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Todo estaba envuelto en oro, desde el suelo hasta el techo. Los dibujos que decoraban las paredes eran aterradores, se parecían a los monstruos de los que hablaban los cazadores y de los mitos que se contaba la gente entre si.

Los soldados se tiraron de rodillas ante el rey.

Nosotros, Hael y yo, nos quedamos de pie.  No sabía que hacer, y al parecer él tampoco. Esperamos hasta que el rey empezó a hablar.

El idioma que estaba usando era desconocido para mi. No entendía lo que estaba diciendo, pero las expresiones de su rostro y la palidez que se extendía por la cara de Hael me di cuenta que no sería nada bueno, ni lo más mínimo.

Me separaron de Hael. Nos arrastraban en diferentes direcciones, a mi me llevaban de vuelta por los mismos pasillos mientras que a él lo tiraban hacía otro pasadizo.

La desesperación hizo que intentara darle al guardia que me tenía apresada con la cabeza, sentí como su nariz se fracturaba y oí como el hueso crujía, pero su amarre se hizo más fuerte. Otros dos soldados se le unieron.

Una gran mano me aferro por el cuello.

Su voz me recordaba a alguien, era grave y espantosa.

Reconocí su rostro. 

Tenía la piel pálida, tanto que se le veían las venas azules. Sus ojos color avellana eran los mismos que me aterrorizaban por las noches. El cabello castaño que tuvo unos años atrás había sido remplazado por unos mechones grises blanquecinos. Los dientes torcidos por todas las peleas callejeras de las que fue parte. La cara que una vez fue atractiva, aún que estuviera demarcada, ahora estaba arrugada por la edad. Sus labios se movían, soltando palabras en ese extraño idioma.

El terror que ya sentía aumento, intenso y abrumador, apoderándose de todo mi cuerpo y paralizando mis sentidos. La respiración se volvió irregular, marcada por jadeos inestables, luchando por encontrar un ritmo para hacer que el aire entrase a los pulmones. 

Cada vez me era más difícil recuperar el control. Lo desconocido me aterraba, y no saber lo que querían de mi me asustaba.

Que me separaran de Hael era mucho peor que tener su irritante compañía. Al menos cuando estaba con él sabía que no estaba sola en esto y que tenía a alguien aún que solo fuera para molestarnos el uno al otro.

Los corredores se hacían cada vez más estrechos y oscuros, del oro a la piedra.

Las sombras me amenazaban con ahogarme, y los brazos que me retenían con matarme.

Intentaba encontrar diferencias entre una pared y otra, pero me parecían iguales, piedras y más piedras. 

El rostro conocido seguía allí, unos pasos por delante. Su horripilante voz hacía que me estremeciera. Los pasos resonaban una y otra vez contra el suelo. Lo apuesto que fue en el pasado lo había perdido; la espalda una vez recta, ahora estaba ligeramente jorobada. Los años le habían pasado factura.

El guardia más joven estaba situado a mi izquierda. La piel unos tonos más oscuros lo hacían resaltar de los otros dos. Se mantenía alejado, de espaldas, al lado del jorobado. La capa amarillenta se movía por causa del movimiento.

Los brazos del soldado me soltaron de golpe.

El dolor de mis rodillas contra el frío suelo subió por mis huesos.

La puerta de la celda se cerro con un estruendo. Los barrotes entre la libertad y yo, de nuevo.

El sonido de pasos era cada vez menor, indicándome que se alejaban ,y que estaba sola otra vez.

De pronto todos los acontecimientos de los días anteriores me llegaron de súbito. Habíamos podido secuestrado al príncipe sin ningún problema. Logramos trasladarnos al barco. Yo había cumplido con mi parte del trato, pero mi padre y Talay demostraron que no debían su lealtad a la reina ni a mi.

Dolía, dolía que mi padre hubiese decidido traicionarme a pesar de que yo fuera su hija. También causaba dolor pensar en Talay, quién había sido mi mejor amigo. Al parecer sus promesas de amor habían sido mentira. Todas las noches que nos habíamos quedado despiertos hablando de cuantos hijos tendríamos y como queríamos que fuera nuestra futura casa habían quedado en el olvido. 

Desde que Talay había aprobado las pruebas para convertirse en guerrero se había distanciado, pero nunca pensé que llegaría tan lejos. Aún tenía su anillo de promesa en el bolsillo de mis pantalones. 

Estiré los brazos para poder palpar el objeto por encima de la tela. El metal plateado se ajustaba al dedo a la perfección, adornado con preciosas piedras marinas. En la parte interior estaban grabados las iniciales de nuestros nombres.

Apoye la espalda contra la pared.

Las lágrimas que caían de mis ojos y rodaban hacía abajo, demostraban como me sentía. El vacío en mi corazón, el que antes estaba completo, palpitaba dolorosamente con desesperación intentando encontrar una escusa para que Talay haya hecho esto, pero no lo encontraba.

Cada vez que abría los ojos era como si reviviera la misma pesadilla una y otra vez.

No podía parar de pensar en nuestros recuerdos juntos, buscando alguna razón para que él quisiera librarse de mi. Buscaba algo que podría haber hecho mal y no darme cuenta. Pero cada vez que rememoraba los momentos compartidos me era más difícil comprenderlo.

Divise una mancha marrón oscuro, aplanado y de forma ovalada. El insecto de patas delgadas y piernas espinosas se movían con rapidez. La pequeña cucaracha entró en mi celda, sus largas antenas detectando el olor del pan seco que nos había tirado antes uno de los guardias.

"No es lo mismo que Hael pero se le parece, y es menos molesto." No pude evitar reírme.

Tal vez este loca, sin embargo fuera una persona o no al menos era compañía.

Le sonreí a la cucaracha y le empecé a hablar como si fuéramos viejos amigos. No sé cuanto tiempo paso, pero al abrir los ojos ya no estaba.

Sabía que la soledad hacía que te volvieras loco, no obstante a mi me acababan de encerrar, sola, en una celda hacía menos de un día y yo ya estaba contándole  a un insecto sobre mis emociones.

Al darme cuenta que ni siquiera un bicho tenía compasión para quedarse a escucharme un rato, eche a llorar. Los sollozos se escapaban de mis labios.

Mi cabeza no me ayudaba a serenarme. Imágenes de Andres y Talay me aparecían, como si me estuviera castigando a mi misma por confiar en ellos.

El sofocante calor hacía que sudara como si estuviera en verano. Teníamos que estar muy lejos de donde nos habían atrapado a Hael y a mi. La alta temperatura hacía que deseara estar en el barco de nuevo, allí donde el clima era extremadamente frío. Todo era mejor que pasar calor y que el cuerpo se te pusiera pegajoso por culpa del sudor. 

Cuando el príncipe me pregunto por Talay no pude responder. La herida que ahora sentía en el pecho se abrió. No sabía que decir, y no quería que el se diera cuenta de lo mucho que me afectaba la situación en la que estaba.

No saber donde estaba Hael me aterrorizaba. Estar sola no era lo que más me apetecía. Él seguro que estaba bien era el hijo de un rey, un príncipe, alguien a quien todos los del reino estarían buscando. Andres no podía ser tan estúpido, vender a el hijo de su amante era algo que nunca se me habría pasado por la cabeza que él fuera capaz de hacer.

El sonido de unos pasos acercándose me pusieron alerta.

El guardia viejo abrió la celda y la cerró detrás de el. Su mano aferraba un látigo que arrastraba por el suelo.

Esta vez si que hablo en un idioma que yo podía entender.

- Hora de jugar- su sonrisa era enorme, como si hubiera estado esperando toda su vida para que este momento llegara.

El terror me dejo paralizada.


Buscando al herederoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora