La arena se pegaba a mis pies descalzos.
La pequeña abertura de los ojos limitaba mi campo de visión, pero el sonido de la multitud cuando aparecí dejo bastante claro que había gente, mucha.
Los únicos armas que me habían dado eran una larga lanza con las dos puntas extremadamente afiladas. El peso que tenía en las caderas hacía que tampoco me olvidara de la daga, solo para los combates cercanos.
Una protección rodeaba mi brazo derecho, y una pequeña coraza hacía la misma función en mi pierna izquierda.
En el brazo izquierdo llevaba un escudo redondo, con el que no me podía ni proteger la parte superior del cuerpo.
La puerta de oro comenzó a abrirse, haciendo que mis nervios aumentarán cada vez más.
Tenía que recuperar a Aenna y encontrar una manera eficaz de salir de aquí. Estaba muy seguro que colgar un tapiz de la diosa de la venganza no había sido para mostrarme lo bien que dibujaba su hijo.
Al abrirse la puerta no salía nada. Espere allí, tieso como un palo. No quería moverme por si aún estaba dormido. Quería tener más tiempo para crear alguna estrategia, una con la que tendría que salir con vida.
La enorme criatura salió tan rápido que no me dio tiempo de prepararme. Una gran figura corría hacía mi. El pelaje negro brillaba bajo el sol, y sus grandes cuernos amenazaban con clavarse en mi piel. Al abrir la boca para soltar un rugido vi sus horribles dientes, eran tan pequeños como afilados.
Me puse en posición y espere a que soltara otro rugido. Una vez abrió la enorme boca le lance la lanza, que entro justo donde yo quería. Soltó un aullido, pero no más que eso. No había resultado tan efectivo como había querido.
Corrí hacía la espeluznante criatura con la daga en la mano derecha. Los espectadores soltaron una exclamación de sorpresa al ver que me metía bajo el cuerpo del animal.
Mi plan había sido clavarle la daga en el abdomen pero en vez de encontrarme con piel como el resto de su cuerpo la barriga del animal estaba cubierto por escamas. El cuchillo no conseguía penetrarle la piel. Un rugido de enfado salió de la garganta de la criatura, junto a un llameante fuego. Me cubrí con el escudo, lo poco que pude cubrirme por el pequeño tamaño. La piel del brazo ardía, me lo había quemado. El olor a carne cocinada me llego a la nariz, repugnándome.
Reforcé el agarre de la daga. Tenía que empezar a idear un plan antes de que la criatura me cocinase vivo, no me apetecía ser la merienda de un monstruo de cuatro cabezas.
Para ser sincero nunca había visto una criatura igual. Ni cuando había ido a la guerra hacía unos cuantos años. Todos los monstruos que había visto antes habían estado en los mitos que se contaban hacía generaciones.
Un sello dorado decoraba el lomo de la bestia. Seguramente lo habrían capturado y ahora lo usaban de entretenimiento, igual que a mi.
Una de las cabezas se situó justo delante mío. Vi horrorizado como abría la boca lentamente y como de su garganta la luz anaranjada se iba formando en llamas. Me tiré al suelo justo antes de que escupiera fuego de la boca. Me arrastre por el suelo hasta un lugar libre de cabezas, sin embargo eso era imposible. Las cabezas me seguían a todos lados, y lo único que pude hacer para protegerme fue esquivarlas como podía.
Jamás me habían enseñado a matar a una de estas criaturas, probablemente porque nadie del reino sabía que existían.
Cuanto más tiempo pasaba allí dentro más desesperado por salir estaba, pero sabía que me dejarían morir si no mataba a esa cosa espantosa. El primer pensamiento que se me paso fue que si no salía de aquí con vida a Aenna le harían cosas en las que no quería ni pensar, de hecho aún no sabía en que estado se encontraba.
Sin hacer ruido me fui a la parte trasera del monstruo. Al ver que no me seguía me di cuenta de algo, era ciego y no tenia olfato, por lo tanto se guiaba solo por el sonido ¿Cómo había podido ser tan tonto como para no fijarme antes? Igualmente no había ninguna posibilidad en que yo ganara.
Las cabezas viajaban de un lado a otro intentando captar algún sonido con las bocas abiertas preparadas para echar fuego.
Intenté, inútilmente, calmar la respiración. Me era imposible. No tarde ni un segundo en tomar una de las más estúpidas decisiones que he tomado nunca en un campo de batalla. Me abalance sobre él sin ningún plan con la esperanza de que no me quemara vivo.
La multitud estaba en silencio, probablemente para que el monstruo no los quemara a ellos. Si ellos tenían miedo de él estando protegidos con escudos mágicos yo estaba perdido, lo único que podía pensar era "Que sea lo que los dioses quieran".
Estaba a punto de clavar la daga en su lomo con la suficiente fuerza para penetrar su piel, sin embargo fue demasiado tarde. Una de las cabezas ya estaba delante mío con la mandíbula abierta y la llama formándose en el interior de su garganta. Mierda, había sido una mala idea, una muy mala.
Las llamas llegaron a chamuscar parte de mi piel antes de que un gran estallido provocara los gritos de la multitud.
No podía ser ¿Cómo había sido capaz de usar mi poder con el metal rodeando mi muñeca?
Las cabezas habían estallado en mil pedacitos. El suelo lleno de piel y escamas negras. Nunca había logrado utilizar mis poderes cuando me envenenaban o me ponían metales coma la de mi muñeca, ni siquiera en los entrenamientos de mi padre.
El emperador se levanto, por la expresión de su cara se veía que estaba sorprendido.
- Para ser honesto no esperaba que salieras con vida.
- Espero que cumplas tú parte del trato- fue lo único que dije antes de girarme y dirigirme hacía la puerta que habían abierto unos guardias para que yo pudiera pasar.
La podredumbre del túnel lleno mis pulmones. Por fin, me llevarían a ver a Aenna, por fin.
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Buscando al heredero
FantasíaAenna escondía un secreto mortal que, si salía a la luz, le costaría la vida; al mismo tiempo, Hael, el joven príncipe que despreciaba el peso de la corona, se encontraba encrucijada entre sus propias aspiraciones y el destino que no podía evitar tr...