El sonido de sus pasos resonaba en el silencioso corredor, un eco que reverberaba entre las paredes de piedra del castillo. Clara, aunque decidida, no podía evitar sentir un nudo en el estómago. Cada rincón de aquel lugar parecía esconder secretos, historias que ella, una simple campesina, apenas podía imaginar. La anciana que la había recibido caminaba delante de ella con pasos seguros, como si el tiempo no hubiera mermado su energía.
Finalmente, llegaron a una puerta pesada de madera oscura. La mujer se detuvo y giró para enfrentar a Clara con una mirada que mezclaba severidad y algo parecido a la compasión. "Espera aquí", le dijo, antes de desaparecer detrás de la puerta.
Clara respiró hondo, intentando controlar el temblor de sus manos. Se quedó de pie, observando los tapices que adornaban las paredes, imágenes de batallas pasadas, de reyes y caballeros. Su vida, comparada con la grandeza de aquellos retratos, parecía insignificante, pero eso no le hizo dudar de su propósito. Sabía que lo que estaba a punto de enfrentar podría cambiar su vida y la de sus hermanos para siempre.
La puerta se abrió de nuevo y la anciana asomó la cabeza. "Entra", le indicó con un gesto, y Clara obedeció.
El salón al que ingresó era amplio, con grandes ventanales que dejaban entrar la luz de la mañana, iluminando las alfombras ricamente decoradas y los muebles de madera oscura. Al fondo, de pie junto a una chimenea apagada, estaba un hombre alto, de cabello oscuro y con el ceño fruncido. Lord Edward.
Clara sintió un escalofrío al verlo. No era solo su presencia imponente lo que la intimidaba, sino también la frialdad en su mirada. Los rumores no habían exagerado: había en él una dureza que pocos podían soportar.
Edward alzó la vista al oírla entrar y sus ojos se encontraron. Por un breve instante, un destello de sorpresa cruzó su rostro, como si no hubiera esperado que la solicitante fuera alguien como Clara. Luego, su expresión volvió a ser la misma, severa e inescrutable.
"¿Así que buscas trabajo aquí?" Su voz resonó en el salón, firme y autoritaria.
"Sí, milord", respondió Clara, manteniendo la cabeza erguida a pesar de la tensión que sentía. "He venido porque necesito trabajar para mantener a mi familia. He oído que necesitan una doncella."
Edward la observó en silencio durante lo que pareció una eternidad. Clara sintió cómo su determinación empezaba a flaquear bajo aquella mirada escrutadora. Finalmente, él asintió, como si hubiera llegado a una conclusión.
"Mi familia necesita a alguien que sea eficiente, discreto y leal. Aquí no hay lugar para errores o debilidades. ¿Estás preparada para eso?" preguntó, acercándose un paso más hacia ella.
Clara tragó saliva. Sabía que estaba frente a un hombre que no aceptaría nada menos que la perfección. Pero, a pesar de la dureza de sus palabras, algo en ella la instó a no retroceder. "Sí, estoy preparada", respondió con firmeza.
Edward la estudió por un momento más, antes de volver la mirada hacia la anciana que había permanecido en silencio a un lado. "Encárgate de que aprenda sus deberes. Si demuestra ser útil, podrá quedarse", ordenó.
La anciana asintió y, con un gesto de su mano, indicó a Clara que la siguiera. Mientras salían del salón, Clara sintió que sus piernas apenas la sostenían. Había pasado la primera prueba, pero sabía que lo más difícil aún estaba por venir.
Durante las semanas siguientes, Clara se sumergió en su nuevo trabajo. La anciana, que resultó llamarse Margaret, le enseñó las tareas que debía realizar: limpiar los grandes salones, atender las habitaciones, y asegurarse de que todo estuviera en perfecto orden. El trabajo era arduo, pero Clara lo aceptó con gratitud, recordando siempre a sus hermanos, a quienes cada día enviaba parte de su salario para que no les faltara nada.
A pesar de su agotamiento, Clara no podía evitar sentirse intrigada por Lord Edward. Rara vez lo veía, pero cuando lo hacía, no podía evitar preguntarse qué clase de hombre era en realidad. ¿Era tan cruel como decían los sirvientes? ¿O había algo más detrás de esa fachada fría?
Una tarde, mientras limpiaba uno de los salones, escuchó un ruido detrás de una de las puertas cerradas. Curiosa, se acercó para ver qué sucedía. Al abrirla, se encontró con Lord Edward, solo, tocando el piano con una intensidad que la sorprendió. La música que emanaba del instrumento era melancólica y apasionada, llena de un dolor que Clara no habría asociado con él.
Al darse cuenta de su presencia, Edward dejó de tocar abruptamente y la miró con dureza. "¿Qué haces aquí?", preguntó con voz cortante.
Clara se sonrojó al darse cuenta de que había invadido un momento privado. "Lo siento, milord. No quería interrumpir. Solo estaba... limpiando", se excusó, dando un paso hacia atrás.
Edward la observó por un momento, sus ojos oscuros examinándola con una mezcla de desconfianza y algo más, algo que Clara no pudo identificar. Finalmente, suspiró y se levantó del banco del piano.
"No vuelvas a entrar sin permiso", dijo, pero su tono no era tan severo como antes. Sin decir más, salió del salón, dejándola sola con el eco de las notas que aún resonaban en el aire.
Clara se quedó allí, inmóvil, procesando lo que acababa de presenciar. Por primera vez, se dio cuenta de que Edward no era solo el hombre frío y distante que todos decían. Había algo más profundo, una tristeza que escondía tras su máscara de dureza. Sin quererlo, Clara comenzó a sentir una curiosidad creciente por descubrir quién era realmente el hombre que se ocultaba tras aquella armadura de indiferencia.
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El conde y la doncella
RomanceLa historia comienza con Clara, una joven campesina que lucha por mantener a sus hermanos tras la muerte de sus padres. Su vida cambia drasticamente cuando el conde Edward Arenthall, obligado por el testamento de su padre a casarse para heredar una...