El salón del castillo estaba iluminado por velas y candelabros que proyectaban una suave luz dorada sobre las paredes de piedra. Los sirvientes iban y venían, arreglando los últimos detalles antes de que la reunión comenzara. Todos estaban expectantes, pues sabían que aquella noche se haría un anuncio importante, aunque pocos sospechaban la verdadera naturaleza de lo que estaba por suceder.
Clara observaba desde un rincón, intentando calmar el nerviosismo que la invadía. No estaba acostumbrada a ser el centro de atención, y la idea de enfrentarse a todos los miembros del castillo y a los allegados de Edward la aterraba. Sabía que habría murmuraciones, miradas de desaprobación y posiblemente, escándalos. Sin embargo, había tomado su decisión, y ahora debía ser valiente.
Edward entró al salón con la misma calma que siempre lo caracterizaba, aunque Clara pudo notar una tensión en su mandíbula. Aunque era el heredero del título y estaba acostumbrado a estar al mando, sabía que esta noche traería desafíos que ni siquiera él podía prever.
Cuando los invitados comenzaron a llegar, las conversaciones se llenaron de especulaciones. Muchos de los nobles del lugar habían sido convocados, y aunque estaban acostumbrados a las reuniones en el castillo, esta vez sentían que había algo diferente en el aire. Las miradas de curiosidad se cruzaban por la sala mientras todos intentaban adivinar la razón de esa inesperada reunión.
Finalmente, cuando la multitud estuvo reunida, Edward se colocó en el centro del salón y llamó la atención de todos con un simple gesto. La música cesó, y el silencio se extendió por la sala. Clara, que había estado en la periferia del salón, sintió como todas las miradas se volvían hacia Edward, pero también, de manera inevitable, hacia ella.
"Gracias a todos por venir esta noche", comenzó Edward, su voz firme y autoritaria, como siempre. "Sé que muchos de ustedes se preguntan por qué los he convocado, y quiero ser directo. Como todos saben, desde la muerte de mi padre, he estado bajo una enorme presión para cumplir con sus últimas voluntades, las cuales dictan que debo casarme y mantener dicho matrimonio durante al menos un año para heredar su fortuna y preservar el legado de nuestra familia."
La sala permanecía en un silencio tenso. Aquellos que no conocían los detalles del testamento del difunto conde ahora lo comprendían mejor. Las cejas se levantaron en señal de sorpresa, y las miradas de incredulidad recorrieron la sala.
Edward continuó, sin permitir que los murmullos comenzaran. "Durante este tiempo, he reflexionado mucho sobre lo que significa para mí este matrimonio. Y finalmente he encontrado a la persona adecuada para compartir mi vida y cumplir con el legado de mi padre."
Al decir esto, giró levemente la cabeza hacia Clara, y en ese instante, todas las miradas la siguieron, como si una luz invisible la hubiese señalado. Los murmullos empezaron a surgir entre los invitados, algunos nobles intercambiando miradas incrédulas y otros conteniendo su sorpresa. Clara sintió que el peso de mil ojos caía sobre ella, pero mantuvo la cabeza en alto, decidida a no mostrar debilidad.
"Esta noche", dijo Edward con voz solemne, "me enorgullece anunciar mi compromiso con Clara, quien ha demostrado una lealtad, una valentía y una integridad que van más allá de su origen. No es solo una servidora en esta casa; es alguien en quien confío plenamente, alguien a quien respeto y admiro. Y con su ayuda, cumpliré con las obligaciones que mi padre me impuso."
El silencio que siguió fue ensordecedor. Clara podía sentir el escepticismo y la confusión de los presentes. El choque entre las expectativas de los nobles y la realidad de que el conde iba a casarse con una simple criada era evidente en cada mirada. Sin embargo, nadie se atrevió a interrumpir a Edward mientras hablaba.
Una noble de edad avanzada, la Condesa Viola, fue la primera en romper el silencio. Con un leve carraspeo, se acercó un poco más, observando a Edward con una mezcla de incredulidad y desdén. "¿Estás diciendo, Edward, que planeas casarte con una... criada?" Sus palabras resonaron en la sala, seguidas por un murmullo que se extendió entre los demás presentes.
Edward se mantuvo imperturbable. "Sí", respondió con firmeza. "Eso es exactamente lo que estoy diciendo. Clara es más que su posición en esta casa. Ella ha demostrado ser digna de este compromiso. Y juntos, vamos a asegurar el futuro del castillo y de todos los que dependen de él."
El murmullo se hizo más fuerte, pero antes de que las conversaciones pudieran descontrolarse, Edward levantó una mano. "Sé que esto puede sorprender a algunos. Pero la decisión está tomada. Y aquellos que lo acepten tendrán siempre mi respeto y gratitud. Este compromiso es más que un simple acuerdo para cumplir con el testamento. Es una alianza entre dos personas que desean construir algo juntos."
Clara, hasta ese momento en silencio, sintió una oleada de emoción y nerviosismo al oír las palabras de Edward. Él estaba luchando no solo por cumplir con las condiciones de su padre, sino también por su elección de estar con ella, a pesar de todo lo que eso implicaba. Ella respiró hondo y, antes de que pudiera pensar demasiado, se adelantó para unirse a él en el centro del salón.
Cuando estuvo a su lado, Edward la miró con una leve sonrisa, reconociendo su valentía al dar ese paso. Clara, mirando a los presentes, sintió una mezcla de orgullo y temor. Sabía que el camino por delante no sería fácil, pero ya no podía volver atrás. Había tomado su decisión, y ahora debía enfrentarse a las consecuencias de esa elección.
La Condesa Viola, aún sorprendida por lo que acababa de escuchar, simplemente murmuró para sí misma y se retiró al fondo del salón. Otros nobles comenzaron a intercambiar sus opiniones en susurros, y algunos parecían más receptivos que otros. A pesar del escepticismo que flotaba en el aire, nadie se atrevió a desafiar directamente a Edward, quien se mantenía firme en su postura.
De pronto, una voz surgió de entre la multitud. "Si el joven lord ha hecho su elección, ¿quiénes somos nosotros para contradecirlo?" Era Lord William, un viejo aliado de la familia, que alzó su copa en señal de aprobación. "Brindemos por el compromiso y por el futuro de esta casa."
Lentamente, los murmullos cesaron y uno a uno, los nobles comenzaron a levantar sus copas, aunque algunos lo hicieron con más entusiasmo que otros. La sala, que momentos antes parecía llena de incertidumbre, comenzó a recuperar su ritmo. La música se reanudó y las conversaciones, aunque discretas, volvieron a fluir.
Clara sintió que la tensión en sus hombros se aflojaba ligeramente, aunque sabía que la verdadera batalla aún no había comenzado. Ahora que el compromiso era oficial, tendría que lidiar con las repercusiones que este traería, no solo dentro del castillo, sino también en su relación con Edward.
Cuando la multitud comenzó a dispersarse y los invitados se entregaron nuevamente a sus conversaciones, Edward se giró hacia ella, sus ojos llenos de determinación. "Lo hemos logrado", susurró.
Clara asintió, pero en su interior sabía que esto era solo el principio. La batalla más difícil aún estaba por librarse: cómo hacer que este matrimonio, nacido de una obligación, se convirtiera en algo más real, más sincero, y que ambos pudieran encontrar en él algo de lo que nunca habían esperado.
ESTÁS LEYENDO
El conde y la doncella
RomanceLa historia comienza con Clara, una joven campesina que lucha por mantener a sus hermanos tras la muerte de sus padres. Su vida cambia drasticamente cuando el conde Edward Arenthall, obligado por el testamento de su padre a casarse para heredar una...