El viento soplaba fuerte esa mañana, arremolinando las hojas secas que cubrían el camino hacia el castillo. Clara, aunque absorta en sus deberes, no podía dejar de pensar en los acontecimientos de la noche anterior. Sabía que había descubierto algo importante, algo que podía destruir la frágil estabilidad del castillo y la vida de Lord Edward. Pero ¿qué debía hacer? La revelación de los documentos falsificados y las conversaciones clandestinas la habían dejado con un sentimiento de inquietud, un peso que la oprimía.
Mientras barría la entrada principal, sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de un carruaje que se acercaba rápidamente. Levantó la vista justo cuando el vehículo negro y elegante se detuvo frente a las puertas del castillo. De su interior, bajó un hombre alto, con el cabello oscuro y un semblante severo, seguido por una joven de porte refinado y una belleza discreta. Clara no los reconoció, pero sus ropas y su comportamiento delataban su nobleza.
Margaret, que siempre estaba al tanto de cualquier movimiento en el castillo, apareció rápidamente desde la cocina y se acercó a Clara. "Es el abogado del difunto conde y su hija", murmuró en voz baja. "Vienen para hablar con Lord Edward sobre el testamento."
Clara frunció el ceño, recordando las pocas veces que había escuchado sobre el testamento del padre de Edward. Sabía que había algo importante relacionado con la herencia, pero los detalles siempre habían sido vagos. Hasta ahora.
Apenas unos momentos después, Lord Edward apareció en la entrada, su expresión más endurecida que de costumbre. Saludó al abogado con un breve gesto y dirigió una mirada rápida a Clara antes de invitar a los recién llegados a pasar al salón. Margaret le dio a Clara un pequeño empujón, indicándole que volviera al trabajo, pero la curiosidad ya había despertado en ella. ¿Qué estaba pasando realmente con el testamento del conde? ¿Y qué significaba para el futuro del castillo?
Más tarde esa tarde, cuando el castillo estaba sumido en el silencio habitual, Clara decidió intentar obtener respuestas. Sabía que Edward solía retirarse a la biblioteca cuando necesitaba reflexionar, y quizás ahora sería uno de esos momentos. Con pasos ligeros, se dirigió a la puerta de la biblioteca y, tras dudar un segundo, golpeó suavemente.
"Entra", se oyó la voz firme de Edward desde dentro.
Clara abrió la puerta con cuidado y lo encontró sentado frente a la gran chimenea, un vaso de whisky en la mano y una expresión pensativa en el rostro. Los documentos del testamento estaban desplegados en una pequeña mesa a su lado.
"¿Milord?" comenzó Clara, titubeante. "No quiero interrumpir, pero... parece que algo importante ha sucedido hoy."
Edward levantó la vista, sus ojos azules brillando bajo la luz del fuego. "Es verdad, Clara", respondió con un suspiro, dejando el vaso sobre la mesa. "El testamento de mi padre siempre ha sido una cadena que cuelga sobre mí, y hoy he recibido una nueva confirmación de su peso."
Clara dio un paso adelante, sintiéndose envalentonada por su tono. "¿Puedo preguntar de qué trata, milord? Margaret me mencionó que había algo sobre una herencia, pero nunca he entendido del todo las condiciones."
Edward se recostó en la silla y cruzó los brazos, mirando el fuego. "Mi padre... era un hombre complicado. Su muerte no solo me dejó el castillo, sino también una herencia significativa, una fortuna que podría resolver muchos de los problemas financieros que enfrentamos. Pero su testamento tiene una condición muy específica: para recibir esa fortuna, debo casarme. Y no solo casarme, sino permanecer en ese matrimonio al menos un año."
Clara sintió que la sangre se le helaba. Ahora todo tenía sentido: la presión constante que Edward sentía, la insistencia de los consejeros en que se casara. "¿Y por eso aún no lo has hecho?", preguntó en voz baja.
"Exactamente", dijo Edward, con una sonrisa amarga. "Mi padre sabía lo poco que yo deseaba un matrimonio arreglado. Siempre detesté la idea de unir mi vida a alguien solo por conveniencia. Pero, al mismo tiempo, sabía que mi padre no permitiría que me deshiciera de su legado tan fácilmente. Si no cumplo con su voluntad, el castillo, las tierras... todo pasará a manos de un primo lejano. Y con ello, la estabilidad de quienes viven aquí."
Clara se sentó lentamente en una silla frente a él, sintiendo la magnitud de la situación. "Debe ser una carga enorme para ti, milord."
Edward la miró directamente a los ojos, con una intensidad que casi la desarmó. "Lo es, Clara. Pero lo que más me atormenta no es la idea de casarme, sino la de casarme con alguien que no conozco, alguien que solo vea este matrimonio como un negocio. Mi padre creía que el dinero lo resolvía todo, pero yo... yo no quiero vivir atado a alguien solo por cumplir una condición."
Hubo un silencio tenso entre ellos mientras las palabras de Edward flotaban en el aire. Clara comprendía ahora la profundidad del conflicto en su interior. Lo que él quería, lo que todos esperaban de él, y la batalla constante entre el deber y el deseo personal.
"¿Y qué vas a hacer, milord?" se atrevió a preguntar Clara, rompiendo el silencio.
Edward se pasó una mano por el cabello, frustrado. "He rechazado todas las propuestas que me han presentado. Las mujeres que mis consejeros me han sugerido son... frías, interesadas solo en el estatus y la riqueza. No puedo imaginarme viviendo con alguien así durante un año entero, y mucho menos toda la vida."
Clara sintió que sus mejillas se sonrojaban. Sabía que era impropio, pero una pequeña chispa de esperanza se encendió en su interior. Si Edward buscaba algo más que una relación superficial, tal vez, solo tal vez, había una oportunidad para algo diferente.
Edward se levantó y caminó hacia una de las grandes ventanas que daban al jardín. "La verdad, Clara, es que no sé qué hacer. Si no me caso pronto, el castillo estará en riesgo. Y si lo hago, podría estar atado a una vida que no deseo."
Clara, sin saber cómo, encontró el valor para decir lo que sentía en su corazón. "Milord, entiendo lo que significa el deber y el sacrificio. Lo he vivido toda mi vida, cuidando de mis hermanos. Pero también sé que, a veces, debemos encontrar una forma de cumplir con nuestras responsabilidades sin renunciar a lo que realmente somos."
Edward se dio la vuelta, sus ojos encontrándose con los de Clara. Durante unos segundos, el tiempo pareció detenerse. Había una conexión palpable entre ambos, una comprensión silenciosa de que, aunque sus mundos eran diferentes, compartían el mismo deseo de escapar de las cadenas que la vida les había impuesto.
"Tal vez tengas razón", dijo finalmente Edward, su voz suave. "Tal vez haya una forma de cumplir con el testamento sin sacrificar lo que soy. Pero debo ser cuidadoso. Las sombras en este castillo son más profundas de lo que parecen, y hay quienes harían cualquier cosa para asegurar que siga las reglas del juego."
Clara asintió, consciente de que ambos estaban atrapados en un enigma mucho mayor. Pero ahora, al menos, entendía mejor el peso que cargaba Edward y la batalla que enfrentaba.
Y aunque no lo sabía con certeza, había una sensación creciente en su interior de que su papel en esa historia aún no había terminado.
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El conde y la doncella
RomanceLa historia comienza con Clara, una joven campesina que lucha por mantener a sus hermanos tras la muerte de sus padres. Su vida cambia drasticamente cuando el conde Edward Arenthall, obligado por el testamento de su padre a casarse para heredar una...