Capítulo 4 (segunda parte)

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Continuaron el viaje a través de la meseta todo lo rápido que los caballos se podían permitir. El paisaje comenzó a cambiar y el prado verde salpicado de matorrales dejó paso a un terreno más parduzco dominado por árboles de hoja caduca. El tiempo avanzaba rápido y, antes de que se dieran cuenta, ya habían transcurrido dos semanas desde su huida de Kada. En ese tiempo no se habían encontrado con ningún perseguidor y eso a Eseneth le resultaba extraño. Era imposible que todo fuera a ser tan fácil. «No es posible que el eirén no esté buscando a Veda —razonó—. ¿Qué está tramando?»

Una mañana Yanis obligó a los caballos a ralentizar la marcha e informó al grupo:

—Estamos a punto de entrar en Diema.

—¿Ya? —se sorprendió Shaleen—. ¿No tenemos que cruzar una frontera física?

—Existe libre circulación entre los países del continente desde hace más de un siglo —explicó el geógrafo—. Fue un acuerdo al que llegaron para conseguir mejorar la economía y el comercio entre...

Lanson resopló.

—No necesitamos una lección de historia.

Se adentraron en una extensión basta de tierra parda que se perdía en el horizonte y parecía querer unirse a lo lejos con el azul del cielo. Tomaron un camino que serpenteaba entre las suaves colinas hasta que llegaron a un conjunto de campos de trigo con casas de ladrillo pequeñas y achaparradas repartidas entre ellos. Un grupo de campesinos trabajaban con arados en los campos, pero ninguno se fijó en ellos.

—Esto es la Llanura de la Capital —informó Yanis.

—¿Estamos cerca de Kámdara? —se extrañó Lanson—. Pensaba que quedaba más al norte...

—La llanura recibe ese nombre porque toda esta región pertenece a la capital —aclaró el geógrafo—. Kámdara se encuentra mucho más lejos y si seguimos el camino planeado no deberíamos cruzarla. Sin embargo —arrugó el gesto—, sí que deberemos pasar cerca del castillo del señor par Gerhard Arc.

—He oído hablar de él —comentó el alto aristócrata—. Es uno de los más ricos e influyentes de Diema. Y muy fiel al rey Tebra Soerdin.

—¿Qué es un señor par? —preguntó Veda, irguiéndose sobre la silla del caballo.

—Deberíais saberlo, alteza —apreció Yanis con una sonrisa—. ¿No tenéis clases de diplomacia y política exterior?

La niña hizo un mohín.

—Son muy aburridas —protestó—. Casi nunca presto atención.

—Si lo hicierais, sabríais qué es un señor par. —El geógrafo le guiñó un ojo—. Son nobles de Diema que tienen a su servicio a siervos que trabajan para ellos. Y, a su vez, pueden ser tributarios de otros señores pares más importantes. Como el rey; el rey es el señor de todos.

Veda torció el gesto.

—Entonces, ¿mi padre es también un señor par?

—No —rio Yanis—. Este sistema solo funciona aquí, en Diema.

—Una vez vino uno de esos señores al palacio —recordó Veda—. Tenía un nombre muy raro...

—Alban de Nils —intervino Lanson—. Me acuerdo de él. Tuvimos ocasión de mantener una conversación cordial y amigable. Me resultó un hombre honrado e íntegro.

—No son cualidades habituales en un señor par —terció Yanis.

Continuaron avanzando a través de campos de trigo hasta que se encontraron con un grupo de campesinos que corrían en desbandada en su misma dirección. Lanzaban gritos desesperados e inconexos y Eseneth creyó distinguir la palabra «monstruo» entre ellos.

El último Sacrificio (Hijos del Primigenio I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora