No había nada inapropiado en sus acciones, o al menos eso era lo que Ethan intentaba convencerse mientras, aún medio dormido, entrelazaba sus pensamientos con los últimos retazos de sueños que se desvanecían. Cuando despertó la mañana siguiente, enredado entre las sábanas que aún conservaban el calor y el aroma de Sam, su mente aún nublada por el sueño lo engañó por un momento. Bajo la pesada manta que lo cubría, sintió una decepción sutil y dolorosa al darse cuenta de que ese calor no era el de Sam, que ese peso reconfortante sobre él no pertenecía al cuerpo de Sam. Aún con los ojos cerrados, dejó escapar un suspiro bajo y frustrado.
Por un instante, permaneció inmóvil en el centro de la cama—las camas, se corrigió mentalmente—, dejando que la decepción se asentara en su pecho. Pero cuando extendió un brazo, buscando el calor del otro cuerpo que debía estar allí, el pánico lo sacudió violentamente, desterrando cualquier rastro de somnolencia. Sam no estaba.
Despertó de golpe, abriendo los ojos y sentándose abruptamente en medio de la cama. La habitación estaba vacía, el espacio a su lado desierto y frío, y su mente se llenó de preguntas que lo atormentaban. ¿Lo había asustado? ¿Sam se había sentido incómodo y decidió irse? ¿Había comprendido, finalmente, lo que estaba ocurriendo, lo que Ethan no se atrevía ni a pensar? ¿Había visto algo inapropiado en sus interacciones?¿O, peor, se había sentido mal otra vez? La simple idea hizo que el estómago de Ethan se revolviera, y su pánico comenzó a multiplicarse.
El rugido del motor de una camioneta acercándose a la casa rompió el caos en su mente, una señal que lo alertó sobre lo que podría estar a punto de suceder. Jacob y Billy regresaban de Port Angeles. Ethan sintió una oleada de pánico aún mayor, pensando en cómo explicar su presencia en la casa, su estancia en la habitación de Sam. Podía fingir que había dormido en el sofá, inventar alguna excusa para explicar por qué no estaba en su propia casa o, en un impulso aún más irracional, esconderse debajo de la cama y pretender que nada de lo ocurrido la noche anterior había sucedido.
Pero no podía ignorar cómo se sentía realmente. Lo que lo asustaba más que la idea de que los demás descubrieran su situación era lo que había sentido entre los brazos de Sam. No había dormido tan bien en mucho tiempo; nadie lo había abrazado así en años. Nadie le había dicho que lo extrañaba de esa manera, con una necesidad casi desesperada. Y aunque Ethan intentaba convencerse de que debía apartarse, sabía en lo más profundo de su ser que no quería alejarse de Sam. Sam lo hacía sentir bien, lo hacía sentir útil, no patético. Y aunque sabía que Sam lo miraba con una mezcla de pasión y afecto, aunque sabía que Sam necesitaba ayuda, no podía evitar desear ser mirado así, porque nadie más lo había mirado así antes. Era patético, lo sabía, pero no podía dejar de desearlo.
En medio de su caos mental, escuchó el crujido de la puerta de la casa abriéndose y luego los pasos apresurados que atravesaban la sala. El corazón de Ethan latía a toda velocidad cuando la puerta de la habitación se abrió de golpe, revelando a Sam en el umbral. Sam se detuvo en seco al encontrar a Ethan en el suelo, enredado torpemente entre las sábanas, con el cabello desordenado y la expresión de alguien que acaba de despertar de una pesadilla. Ethan levantó la mirada hacia él, con los ojos aún cargados de confusión y pánico, mientras Sam lo observaba en silencio, sus ojos reflejando preocupación y algo más que Ethan no supo descifrar.
"¿Ethan?" preguntó Sam suavemente, su voz baja pero firme. Dio un paso adelante, su calor llenando de nuevo el espacio a su alrededor, y se agachó para ayudar a Ethan a deshacerse de las sábanas que lo aprisionaban. "¿Estás bien?"
Ethan tragó saliva, aún desorientado, pero se aferró a la mano de Sam como si fuera un ancla, permitiendo que lo ayudara a levantarse del suelo.
"Sí… lo siento. No sé qué…" balbuceó Ethan, evitando los ojos de Sam mientras intentaba recomponerse. "Pensé que te habías ido… que…" debía callarse.

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filed teeth | Sam uley.
Hayran KurguEn el corazón de la reserva de La Push, la niebla se alzaba como un velo antiguo, ocultando los secretos y las historias de sus habitantes. Los árboles susurraban con el viento, compartiendo cuentos de antaño que solo aquellos con oídos atentos podí...