HAEL
A mi cuerpo le faltaba la fuerza de siempre. Estaba demasiado cansado, y dolorido.
Al despertarme la cabeza me empezó a dar vueltas.
Noté como algo tocaba mi cuerpo.
Una mano se deslizaba arriba y abajo, palpando mis músculos con la palma.
Abrí un ojo inmediatamente, y intenté enfocar la vista.
Al encontrarme con la muchacha de pelo negro que conocía desde pequeño sonreí. Tenía los ojos cerrados, seguramente no tenía la fuerza suficiente para abrirlos.
Sus dedos se deslizaban cada vez más abajo, acariciándome. Descendían lentamente, intentando encontrar algo.
La situación me parecía divertida. Si supiera realmente a quien estaba tocando se apartaría de golpe.
Ella seguía descendiendo cuando empezó a tocar suavemente mi parte íntima con la palma de su mano. Aún que estuviera vestido, la calor de su piel se infiltraba a través de la tela de mis pantalones.
Mi cuerpo se estremeció ante su contacto. Sabía que ella lo había notado, así que para que ella no empezara a burlarse de mi en un futuro pronto intenté disimular con un:
- Así que ahora tocas sin permiso- sabía cuanto la irritaba esta acusación.
Abrió los ojos y al ver mi cara se le formo una mueca de disgusto.
La verdad es que me dolía. Me dolía que me mirara con asco, que cada vez que aparecía delante de ella me mirara con amargura y que cualquier comentario que hiciera para que se riera la molestaba.
Sabía que al distanciarme de Aenna ella no volvería a ser la misma con migo.
Pero lo hice, lo hice por la aprobación de un padre al cual yo le importaba una mierda. Siempre que le pedía que pasara un rato con migo, aún que fuera una media hora, él encontraba una excusa para no asistir.
Aun me acordaba de la guerra contra los Bretfail. Después de esa sangrienta guerra todos los padres se habían alegrado de verlos volver a casa. Les habían estado esperando con ansias. Leían las largas listas de los soldados muertos rezando para que no apareciera el suyo.
En cambio, mi madre estaba demasiado ocupada por ocultar sus escapadas con su amante del rey, y mi padre siempre que le surgía la ocasión me mandaba cartas con dos oraciones hirientes: " Estamos muy bien sin ti. Esperamos que no vuelvas jamas".
En ese entonces me afectaba lo que mi padre creía de mi, al fin y al cabo, yo no tenía más de dieciséis años cuando me aliste a la guerra.
Bretfail era mi primera victoria como futuro general. Andres me había dado total libertad de liderar las tropas, decía que quería ver de lo que yo era capaz de hacer. Tuve éxito, pero los soldados se burlaban de mi edad. Cada vez que pasaba cerca de uno de ellos los escuchaba diciendo: "Mira al niñato. Se cree que por ser hijo del rey tiene más derecho que nosotros al puesto". La verdad es que me hacía gracia tener que oír ese tipo de quejas hechas por cuarentones que habían tenido esa oportunidad desde que eran jóvenes.
La charla entre Aenna y yo siguió adelante, pero en mi cabeza no podía dejar de imaginar las cartas que mi padre me enviaba una y otra vez " Estamos muy bien sin ti. Esperamos que no vuelvas jamas". No había ni una palabra más ni una menos aparte de su firma, que decoraba el margen derecho de la hoja.
La decepción de los ojos del rey al verme vivo, de nuevo en el castillo, me hirió. Intenté ganarme su aprobación con cualquier cosa, de cualquier manera. Después de un tiempo deje de creer en la posibilidad.
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Buscando al heredero
FantasiAenna escondía un secreto mortal que, si salía a la luz, le costaría la vida; al mismo tiempo, Hael, el joven príncipe que despreciaba el peso de la corona, se encontraba encrucijada entre sus propias aspiraciones y el destino que no podía evitar tr...