El sonido de las pisadas de Clara resonaba suavemente mientras recorría los pasillos del castillo en la tranquila mañana. Había pasado un mes desde que comenzó a trabajar allí, y cada día se sentía más cómoda con sus tareas, aunque no dejaba de percibir el frío y la distancia que dominaban aquel lugar. La rutina, sin embargo, le daba un sentido de estabilidad que nunca antes había conocido. Sabía que, al final del día, sus hermanos tendrían comida en la mesa, y ese pensamiento le daba fuerzas.
Desde el incidente en el salón de música, Clara no había tenido otro encuentro privado con Lord Edward. De hecho, rara vez lo veía, y cuando lo hacía, él apenas le dedicaba una mirada. Pero las notas del piano seguían resonando en su memoria, un eco constante de la vulnerabilidad que había vislumbrado en él.
Una tarde, mientras Clara realizaba sus tareas en la biblioteca, Margaret se acercó a ella con una expresión más seria de lo habitual. "Hoy recibirás una tarea especial", dijo la anciana, cruzando los brazos sobre su pecho. "El lord ha pedido que lo acompañes durante la cena. Quiere conocer mejor a las personas que sirven en el castillo, o al menos, eso ha dicho".
Clara levantó la vista, sorprendida. "¿Acompañarlo? Pero... ¿por qué yo? Apenas soy una sirvienta", respondió, sintiendo que el corazón le daba un vuelco.
Margaret la observó con una mirada inescrutable. "No me lo preguntes a mí, niña. Lord Edward no suele explicar sus razones, pero cuando da una orden, se obedece. Y será mejor que no lo hagas esperar". La anciana le lanzó una mirada de advertencia antes de marcharse.
El resto de la tarde, Clara se la pasó nerviosa, intentando hacer su trabajo, pero su mente estaba en otro lugar. ¿Por qué querría el lord cenar con ella? ¿Era algún tipo de prueba o simplemente un capricho? Finalmente, cuando el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, se dirigió hacia el comedor principal, su corazón latiendo con fuerza en el pecho.
Al llegar, el gran salón estaba iluminado por decenas de velas que proyectaban sombras danzantes en las paredes de piedra. En el centro de la sala, una larga mesa de madera estaba dispuesta con sencillez, pero con un toque de elegancia que reflejaba la vida noble. Edward ya estaba allí, de pie junto a la mesa, con su característica expresión seria. Llevaba una vestimenta más informal, aunque aún impecable.
"Milord", saludó Clara, haciendo una reverencia torpe, sintiéndose fuera de lugar en aquel entorno.
Edward asintió con la cabeza y le indicó que se sentara frente a él. "Gracias por venir", dijo, con una voz más suave de lo que ella esperaba. "Quería hablar contigo."
Clara se sentó, sintiéndose algo incómoda bajo la intensa mirada del lord. Durante unos momentos, reinó el silencio mientras los sirvientes traían la comida: un guiso sencillo, acompañado de pan fresco y vino. Clara no estaba acostumbrada a semejante banquete, y sus manos temblaban ligeramente mientras tomaba el cuchillo y el tenedor.
Edward pareció notar su nerviosismo, pero no hizo ningún comentario. Comenzó a comer en silencio, observándola de vez en cuando. Después de un rato, rompió el silencio. "Dime, ¿cómo has encontrado tu estancia aquí en el castillo?"
Clara, que estaba a punto de llevarse un trozo de pan a la boca, se detuvo y bajó el tenedor. "Es... diferente, milord. El trabajo es duro, pero estoy agradecida por la oportunidad. Me permite cuidar de mis hermanos."
"Margaret me ha hablado de ti", comentó Edward, sin levantar la vista de su plato. "Dice que eres diligente y que nunca te quejas, a pesar de las dificultades. Eso es... admirable."
Clara no supo qué decir. El elogio, aunque indirecto, la sorprendió. "Hago lo que debo hacer, milord. Mi familia es lo más importante para mí."
Edward dejó su tenedor a un lado y finalmente la miró a los ojos, con una intensidad que hizo que Clara se estremeciera. "Sé lo que es llevar una carga familiar. Mi padre me dejó este castillo y con él, sus deudas, sus expectativas y un legado que no pedí. A veces, nuestras responsabilidades no nos dejan otra opción que luchar, incluso cuando queremos rendirnos."
Clara sintió un nudo en la garganta. La frialdad que siempre había percibido en Edward parecía desmoronarse en ese momento, y por primera vez lo vio como un hombre que también cargaba con un peso invisible. "Entiendo lo que dices, milord. A veces, no queda más que seguir adelante, aunque el camino sea oscuro."
Edward mantuvo la mirada fija en ella durante unos instantes más antes de asentir lentamente. "Exactamente. Pero no todos lo entienden. Muchos prefieren escapar, buscar soluciones fáciles. Y cuando no hay ninguna... culpan a los demás."
La conversación se volvió más tranquila, casi introspectiva. Clara comenzó a ver en Edward algo más que un noble distante: era un hombre atrapado en una red de obligaciones que no había elegido. Y, al igual que ella, él también soñaba con algo más.
Al final de la cena, cuando los sirvientes comenzaron a retirar los platos, Edward se levantó de su asiento y caminó hacia una de las ventanas que daba al jardín, donde la luz de la luna bañaba los rosales. "Debo admitir que no esperaba que tú, de todas las personas aquí, entendieras lo que es estar atado a un destino impuesto. Tal vez subestimé tu carácter, Clara."
Ella se levantó con cautela, acercándose a la puerta. "Solo soy una sirvienta, milord. No pretendo saber mucho sobre la vida noble."
Edward sonrió levemente, una sombra de amargura en sus labios. "No subestimes tu capacidad de comprender. A veces, las personas más sencillas ven más claro que aquellos que están cegados por sus títulos y responsabilidades."
Clara hizo una reverencia, sintiendo una mezcla de confusión y respeto. "Gracias por la cena, milord. Haré todo lo posible por cumplir con mis deberes."
Antes de que pudiera salir, Edward la llamó una vez más. "Clara, una última cosa: este castillo tiene más sombras de las que imaginas. Ten cuidado en quién confías."
Clara asintió, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. Cuando la puerta se cerró detrás de ella, las palabras de Edward resonaron en su mente. Sabía que aquel era un lugar lleno de secretos, pero no se imaginaba cuán profundas eran las sombras que acechaban en los rincones del castillo.
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El conde y la doncella
RomanceLa historia comienza con Clara, una joven campesina que lucha por mantener a sus hermanos tras la muerte de sus padres. Su vida cambia drasticamente cuando el conde Edward Arenthall, obligado por el testamento de su padre a casarse para heredar una...