ocho .

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Ethan siempre había sido un cobarde, y lo sabía. Cuando finalmente despierta en el sofá de Billy, la ausencia de Sam y el vacío que lo rodea le recuerdan todo lo que ha sucedido. Siente las pruebas incriminatorias de la noche anterior en su ropa interior y en su propia mano, y el reconocimiento de su cobardía se intensifica. Nunca antes se había sentido tan pequeño, tan asfixiado por su propia debilidad.

Sin molestarse en ser silencioso ni cuidadoso, se levanta con torpeza. Apenas es de madrugada; la oscuridad exterior lo confirma, y el reloj en la sala parpadea, como si lo regañara por sus acciones. Toma sus zapatos y su chaqueta con manos temblorosas, y sale de la casa de Billy como un criminal que huye de la escena del crimen. Cada paso se siente pesado, el trayecto hacia la camioneta se convierte en un castigo lento e interminable, su cuerpo todavía temblando por el frío, o quizá por algo más profundo, más visceral.

Al conducir de regreso hacia la casa de Charlie, el trayecto se extiende eternamente, una tortura en cámara lenta. Siente las manos agarrotadas en el volante, y no está seguro de si es el frío de la madrugada o el remordimiento lo que le causa ese temblor incontrolable. Apaga el motor frente a la casa de Charlie, pero no puede obligarse a entrar. Sabe que si lo hace, despertará a Charlie, y su hermano verá inmediatamente el pánico y la culpa en su rostro. No puede enfrentarse a eso. No ahora, no cuando la vergüenza lo ahoga desde adentro.

Así que se queda en la camioneta, abrazándose a sí mismo bajo la chaqueta, temblando más por la desolación que por el frío. Se deja caer sobre los asientos, incapaz de cerrar los ojos, deseando poder dormir un poco. Quizá, con suerte, en la mañana haya recuperado algo de valor, o al menos lo suficiente para fingir que no pasó la noche en la camioneta, llorando como el hombre patético que sabe que es.

El sueño nunca llega. Las horas pasan, y el reloj finalmente le indica que Charlie está por despertar. Con el cuerpo entumecido y rígido por la incomodidad de los asientos, Ethan sale de la camioneta, temblando. Cada paso hacia la casa es una agonía; sus músculos protestan, su mente grita que debería marcharse, huir del pueblo antes de tener que enfrentarse a su hermano. A Sam, oh a Sam. No quiere pensar en Sam. Pero en lugar de escapar, se apresura hacia la puerta. Si Charlie abría las cortinas y lo veía ahí, congelado y agotado, no habría forma de evitar las preguntas.

Con manos que apenas cooperan por el temblor, busca la llave en el bolsillo. Charlie se la había dado hacía años, y a pesar de todo, aún la tenía. Abre la puerta con dificultad, el metal frío en sus dedos temblorosos se siente como un castigo merecido. El silencio de la casa lo recibe, y camina despacio por el pasillo. Finalmente, se deja caer en el sofá, sus movimientos son torpes, agotados. Se quita los zapatos con desgana y tira una manta sobre sí mismo, como si al cubrirse pudiera esconderse de su propia vergüenza.

El crujido de los escalones anuncia a Charlie bajando las escaleras unos diez minutos después. Ethan se aprieta más contra el sofá, intentando ser invisible, pero sabe que es inútil. El sonido de los pasos de Charlie, indecisos, lo hace imaginarse a su hermano tratando de descifrar cuándo llegó. Probablemente no lo oyó entrar, lo que en una casa tan pequeña y silenciosa era raro. Seguramente, Charlie estaría preguntándose cuánto tiempo llevaba Ethan durmiendo allí.

Cuando Ethan escucha a Charlie acercarse, contiene el aliento, rezando para no ser descubierto. Pero la humedad pegajosa en su ropa interior lo caza, trayendo de vuelta todos los recuerdos incómodos y vergonzosos de la noche en casa de Billy. Se siente atrapado, incapaz de escapar de lo que ha hecho. Cierra los labios debajo de la manta, su mente se llena de imágenes de Sam, de los besos, de lo que había sucedido, y una nueva ola de vergüenza lo inunda.

Charlie murmura algo ininteligible y se aleja, sus pasos arrastrándose hacia la cocina. Ethan oye el sonido del café preparándose, el ritual familiar que normalmente le brindaría consuelo, pero hoy solo agrava la angustia que lo consume. Charlie deambula por la casa, como si su presencia fuera una sombra que Ethan no puede evitar. Intenta relajarse en el sofá, rezando para poder dormir, para escapar de su propia mente, aunque sea por unos minutos.

filed teeth | Sam uley.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora