El sol de la primavera se filtraba a través de las enormes ventanas del castillo de Arenthall, iluminando los vastos pasillos y jardines en flor. El ambiente en el castillo estaba cargado de anticipación. Después de meses de preparación y cuidado, el momento más esperado había llegado: Clara estaba a punto de dar a luz.
En su dormitorio, rodeada por las mejores comadronas de la región y con Edward a su lado, Clara se esforzaba en cada respiración. El dolor era intenso, pero su determinación aún más. Edward, con el rostro marcado por la preocupación, sostenía su mano, sin apartar la vista de ella. No importaban las dificultades que hubieran enfrentado antes; ninguno de los dos estaba preparado para la emoción y el temor que este día traía consigo.
Después de lo que pareció una eternidad, el sonido del llanto de un recién nacido rompió el silencio de la habitación. Las comadronas sonrieron, y una de ellas entregó el pequeño cuerpo envuelto en sábanas a Clara, que lo tomó con manos temblorosas. Su mirada se llenó de lágrimas mientras observaba a su hijo por primera vez. Edward, conmovido hasta el fondo de su ser, apenas podía contener su emoción.
"Es nuestro", susurró Clara, con la voz entrecortada por la alegría y el cansancio. "Nuestro hijo."
Edward, con el corazón desbordado, besó la frente de Clara y luego la del niño. "Es perfecto", dijo, sin apartar los ojos del pequeño. "No puedo creer lo afortunado que soy. Has sido increíble, Clara."
Mientras el pequeño se acomodaba en el regazo de su madre, el castillo entero celebraba. Los sirvientes, que habían seguido los rumores y las noticias del nacimiento, rompieron en aplausos y risas de alegría. Había nacido el heredero de Arenthall, y con él, una nueva era de esperanza para todos los que habitaban el castillo.
Más tarde, mientras la calma se apoderaba de la noche y Clara descansaba, Edward salió a los pasillos para compartir la noticia con los hermanos de Clara, que habían estado esperando ansiosos. Los pequeños, que habían crecido mucho desde que Clara llegó al castillo, rompieron en júbilo cuando supieron que tenían un sobrino. Los abrazos y las lágrimas de alegría fluyeron con fuerza. Para ellos, la familia que habían construido con Clara y Edward era su mayor tesoro, y la llegada de un nuevo miembro solo fortalecía esos lazos.
Al día siguiente, con Clara más descansada y el pequeño durmiendo tranquilamente en sus brazos, ella se giró hacia Edward, que no dejaba de mirar con ternura a su hijo.
"Edward", comenzó ella, con una sonrisa suave, "he estado pensando en algo. Quiero pedirle a Margaret que sea la nana de nuestro hijo."
Edward, sorprendido, levantó la vista y asintió. "Margaret ha sido una ayuda increíble desde el principio, siempre leal y dispuesta. Creo que es una gran idea."
Clara llamó a una doncella para que trajeran a Margaret. Cuando la mujer de edad madura y semblante amable entró en la habitación, sus ojos se iluminaron al ver a Clara sosteniendo a su hijo.
"Margaret", dijo Clara con suavidad, "sé lo mucho que has hecho por nosotros desde que llegamos a Arenthall. Eres más que una sirvienta, eres parte de esta familia. Quiero pedirte algo especial... me gustaría que fueras la nana de nuestro hijo."
Los ojos de Margaret se llenaron de lágrimas. Para ella, que había servido al castillo toda su vida, este era un honor inimaginable. Se llevó una mano al corazón, profundamente conmovida.
"Milady... sería el mayor honor de mi vida cuidar a su hijo", dijo con la voz entrecortada.
Clara le sonrió, mientras le acercaba al bebé para que lo sostuviera. Margaret lo tomó con la mayor delicadeza, como si fuera lo más precioso que hubiera tocado jamás. Edward, observando la escena, sintió que el círculo de su vida se había completado de la forma más perfecta.
En los días que siguieron, la vida en el castillo de Arenthall floreció aún más. El nacimiento del heredero trajo consigo una alegría renovada para todos. Los sirvientes, que tanto habían sufrido las sombras de las traiciones pasadas, ahora se sentían parte de una nueva era llena de luz y promesas. Los hermanos de Clara, encantados con su nuevo sobrino, no se separaban de él, mientras Margaret se aseguraba de que todo estuviera siempre en perfecto orden para el pequeño.
El castillo, que una vez había estado bajo el peso de las intrigas y las traiciones, ahora vibraba con la vida y la alegría de una familia unida. Clara, Edward y su hijo representaban el renacer de Arenthall, una familia que había superado todos los obstáculos para llegar hasta allí.
Mientras Clara se sentaba en su habitación con el bebé en sus brazos y Edward a su lado, supo que su vida había cambiado de maneras que jamás hubiera imaginado. Había encontrado el amor verdadero, construido una familia y, juntos, habían superado los desafíos más oscuros.
El pequeño heredero dormía tranquilamente, ajeno a todo lo que había ocurrido antes de su llegada, pero Clara y Edward sabían que su futuro estaría lleno de amor, fortaleza y unión. Y con Margaret a su lado, su hijo estaría siempre rodeado de personas que lo cuidarían con la misma devoción con la que ellos habían cuidado a los suyos.
El nacimiento de su hijo no solo significaba el comienzo de una nueva generación, sino también el fin de las sombras que alguna vez envolvieron el castillo. Arenthall había renacido, y con él, su legado.
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El conde y la doncella
RomanceLa historia comienza con Clara, una joven campesina que lucha por mantener a sus hermanos tras la muerte de sus padres. Su vida cambia drasticamente cuando el conde Edward Arenthall, obligado por el testamento de su padre a casarse para heredar una...