En cuanto Shaleen estuvo restablecida, prosiguieron el viaje hacia el este y pronto se adentraron en una estepa cada vez más verde y menos árida en la que empezaron a predominar los arbustos de lavanda y tomillo y los grupos dispersos de acacias y encinas.
Eseneth se alegraba de abandonar al fin Diema. La posibilidad de lidiar con las inclemencias del desierto no le preocupaba, pues sabía que él ya no podía sufrirlas, pero temía por los demás. Recordaba casi como si hubiera sido el día anterior el insufrible calor por los días y el espantoso frío por las noches. Por suerte, Yanis había sabido reconducir el camino para alejarse lo máximo posible del núcleo del desierto. El único error que el geógrafo cometió fue que, en contra de sus suposiciones, no encontraron ninguna aldea al este de Anker donde poder sustituir los caballos que habían perdido en el castillo de Alban de Nils.
—No importa —repuso el joven a medida que avanzaban por las tierras cada vez más frescas y verdes—. Pronto entraremos en el kurganado de Orilhia. Allí sí encontraremos ciudades donde podremos encontrar monturas.
Se detuvieron al mediodía a comer un pequeño zorro que habían cazado entre Shaleen y Zay. Era lo único que tenían ya que sus viandas se habían quedado también en Anker. Mientras comían a la sombra de una encina, Yanis les dio indicaciones sobre lo que podrían encontrarse en Leilany.
—Será mejor no pisar ninguna de las capitales de los tres kurganados. En estos momentos disfrutan de un acuerdo de paz entre ellos, pero son fieles al Primigenio, así que podrían aliarse en nuestra contra.
—¿Conoces a los kurganes actuales? —se interesó Eseneth. No estaba muy al tanto de la política leilanesa; lo máximo que sabía era que el país no tenía monarquía, sino que estaba conformado por una confederación de estados llamados kurganados, independientes los unos de los otros. Siempre había sido así, aunque en el pasado las batallas y las disputas entre los kurganes por robarse territorios había sido una constante.
—No en persona —contestó Yanis. Se puso un dedo en la barbilla y entrecerró los ojos—. Si mal no recuerdo, Forsalha la administra el kurgán Ayrton Liroye. En Orilhia sigue gobernando la oligarquía de los Creedence. Y MayLeen está a cargo de Nishta Gredel, descendiente de una rica familia de comerciantes. —Sacudió la cabeza—. No me fío de ninguno. Son personas que piensan más en sus intereses que en el bien de Celystra, de eso no me cabe duda.
—¿Y por dónde iremos para evitar cruzarnos con ellos? —preguntó Ivy.
—En primer lugar cruzaremos el río Khelina hasta llegar a Orilhia, la rodearemos y bajaremos por las Praderas Eternas hasta llegar a Luros. Si todo va bien, no deberíamos encontrarnos con ninguno de los kurganes. Así que por favor —añadió, mirando sin ningún tipo de disimulo a Lanson—, evitad en la medida de lo posible pasar la noche en sus palacios, por muchas ganas que tengáis.
El alto aristócrata arrugó la frente y se limitó a gruñir una protesta para sí mismo. Por la tarde continuaron avanzando. Cruzaron extensos campos de gramíneas rodeados de encinas y arbustos de tomillo y adelfas. Para cuando se hizo de noche, las plantaciones de cebada y trigo empezaron a dejar paso a unas tierras cada vez más verdes.
—¿Esto es ya Leilany? —quiso saber Veda.
—Si no me equivoco, estamos entrando en el kurganado de Orilhia —comentó Yanis—. Será mejor que paremos a descansar; a partir de aquí nos espera un largo camino.
Se detuvieron bajo un grupo de acacias y Eseneth hizo guardia mientras los demás dormían. Desde la aparición de la bruja se mantenía más alerta, incluso cuando los otros estaban despiertos. Se alejó unos metros y oteó el horizonte. Por primera vez se encontraba en un lugar desconocido y albergaba una mezcla de ansiedad y emoción. En realidad, él ya no podía experimentar sensaciones; su corazón hacía tiempo que había dejado de insuflarle sangre y su cerebro ya no le transmitía percepciones como el frío o el calor. Sin embargo, algo dentro de él todavía era capaz de sentir cosas. Emociones primarias, sentimientos básicos. Odio. Amor. Miedo.
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El último Sacrificio (Hijos del Primigenio I)
FantasyEl mundo de Celystra vive asolado por el Primigenio, su dios y creador, pero también su verdugo. Varios pueblos se atrevieron a alzarse contra él en el pasado, y su desfachatez les salió muy cara. Ahora, siglos después, el Primigenio exige que cada...