Susurros bajo la luna

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La noche caía suavemente sobre la ciudad, y la Torre de los Titanes se erguía como un faro de luz en la oscuridad. Todos los Titanes se habían retirado a sus habitaciones, exhaustos tras un día lleno de misiones. Todos, excepto Raven.

Raven se encontraba en la azotea de la torre, envuelta en su capa negra, observando cómo la luna llena iluminaba el mar en calma. El sonido de las olas rompiendo contra la costa era su única compañía, o eso pensaba.

De repente, escuchó pasos suaves detrás de ella. No necesitaba voltear para saber quién era. Ese aroma a bosque y la sensación de calma que siempre traía consigo solo podían pertenecer a una persona.

—¿No puedes dormir? —la voz de Chico Bestia rompió el silencio, cálida y suave.

Raven sonrió para sí misma antes de responder.

—A veces, la quietud de la noche es más reconfortante que el sueño —dijo sin apartar la vista del horizonte.

Chico Bestia se acercó y se sentó a su lado, sin decir nada más por un momento. La brisa nocturna jugueteaba con su cabello verde, y su mirada estaba fija en las estrellas.

—¿Sabes? —comenzó Chico Bestia, rompiendo el silencio—, he estado pensando en cómo todos tenemos un lugar al que volvemos cuando necesitamos claridad. Para Cyborg es su coche, para Robin es la sala de entrenamiento, y para Starfire... bueno, cualquier lugar con flores. Pero tú… siempre vuelves aquí, a la azotea.

Raven lo miró de reojo, sorprendida por su observación.

—Aquí es donde el ruido del mundo se desvanece —respondió ella con honestidad—. Donde puedo sentirme… libre.

Chico Bestia asintió, comprendiendo más de lo que sus palabras revelaban. Sabía que para Raven, libertad significaba muchas cosas: libertad de sus emociones, de su pasado, y de los miedos que aún la atormentaban.

—Raven, ¿alguna vez te has sentido atrapada… no por el pasado, sino por lo que podrías llegar a sentir? —preguntó, su voz más seria de lo habitual.

Raven bajó la mirada, sabiendo que esta conversación estaba tomando un giro que había tratado de evitar. Pero, al mismo tiempo, sintió que no podía seguir esquivándolo.

—Sentir… es un riesgo —dijo en voz baja—. Pero es un riesgo que a veces vale la pena tomar.

Chico Bestia la miró, sus ojos verdes llenos de una mezcla de ternura y esperanza. Se atrevió a acercarse un poco más, hasta que sus manos quedaron a solo unos centímetros de distancia.

—Si tomaras ese riesgo… ¿lo tomarías conmigo? —preguntó con un susurro que casi se perdía en el viento.

Raven sintió que su corazón latía con fuerza, y por primera vez, no intentó controlarlo. Sabía que Chico Bestia no la presionaría, que respetaría sus decisiones. Pero también sabía que, en el fondo, quería lo mismo que él.

Lentamente, con una suavidad que sorprendió incluso a ella misma, tomó la mano de Chico Bestia entre las suyas. Su tacto era cálido, y una corriente de paz la recorrió al instante.

—Sí, lo haría —admitió, levantando la vista para mirarlo directamente a los ojos—. Pero no prometo que será fácil.

Chico Bestia sonrió, una sonrisa radiante que iluminó la noche aún más que la luna.

—No me importa lo difícil que pueda ser, Raven. Mientras esté a tu lado, sé que valdrá la pena.

Y así, bajo la luz plateada de la luna, Raven y Chico Bestia se quedaron en silencio, disfrutando del momento, del calor de sus manos entrelazadas y de la certeza de que, a pesar de todos los desafíos que enfrentarían, al menos en ese instante, estaban donde debían estar: juntos.

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