Ivy llegó al Eirenado a la hora pactada con Rella, pero la reina no se encontraba en el pasillo exterior de la sala del Sacrificio, tal y como habían acordado. En su lugar había una acólita elfa que se erguía imponente y altiva en su uniforme blanco. No llevaba puesta la capucha como era habitual y su cabello, rubio y sedoso, caía en suaves bucles sobre su traje impoluto.
La ausencia de Rella y la presencia de la acólita la pusieron nerviosa. Sus manos empezaron a sudar y se las pellizcó, tratando de tranquilizarse. Se acercó a ella y, con toda la normalidad que pudo encontrar, le preguntó por la reina.
—Se encuentra en la sala con el Sacrificio —le explicó la elfa. Apenas tenía acento al hablar, por lo que Ivy sospechó que debía llevar viviendo en Nandora mucho tiempo—. El eirén le ha permitido una segunda despedida porque la ha visto muy afectada.
Ivy miró a su alrededor.
—¿El señor eirén está aquí? —quiso saber. La acólita la miró igual que miraría a una mosca posada en un trozo de pan.
—Estuvo hasta hace apenas unos minutos —le contestó, tras unos instantes de vacilación en el que debió considerar si Ivy era lo bastante importante como para responder a su pregunta—. Volverá en breve para presidir la ceremonia del sacrificio.
La acólita calló y pareció perder el interés en ella. Ivy se alejó sin dejar de pellizcarse las manos. ¿Cómo iba a llevarse a Veda si esa acólita seguía allí cuando Rella saliera? El plan de la reina daba por supuesto que a esas horas ni el eirén ni sus acólitos se encontrarían todavía allí; ¿acaso su amiga habría valorado esa opción y tendría pensado usar la fuerza contra ella?
Se asomó al pasillo que conducía al salón central del Eirenado. La estancia empezaba a llenarse con los primeros asistentes. Ivy reconoció a un impasible Maiwen Arezo charlando distraído con Lors Bedney, otro de los consejeros reales. Bedney tenía el rostro arrugado en un gesto de preocupación y no hacía más que sacudir la cabeza.
—Debemos pensar en el futuro y en cómo esto nos puede beneficiar, Lors —acertó a escuchar a Maiwen Arezo. Bedney lo miró asqueado.
—¿Beneficiarnos de la muerte de una niña? ¿Cómo puedes ser tan rastrero?
La puerta del Eirenado se abrió y una joven enfundada en toscas ropas de cuero y brazos cubiertos de tatuajes entró en la sala. Se plantó en el centro y miró a izquierda y derecha. Ivy le hizo señas con la mano y la joven caminó lo más deprisa que pudo hacia ella.
—¿Llego tarde? —le preguntó en cuanto estuvo a su lado. Tenía el rostro sonrojado y su trenza oscura le caía despeinada sobre el hombro izquierdo—. Lo siento, he venido lo más rápido que he podido.
—No te preocupes, Shaleen —la tranquilizó Ivy—. Todavía no ha empezado.
«Y tampoco sé si llegará a hacerlo», no pudo evitar pensar. Guio a Shaleen hacia el interior del pasillo. La puerta a la sala del Sacrificio seguía cerrada y la acólita no se había movido de su puesto de vigilancia. Su amiga la cogió con fuerza del brazo y tiró de ella hacia atrás.
—¿Por qué hay una acólita ahí? ¿Dónde está la reina?
—Rella se encuentra dentro de la sala con Veda —le explicó Ivy—. Espero que la acólita se marche en cuanto salga.
—¿Y si no lo hace? —Shaleen arrugó la frente y crujió los nudillos—. No he traído el arco, pero puedo encargarme de ella sin él...
—Eso no será necesario —musitó la elfa—. Por el momento, esperemos. Aún hay tiempo.
Shaleen asintió y se apoyó en la pared a su lado. A los pocos segundos deambulaba de manera nerviosa de un lado al otro del pasillo. La acólita no le quitaba el ojo de encima, aunque se limitaba a mirarla en silencio con una expresión de evidente hastío. Ivy no pudo evitar sonreír; Shaleen era una persona algo impredecible, ansiosa e impaciente, pero la amiga en quien más confiaba solo por detrás de Rella. Por eso había preferido pedirle a ella que la acompañara en esa aventura; no solo para contar con alguien de confianza a su lado, sino también porque sabía que Shaleen nunca se negaría ante la posibilidad de rebelarse contra el Primigenio.
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El último Sacrificio (Hijos del Primigenio I)
FantastikEl mundo de Celystra vive asolado por el Primigenio, su dios y creador, pero también su verdugo. Varios pueblos se atrevieron a alzarse contra él en el pasado, y su desfachatez les salió muy cara. Ahora, siglos después, el Primigenio exige que cada...