★ máquina de escribir 4 ★

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Extracto del Diario de Oliver

Página 113: El Eclipse de la Mente

2 de febrero de .....

Con el paso de los días, algo dentro de mí comenzó a cambiar, como si una sombra que había estado oprimiendo mi corazón comenzara a disiparse lentamente. Renata y yo pasábamos cada vez más tiempo juntos, y en su compañía, empecé a sentirme más ligero, como si el peso de mis heridas empezara a desvanecerse. Su risa, su forma de ver el mundo, siempre tan empática y comprensiva, eran un bálsamo que aliviaba mis cicatrices más profundas.

Ya no me importaba tanto ser un héroe. Antes, solía pensar que mi valor se definía por mis habilidades, por mi capacidad de proteger a otros. Pero con Renata a mi lado, me di cuenta de que la verdadera fuerza no estaba en las batallas que peleaba, sino en las conexiones que forjaba, en los lazos que me unían a las personas que me importaban. Renata se convirtió en mi ancla, en el faro que iluminaba mi camino en medio de la tormenta. Con ella, podía ser yo mismo, sin necesidad de máscaras ni armaduras.

Pero como toda luz, esta también tenía su sombra. Una noche, mientras caminábamos juntos bajo el cielo estrellado, sentí que algo se rompía dentro de mí, algo que había estado latente, esperando el momento adecuado para emerger. No fue un grito, ni un lamento. Fue un silencio ensordecedor, un vacío que me inundó de repente, arrastrándome hacia un abismo que no podía comprender.

Sin previo aviso, el bloqueo emocional regresó, más poderoso que nunca. Era como si todas las emociones que había estado evitando, todo el dolor, el miedo, la ira, se concentraran en un solo punto, en una presión insoportable que me hizo perder el control. Sin pensar, sin dudar, me di la vuelta y comencé a correr, como si de alguna manera pudiera escapar de mí mismo.

Renata, siempre fiel, corrió detrás de mí, llamándome, suplicándome que me detuviera. No sé cuánto tiempo corrí, ni cuánto llovía en ese momento, pero la lluvia golpeaba mi piel con una ferocidad que me recordaba a la intensidad de mis propios pensamientos. Sentía que me estaba ahogando, no en el agua, sino en mis propios demonios, aquellos que no había logrado expulsar con la escritura.

Finalmente, llegué a mi casa, jadeando, empapado hasta los huesos. Quería entrar, cerrarme al mundo como había hecho tantas veces antes. Pero Renata no me lo permitió. Antes de que pudiera abrir la puerta, sentí su mano en mi brazo, firme, decidida. Se aferraba a mí como si su vida dependiera de ello, y en cierto modo, quizás lo hacía.

"¿Qué te pasa?", me preguntó con la voz quebrada, su desesperación evidente.

Pero en ese momento, todo lo que podía pensar era en el caos que reinaba dentro de mí, en la furia que no podía contener. Sin siquiera pensar en las consecuencias, en lo que mi acto significaría, levanté mi mano y la golpeé. Fue un golpe fuerte, impulsado por una ira que no entendía. Renata cayó al suelo, el impacto de la caída resonando en el silencio de la tormenta.

Ella me miró, sus ojos grandes, llenos de dolor y sorpresa. En ese instante, supe que había cruzado una línea, que había roto algo entre nosotros que quizás nunca podría repararse. Pero no sentía arrepentimiento. Solo sentía el vacío, el deseo de destruir, de liberar la oscuridad que se había apoderado de mí.

"Yo ya no quiero ser un héroe...", le dije, con la voz cargada de una resignación que nunca antes había sentido. Renata, aún en el suelo, sus manos temblando, me miró con una mezcla de horror y desesperación.

"Por favor, Oliver...", su voz se quebró en un sollozo, las lágrimas mezclándose con la lluvia que empapaba su rostro. "No te hagas daño. No te mates... No puedo perderte así."

Pero ella no entendía. No podía ver lo que yo veía, no podía sentir lo que yo sentía. No era a mí a quien quería destruir. No era mi vida la que quería arrebatar. Lo que deseaba era algo mucho más oscuro, más profundo.

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