HAEL
La estancia era oscura iluminada por unas velas, su luz hacía que el espacio fuera acogedor y le daba un brillo a la madera. Dentro había una mesa de roble y cuatro sillas de el mismo material. Encima de la mesa había varios tipos de pan, mermelada, queso y huevo revuelto. No sabía cuando se habían puesto a cocinar, aún que ya habíamos estado navegando por horas.
Andres tiro de una silla y con un gesto de cabeza me indico que me sentara. Desde allí quedaba frente Aenna, quien miraba el pan frente a nosotros intensamente evitando así mi mirada. A su lado estaba Talay con la vista fija en mi con una expresión de culpabilidad, y al mío estaba sentado el hombre que había sido el general de guerra de Kelia desde antes de que yo naciera.
Todos empezaron a comer en un silencio tenso. Aenna hacía como si el pan que se estaba comiendo fuera el más bueno que había probado en su vida, exageraba los gestos aposta como cuando éramos niños para molestar al que habían castigado sin comer y lo obligaban a mirar mientras otros comían. Su cabello negruzco le había crecido una barbaridad, ahora le llegaba hasta los codos y sus ojos oscuros contrastaban con su pálida piel.
- ¿Me vas a soltar para poder comer? - pregunte para que me soltaran.
- No, vas a esperar a que Talay o Aenna acabe y te van a dar de comer -respondió sin dejar de comer, varias migas habían volado de su boca manchando el mantel. Tuve que contener la repulsión.
El silencio volvió a estar presente. Se escuchaba como masticaban el pan aparentemente duro y como bebían agua. Me removí en la silla incomodo, me dolían los hombros y las muñecas me ardían. El cojín debajo de mi me picaba y las caras de placer que hacía Aenna cada vez que mordía un trozo de ese pan duro hacía que se me calentara la sangre de rabia.
El ruido de una silla moverse hizo que mi atención fuera directamente hacía Talay quien estaba arrastrando una silla hasta ponerse a mi lado. Una vez sentado alargo el brazo hasta llegar al plato de quesos, cogió uno y me lo acerco a la boca. El repugnante olor del queso estaba a punto de darme arcadas. Giré la cabeza hacía otro lado.
- Talay, no ves que el príncipe tiene el olfato delicado – la burla de Aenna hizo que Andres riera, también que Talay bajara ese maldito queso. - Se ha puesto verde con solo olerlo.
- ¿Qué quieres comer? - preguntó Talay.
- Pan con mermelada. Por favor – mi voz sonaba ronca por la falta de uso.
Talay empezó a cortar el pan con dificultad. El arrepentimiento llego rápido, si le costaba cortar con un cuchillo ya imaginaba lo duro que tenia que estar el pan. Un buen rato después unto una buena cantidad de mermelada de fresa y me lo puso delante de la boca. Esta vez si que lo mordí. Estaba duro como un ladrillo, me dolían los dientes de masticar, pero al menos estaba dulce. Al acabar Talay me limpió la boca con un pañuelo. " Mi dignidad se ha ido a la mierda." Es lo primero que pensé.
La verdad es que desde que me escape del palacio para ir a la fiesta todo ha ido de mal a peor. Uno de los nobles de mi edad me habían reconocido y me habían empezado a señalar, en cuanto me escape de ellos me di cuenta de que alguien me había robado la daga que mi padre me regalo, había sido la daga de mi hermano mayor. Y además me habían secuestrado uno de mis mejores amigos, el general de guerra de mi padre y su hija adoptada.
- Ahora que hemos acabado de comer te contaremos lo que planeamos hacer – empezó Andres. - Primero de todo sentimos haberte secuestrado pero no había otra manera sin que el rey se enterará. Bueno ahora que nos hemos disculpado supongo que puedo empezar a explicarte por que estas aquí. Estas aquí por ordenes de la reina – cuando dijo eso mi corazón se paro de golpe. Mi madre había querido que me raptaran. En mi cabeza ya había empezado a formular varias preguntas, cuando abrí la boca para formar una Andres me interrumpió.- Se que ahora mismo esto te parece imposible pero es algo que debemos hacer contigo, tus poderes nos ayudaran a conseguir lo que tu madre nos ha pedido.
- ¿Y se puede saber qué es lo que mi querida madre ha pedido para retenerme?
- Podrías haberte liberado tu mismo si hubieras querido pero creo que has disfrutado de que te dieran de comer – se burlo Aenna.
- También os podría haber matado – repliqué. - Pero prefería que me soltarais por las buenas.
- Aenna, por favor corta la cuerda. Ahora que hemos dicho que esto era idea de su madre nos escuchara – dijo con mucha seguridad.
Aenna se levanto de la silla dejando ver su figura. Era más alta que la mayoría de chicas. Tenía los hombros y las caderas anchas, y una cintura marcada, con unos pechos bien formados. Desde que me distancie de ella había cambiado mucho, no solo físicamente, ya no podía reconocer a la niña que había sido mi amiga, ya no quedaba rastro de esa chica dulce que había sido antes. La que ayudaba a todos los que lo necesitaban. Tampoco estaban esas sonrisas que dedicaba a todos los que se cruzaba. En vez de eso ahora siempre encontraba una sonrisa sarcástica o burlona. Sus ojos que alguna vez habían tenido luz, esa luz ahora había desaparecido. Había oído muchos rumores de sobre como había cambiado desde que me distancie de ella, pero nunca pensé que habría cambiado tanto.
- Ya esta- su voz me sacó de mis pensamientos.
Una vez libre, me frote las muñecas enrojecidas.
-También piensa en esto como en una oportunidad de salir del palacio – Talay sabe cuanto odio estar encerrado en el castillo. Al principio nos escapábamos los dos juntos, salíamos del reino y nos adentrábamos en el bosque en busca de un animal para cazar. Después de un tiempo empecé a salir solo, salía de la parte lujosa del reino y me adentraba en los barrios bajos, vestido con ropa vieja y sucia por el entrenamiento, me tapaba la cara con un pañuelo, cosa muy común entre los pobres.
- Quiero saber en que tipo de misión tendré que participar.
- Vamos a recuperar a tu hermano.
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Buscando al heredero
FantasyAenna escondía un secreto mortal que, si salía a la luz, le costaría la vida; al mismo tiempo, Hael, el joven príncipe que despreciaba el peso de la corona, se encontraba encrucijada entre sus propias aspiraciones y el destino que no podía evitar tr...