Capítulo 11: El Deber y la Espada

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El atardecer teñía el cielo de un rojo profundo mientras Bedivere cabalgaba en silencio, el sonido de los cascos de su caballo resonando suavemente contra el suelo húmedo. La naturaleza que lo rodeaba era exuberante, con árboles altos cuyas copas se alzaban hacia el cielo como guardianes ancestrales. Una ligera bruma danzaba sobre la superficie del lago, ocultando su verdadera profundidad y añadiendo un aire de misterio. A pesar de la tranquilidad del lugar, Bedivere sentía una energía que emanaba de las aguas, una sensación de protección mágica que lo rodeaba.

No estaba lejos de su destino, el altar donde devolvería la espada Excalibur a la Dama del Lago, cumpliendo así la última voluntad de su rey, Artoria Pendragon. Sin embargo, justo antes de llegar, Bedivere detuvo su caballo abruptamente. Frente a él, en el sendero, se encontraba Ashira, con los brazos cruzados, su armadura reluciendo a la luz menguante del sol, y una mirada seria fija en él.

Bedivere frunció el ceño y, con cautela, bajó de su caballo, manteniendo una mano cerca de la empuñadura de su espada.

-Ashira... Se suponía que estarías lejos, y sin embargo, estás aquí. ¿Cómo lograste llegar tan rápido? -preguntó Bedivere, su voz tensa, la sorpresa evidente en sus palabras.

Ashira no respondió de inmediato. Su mirada se deslizó hacia el caballo de Bedivere, donde pudo ver el brillo dorado de Excalibur asomando por detrás de su montura. Al notar esto, Ashira trató de sonar tranquila, pero su voz la traicionó.

-Así que es verdad... -murmuró, la seriedad en su tono más palpable con cada palabra-. Bedivere, lamento decirte que necesito esa espada.

Aún con los brazos cruzados, Ashira lo miró fijamente, su expresión decidida. Bedivere, por su parte, sabía que enfrentarse a Ashira sería un desafío. Ella era conocida como una de las más formidables guerreras, una digna discípula de Artoria, mientras que él no poseía la misma destreza en combate que otros caballeros de la Mesa Redonda. Sin embargo, cumpliría su deber, el último pedido de su rey.

-No puedo hacerlo... -respondió Bedivere, su voz firme, aunque con un dejo de tristeza-. Además, ¿por qué necesitas Excalibur?

Ashira frunció el ceño, claramente irritada por la pregunta.

-Si quiero defender Camelot, necesito su poder. Mientras yo viva, el reinado de Artoria seguirá en pie... ¡Protegeré el reino y su legado! Para eso, necesito la espada.

Una pequeña sonrisa se formó en los labios de Bedivere al escuchar las palabras de Ashira. Admiraba su determinación, pero su deber era claro.

-Entonces, tendrás que matarme para obtenerla, porque seguiré con mi deber y cumpliré la misión que me fue encomendada -dijo Bedivere mientras desenvainaba su espada, apuntándola hacia Ashira.

Ashira sonrió con orgullo y aplaudió lentamente.

-No esperaba menos de ti... No aceptaría otra respuesta. Me alegra saber que sigues siendo fiel, Bedivere.

Ambos intercambiaron una sonrisa cargada de respeto mutuo. El silencio entre ellos se llenó de la inminente batalla, sus corazones latiendo al unísono, impulsados por su lealtad hacia el mismo rey.

-Ashira, sin importar cuál sea el resultado... ¿Sin rencores? -dijo Bedivere con una voz tranquila pero firme.

Ashira invocó dos lanzas con su anillo, tomándolas con ambas manos. Su expresión era seria, pero había una chispa de emoción en sus ojos.

-Sin rencores -respondió, lista para el combate.

Bedivere sostuvo su espada con ambas manos, asintiendo ligeramente.

-De igual manera, no creo que seas digna de blandir Excalibur. Lucharé con todo, con la intención de matarte.

Ashira se rió suavemente, mostrando una sonrisa confiada.

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