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Andres

Volver a Kelia sin Aenna me hacía sufrir.

La punzada de culpabilidad no me dejaba hacer otra que pensar en cuando Talay me la trajo a mi casa. Talay sabía lo mucho que había querido tener un hijo por eso la llevo hasta mi. Aún recordaba lo delgada que estaba y lo pequeña que era. Al lavarla una criada vino a informarme sobre los moratones que tenía por todo el cuerpo. Intente hacerla hablar, pero nunca conseguía que dijera más que tres palabras seguidas antes de que le faltara la respiración y empezara a temblar y llorar.

Pensar que ella ahora me odiaba me dolía, pero me lo merecía. Me merecía todo su odio.

No saber su paradero me desesperaba. Quería que ella estuviera bien.

Eso era lo que había hecho durante todo el viaje de vuelta imaginarme que ella estaba bien, cosa que sabía que no era cierta. Sabía que me estaba mintiendo a mi mismo, pero no tenía otra manera de hacer mi sentimiento de culpa menor.

El cielo azul claro, sin nubes, iluminaba con fuerza la piedra oscura con la que todos los edificios de Kelia estaban construidos.

El reino en si tenía un aspecto deprimente. El puerto no era más que casas en ruina a punto de caerse encima de sus habitantes.

Las murallas que separaban la sociedad según sus poderes no tenía sentido. Muchas veces había discutido con el rey del asunto. Los más poderosos protegidos y los más débiles tenían que apañárselas sin ayuda alguna.

Suspire y mire una vez más el reino al que había jurado lealtad.

El interior del castillo al igual que todo el reino estaba hecha de esa misma piedra. Había algunas ventanas que dejaban entrar la luz de fuera.

El aire era sofocante.

Todos llamaban este lugar castillo o palacio, pero lo que era en realidad era una fortaleza.

Recorría el castillo con aire perezoso. Los pasillos eran oscuros, igual que todo el palacio. En el suelo había una larga alfombra roja sangre.

A medida que me acercaba a la sala del trono me iba poniendo más nervioso. El pulso me palpitaba con fuerza. El corazón me iba a mil.

Al llegar uno de los cuatro guardias apostados en la gran puerta de roble me la abrió.

Entre, me situé delante del rey y me deje caer al suelo con una rodilla tocando la alfombra y la mano situada en el corazón.

- Majestad.

Espere hasta que tomo la palabra. Su voz afilada como una daga.

- Levántate, querido.

Me puse de pie, esperando a que siguiera hablando.

- ¿Has hecho lo que te he pedido?- Pregunto.

- Sí, majestad. Hice todo tal como me dijiste- respondí.

- Muy bien.

Mire al rey directamente a los ojos. Eran dorados igual que como los de su primer hijo. Los de Hael también eran dorados, pero tenían un color más potente, más llamativo.

- Entra- dijo el rey.

La puerta de roble se abrió, dejando aparecer a la reina.

Estaba peor que la última vez que la vi. Había adelgazado. Bajo sus ojos habían unas grandes ojeras oscuras. Sus manos temblaban por la gran cantidad de medicamentos que le daban.

Sus ojos marrones encontraron el camino hacía los míos.

Fue un alivio descubrir que ella estaba enamorada de mi cuando perdí a mi mujer. Su compañía no era tan agradable pero al menos no estaba solo.

Todas las noches después de tener sexo ella me decía lo mucho que me amaba y yo le decía lo mismo, pero era una mentira. Yo lo hacía para tener la compañía de una mujer y para que su cuerpo me calentara las noches que nos veíamos.

Ahora, viéndola en el estado que estaba, lamentaba lo que había hecho.

Ella me había confiado la vida de su hijo y yo la había traicionado.

Sabía que ella se había enterado. Sus ojos ya no brillaban con el amor con el que siempre me miraba. Ahora solo había un profundo odio.

- Ahora que estamos todos reunidos me gustaría que habláramos de un tema que me molesta bastante. Sé que os habéis estado viendo a escondidas, y que no era para planear como secuestrar a mi hijo- nos había descubierto. Busqué a mi amante con la mirada pero ella estaba tranquila.- Me lo ha contado ella- el rey delato a quien se lo había dicho.

No podía creérmelo ¿Cómo había podido contarle algo así?

- Me ha costado creer que mi fiel amigo podía hacerme algo así. Acostarse con mi mujer es sobrepasar el límite del perdón – Se tomo su tiempo para hacer como si pensaba en nuestro castigo.- Seréis ejecutados. Mañana por la mañana. 

Buscando al herederoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora