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Odiaba el puerto. Apestaba a pescado.

Estaba lleno de niños correteando de un lado a otro y de pescadores preparando sus embarcaciones.

La vida en el puerto era dura. A los siete años ya te consideraban lo suficientemente mayor para trabajar y ganarte tu propio pan. Si esa no era un ejemplo para describir la vida aquí ver las casas hechas de madera a punto de caerse por la humedad.

Me recordaban a mi vida antes. Cuando mi madre estaba viva y mi padre no era un borracho.

Sin pretender, mis ojos se posaron en una pequeña casa ruinosa, si ese minúsculo espacio contaba como casa, claro. Los ojos me empezaron a escocer al reconocer esa pequeña vivienda. Ese había sido mi hogar.

- Aenna- la voz de Talay me devolvió a la realidad. -¿Vas a subir o qué? -me pregunto desde el bote en el que estaba sentado.

Rápidamente subí. Era pequeño y se desestabilizaba por cualquier movimiento ya fuera nuestro o del mar.

Con sus poderes Talay intentaba equilibrar la barca. Él venía de un largo linaje de acuáticos, por ello tenía unas escamas grisáceas en sus antebrazos, su cuello y sus gemelos. Los acuáticos eran seres que vivían bajo agua hace más de seiscientos años. No sabía que había ocurrido para que tuvieran que cambiar de habitad, pero al dividirse entre reinos todos los acuáticos se quedaron con los cargos más altos de la nobleza.

- ¿Andres no podía transportarnos? - Pregunte molesta por tener que estar en ese bote.

- Al parecer no. Se ha transportado con el príncipe en el barco – contesto. Aún que ninguno de los dos sabía realmente porqué siempre hacía lo mismo cuando viajaba en barco.

Unos minutos más tarde llegamos al barco. Era bastante grande, podía acoger a veinte personas. Estaba hecha de teca, un tipo de madera densa con gran flexibilidad y resistencia a los impactos, que tenía un tono dorado.

Un rato después, aburrida, empece a dar vueltas por la embarcación. Las olas ascendían y descendían de manera rítmica. El reflejo del barco era turbulento. Revisé toda la embarcación, todo el exterior y el interior. No había nada que no hubiera visto antes, bueno sí que lo había: Atado al mástil el príncipe Hael se retorcía intentando liberarse.

Me acerque a él, solo porqué sabía cuanto le molestaba mi presencia.

De pequeños hubo un momento en el que nos hicimos muy amigos, pero al llegar a la adolescencia él no me aguantaba. Él se fue distanciando. En ese momento me supo muy mal, yo no sabía que había hecho para que el dejase de ser mi amigo, lloraba a escondidas en mi habitación cuando mi padre ya se había ido a dormir.

- ¿Qué tal le va la vida, alteza? - pregunte en tono burlón. - Por lo que veo, muy interesante y divertida.

Si las miradas mataran yo ya me estaría desangrando en el suelo.

- Ah que quieres responder tú. Haberlo dicho antes -De un ágil movimiento le quite el viejo calcetín de la boca.

Espere un buen rato una respuesta, y él me la dio pero no de la manera que esperaba. Un escupitajo voló hacía mi cara, que cayo en mi ojo.

-Venga ya, encima que te doy la posibilidad de hablar – con el dorso de la mano me limpie la baba. - Eres un cerdo.

Una sonrisa de satisfacción le decoraba la cara, dejando ver sus dientes blancos.

- ¿ Cuantas monedas crees que me darán por uno de tus dientes? - la que sonreía ahora era yo.

- Atrévete bruja.

Estaba a punto de responder cuando Andres se acerco. Parecía más viejo de lo normal, caminaba jorobado como si de repente tuviera algún dolor de espalda. Se paro a mi lado mirando a Hael fijamente. Paso un buen rato hasta que empezó a hablar.

- Seguro que quieres saber que haces aquí – aún que parecía débil su voz era dura e inflexible. Hael no respondió. - Te lo contare más tarde, ahora necesitas comer. Necesitamos que estés en condiciones.

Con una daga corto la cuerda que lo ataba al mástil. No corto la cuerda que inmovilizaba sus brazos.

- Sigue me – ordeno mientras se ponía en marcha.

Buscando al herederoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora