo dentro de ella se estremeció. Sintió un calor desconocido, una sensación de seguridad que había estado buscando en medio de tanto caos. Caminó hacia él con pasos seguros, y con cada paso, sentía que el mundo a su alrededor desaparecía. Solo importaban ellos dos.

Cuando llegó a su lado, Edward le ofreció su mano, y Clara la tomó sin dudar. Al tocarla, una corriente cálida recorrió su cuerpo, como si en ese simple gesto se resumiera todo lo que habían vivido hasta ahora. El sacerdote comenzó a hablar, pero para Clara, su voz era un eco lejano. Todo lo que podía sentir era la presencia de Edward a su lado, su mano firme entrelazada con la suya. A su alrededor, los murmullos de los invitados se desvanecieron, y lo único que importaba era el hombre que estaba frente a ella.

"¿Clara, tomas a Edward como tu esposo, para amarlo y honrarlo, en lo próspero y en lo adverso, hasta que la muerte los separe?", preguntó el sacerdote.

Clara, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho, lo miró directamente a los ojos. "Sí, lo tomo."

Edward hizo lo mismo, con una voz firme, pero cargada de emoción. "Sí, la tomo."

El intercambio de votos fue sencillo, pero en sus palabras había una verdad que ambos sentían profundamente. Cuando el sacerdote los declaró marido y mujer, Edward inclinó la cabeza y besó suavemente a Clara en los labios, sellando su compromiso de una manera que dejó a todos los presentes en un silencio reverente.

Mientras la multitud estallaba en aplausos, Clara y Edward se miraron con una mezcla de sorpresa y gratitud. Algo había cambiado en ese momento. El matrimonio, que había comenzado como una obligación, se había transformado en algo mucho más profundo. Ambos lo sabían, aunque ninguno lo decía en voz alta.

La recepción fue un torbellino de música, risas y brindis. Clara, aunque aún nerviosa, comenzó a relajarse con el paso de las horas. Los invitados, aunque algunos seguían murmurando entre ellos sobre la naturaleza poco convencional del matrimonio, parecían disfrutar del evento. Edward, siempre a su lado, la cuidaba con una atención inesperada, asegurándose de que estuviera cómoda.

Pero lo que Clara realmente esperaba era la noche. No por lo que significaba físicamente, sino por la intimidad que vendría después de que todos se hubieran ido, cuando finalmente estuvieran solos.

Cuando la recepción terminó y el castillo se calmó, Edward la guió hacia sus aposentos. Clara sintió que el corazón le latía con fuerza mientras subían las escaleras. Sabía que este era el momento en que ambos debían enfrentar sus emociones más profundas, sin máscaras ni compromisos formales.

Al entrar en la habitación nupcial, Edward cerró la puerta detrás de ellos y se volvió hacia Clara. Durante un momento, ambos se quedaron en silencio, como si el peso de todo lo que habían vivido hasta ese día los envolviera.

Edward fue el primero en hablar, acercándose lentamente a ella. "Clara, sé que hemos llegado hasta aquí de una manera que ninguno de los dos esperaba. Pero quiero que sepas algo. Hoy, al verte caminar hacia mí, algo cambió dentro de mí. No sé cuándo empezó, pero me he dado cuenta de que no solo cumplo con el deseo de mi padre. Quiero estar contigo. No como una obligación, sino porque... porque te amo."

Clara lo miró, sorprendida, con los ojos llenos de emoción. Las palabras de Edward resonaron en su corazón, derritiendo todas las dudas y miedos que había acumulado. "Edward..." comenzó, pero se le quebró la voz. Respiró hondo y continuó. "Yo también. Durante todo este tiempo, me aterraba no ser suficiente, no estar a la altura. Pero hoy, al verte esperarme en el altar, me di cuenta de que no hay otro lugar donde preferiría estar. Te amo, Edward."

El silencio que siguió fue cargado de emoción. Edward la acercó a él, y esta vez, el beso que compartieron no fue solo un gesto simbólico. Fue profundo, lleno de pasión y amor sincero. Ambos se dieron cuenta de que, a pesar de las circunstancias que los habían unido, el destino había entrelazado sus vidas de una manera mucho más profunda de lo que habían imaginado.

Esa noche, no solo compartieron la intimidad física, sino que también compartieron sus miedos, sus esperanzas y sus sueños. Edward le confesó sus temores sobre el legado de su padre y la presión que sentía sobre sus hombros, y Clara le habló de su inseguridad y de cómo había luchado contra la sensación de no pertenecer a su nuevo mundo.

En el calor de esa noche, entre palabras susurradas y caricias tiernas Clara descubrió la pasión del amor. Se convirtió en mujer fue una noche llena de miedos para ella pero se entregó a Edward sin pudor en cuerpo y alma, ambos comprendieron que lo que tenían no era solo un matrimonio por conveniencia. Se habían encontrado en medio del caos, y juntos, se habían enamorado profundamente, con una intensidad que los sorprendía a ambos.

Y así, mientras las estrellas brillaban en el cielo y el castillo se sumía en el silencio, Clara y Edward se dieron cuenta de que el amor que compartían era mucho más grande que cualquier obligación o testamento. Habían encontrado en el otro algo más que un simple compañero: habían encontrado un hogar.

El conde y la doncellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora