El castillo de Arenthall había dejado de ser el refugio seguro que Clara y Edward habían conocido. A medida que continuaban las investigaciones, la red de traición que envolvía a su hogar se hacía más extensa y peligrosa. Cada día, más nombres salían a la luz, algunos de personas que Clara jamás hubiera imaginado capaces de conspirar contra ellos.
Sentados en el gran salón, Clara y Edward miraban la lista de culpables que habían sido revelados por las cartas y documentos que Clara había encontrado. Lord Camden, algunos consejeros de confianza y varios miembros de la nobleza local, todos habían estado colaborando en los esquemas de Amelia. La traición se extendía como una enfermedad, y los condes estaban en el centro de todo.
"Esto es peor de lo que creíamos", murmuró Edward, pasándose una mano por el cabello, visiblemente agobiado. "No podemos confiar en nadie. Todo el sistema está corrompido."
Clara asintió, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. "Cada día descubrimos más aliados de Amelia. Pero lo más preocupante es que no sabemos cuántos más hay ni hasta dónde llega su influencia."
Edward se levantó bruscamente de su asiento, caminando hacia la ventana. El sol de la tarde iluminaba los jardines, pero a Clara le parecía que la sombra de la traición se cernía sobre todo. "Debemos actuar rápido antes de que ellos actúen contra nosotros. Pero si hacemos arrestos masivos, podría estallar un conflicto entre las familias nobles. No tenemos aliados suficientes para contenerlo."
Clara lo observó en silencio. Sabía que Edward estaba en lo cierto, pero la inacción también era peligrosa. Si no actuaban pronto, los conspiradores podrían escapar o, peor aún, preparar un ataque contra ellos. La situación era desesperada.
Fue en ese momento cuando uno de los guardias entró apresuradamente al salón, su rostro pálido y sudoroso. "Mi señor, mi señora, tengo malas noticias."
Edward se giró de inmediato. "¿Qué ocurre?"
"Amelia... la baronesa Amelia ha escapado de su celda."
Clara sintió cómo se le helaba la sangre. "¿Cómo es posible?"
El guardia bajó la cabeza, avergonzado. "No lo sabemos. Las puertas estaban cerradas, y no hay signos de una fuga convencional. Es como si alguien la hubiera ayudado desde dentro."
Edward apretó los puños, la ira evidente en su rostro. "Esto solo confirma lo que temíamos. La red de traidores sigue activa dentro del castillo. Si Amelia está libre, no tardará en intentar vengarse. Sabemos que no se quedará tranquila."
Clara, aunque asustada, se mantuvo firme. Sabía que, ahora más que nunca, necesitaba ser fuerte. "Ella va a venir por nosotros. Debemos estar preparados para lo que sea que planee."
Esa noche, Clara no podía dormir. Las sombras en su habitación parecían moverse con vida propia, y el viento que soplaba desde los jardines le recordaba la frialdad de la amenaza que se cernía sobre ellos. Sabía que Amelia la culpaba a ella, más que a Edward. La baronesa había visto a Clara como una simple campesina convertida en condesa, y no podía aceptar haber sido derrotada por alguien que consideraba inferior.
Edward había reforzado la seguridad del castillo, pero Clara sentía que las murallas no serían suficientes para detener a Amelia. La baronesa era astuta, y su odio hacia Clara no tenía límites. Amelia la consideraba la responsable de su caída, de su captura, y ahora de su humillación.
Al día siguiente, mientras Clara paseaba por los jardines para despejar su mente, un pensamiento sombrío la asaltó: Amelia no vendría sola. Si había escapado, lo más probable es que hubiera reunido a sus aliados y que ya estuviera planeando un ataque. Pero, ¿cuándo? ¿Y cómo?
Mientras caminaba por el sendero de rosas, Clara escuchó pasos apresurados detrás de ella. Giró la cabeza y vio a uno de los sirvientes corriendo hacia ella con una expresión alarmada.
"Mi señora, he encontrado esto cerca de la entrada del castillo", dijo el joven, entregándole un sobre sellado con cera negra.
Clara lo tomó con manos temblorosas, reconociendo de inmediato el símbolo en el sello: era de Amelia.
Se apresuró a abrir el sobre y sacó la carta. El mensaje estaba escrito con una letra elegante y familiar:
**"Clara, querida condesa,
Sabía que mi caída sería inevitable una vez que tú te entrometieras en mis asuntos. Tú, una campesina que nunca debería haber estado en mi camino. No te preocupes, no busco tu muerte, no todavía. Quiero que vivas lo suficiente para ver cómo lo pierdes todo, como yo lo perdí.
Te veré pronto.
Amelia."**
El corazón de Clara latía aceleradamente. Sabía que la amenaza de Amelia no era una simple bravata. La baronesa estaba dispuesta a todo para vengarse, y eso incluía destruir el castillo y lo que más amaba: su familia y a Edward.
Clara corrió hacia Edward, que estaba reunido con algunos de sus aliados más cercanos en el salón de guerra. Le mostró la carta, y él la leyó en silencio, su expresión endureciéndose con cada palabra.
"Esto es una declaración de guerra", dijo Edward finalmente, levantando la vista de la carta. "No podemos esperar más. Debemos actuar ahora."
Clara lo miró, sintiendo la urgencia en sus palabras. "¿Qué haremos?"
"Reforzaremos la seguridad del castillo y enviaremos exploradores a las tierras cercanas. Si Amelia ha reunido un ejército o aliados, lo sabremos. No podemos dejar que nos ataque por sorpresa."
Edward convocó a sus hombres más leales y comenzó a preparar las defensas. Pero, a pesar de las medidas, Clara no podía sacudirse la sensación de que estaban rodeados de enemigos invisibles. Sabía que la batalla con Amelia no sería solo física, sino también psicológica.
Los días pasaron con una calma inquietante. Las tensiones en el castillo eran palpables, y todos estaban en alerta máxima. Sin embargo, no había señales de Amelia ni de sus aliados. Esto solo aumentaba la ansiedad de Clara y Edward. Sabían que el ataque llegaría, pero no sabían cuándo.
Una noche, mientras Clara y Edward hablaban en sus aposentos, un fuerte estruendo resonó en el castillo. Ambos se levantaron de inmediato y corrieron hacia el origen del ruido. Al llegar al salón principal, encontraron una de las puertas de entrada rota, y varios guardias inconscientes en el suelo.
"¡Está dentro del castillo!", gritó uno de los guardias que se apresuraba a levantarse. "La baronesa Amelia ha entrado con un grupo de hombres armados."
Clara sintió un nudo en el estómago. La venganza de Amelia había comenzado.
Edward tomó su espada y se volvió hacia Clara, con una mirada decidida. "No dejaré que te toque. Vamos a enfrentarlos juntos."
Clara asintió, tomando valor de la firmeza de Edward. Sabía que la batalla sería dura, pero también sabía que, unidos, podrían resistir cualquier cosa.
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El conde y la doncella
Lãng mạnLa historia comienza con Clara, una joven campesina que lucha por mantener a sus hermanos tras la muerte de sus padres. Su vida cambia drasticamente cuando el conde Edward Arenthall, obligado por el testamento de su padre a casarse para heredar una...