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Los bultos del colchón se me clavaban en la espalda. Me removí intentando encontrar mi comodidad, pero me era imposible. La luz de la luna me cegaba y la elevada temperatura no me ayudaba.

Me incorporé poco a poco, desenredando mi cuerpo de la sabana.

La habitación era muy pequeña, solo había espacio para una cama, una mesita de noche y un espejo que colgaba de la pared, que por cierto estaban pintadas de un feo tono amarillo.

Salí por la puerta iluminada por la luz plateada de la luna y me apoye en la barandilla del barco, viendo el movimiento constante de las olas.

Aún que intentaba odiar el mar tanto como el puerto donde una vez viví nunca lo conseguía. El ruido del agua chocando contra el barco me tranquilizaba.

Desde arriba podía divisar peces nadando perezosamente. El lento movimiento de sus colas hacían un paisaje pacifico.

Un sonido detrás mío me asusto. Me giré rápidamente. Una figura alta se estaba acercando hacía mi. "Tal vez era Hael, quien me habrá escuchado salir de mi camarote, y me querrá tirar al mar." Pensé, pero al acercarse me di cuenta de que era Talay.

- Tu tampoco puedes dormir – no era una pregunta así que no respondí. - A mi también me es difícil conciliar el sueño. Siento la llamada del mar.

Talay, quien era de descendencia acuática, había heredado una cola de pez. Cada vez que se acercaba al mar sentía esa necesidad de tirarse al agua.

- Yo tengo calor, y el colchón abultado no es que me sirva de mucho- no pude evitar quejarme.

- Es que la princesa ya se ha acostumbrado a dormir en camas de buena calidad – dijo mientras negaba la cabeza con una sonrisa divertida.

- Ya sabes que solo puedo dormir en un buen colchón o en el suelo- repliqué.- Además, es más fácil acostumbrarse a lo bueno que a lo malo.

Esta vez me dedico una mirada cargada de tristeza. Aún se acordaba en el estado que me encontró ese día en la calle.

- No te he preguntado antes ¿Qué tal en el entrenamiento para los soldados? - pregunté. - Se que hace mucho tiempo te apuntaste y que te hacía mucha ilusión ir.

- Bien. Estamos divididos en tres grupos: estamos los novatos que somos los del primer año, los del segundo y tercer año son del nivel medio y los del cuarto ya son bienvenidos a participar en la guerra- explico. El entusiasmo estaba plasmado tanto en su cara como en su voz. - El general Greenwood aún esta decidiendo si subirme de nivel o no.

- ¿ De veras? - La noticia me había cogido por sorpresa.

- Sí, esta decidiendo si ponerme al nivel de Hael- al ver mi cara de confusión me lo aclaro. - Hael esta en el cuarto nivel, piensa que él ha empezado a entrenar para ser un general desde que era pequeño. Él siempre ha creído que su hermano mayor se quedaría con el trono. - Cambió de tema tan de repente que me que me costo seguir con la conversación.- ¿Tú por qué no te has apuntado a las pruebas? Podrías haber entrado.

- Sí que me apunte, pero reprobé las pruebas- mentí.

- No mientas, tu podrías haber hecho todas con los ojos vendados.

- Es lo bueno de ser la hija del general- intenté desviar la conversación.

- No cambies de tema. Quiero saber porqué no te apuntaste.

- Ya te he dicho que me apunte. No me dejaron hacer las pruebas- confesé.

-Pero ¿por qué?

-Ya sabes lo que opina el rey sobre mi. Una niña pobre que se merece morir en la calle como la rata que es – repetí las palabras que le dedico el rey a Andres el día que me presento como su hija delante de la corte.

Nos pasamos un buen rato en silencio. Las olas del mar intentando tranquilizarme. Cada vez que recordaba esas palabras me bullía la sangre.

- Estabas tan delgada cuando te conocí, nunca había conocido a un niño de ocho años tan delgado como cuando estabas tu entonces – había dolor en su voz.

Me quede callada, buscando las palabras para explícarle aquel día. Siempre me preguntaba de manera indirecta sobre porqué me había encontrando robando pan en una de esas tabernas lujosas. Quería explicárselo, de verdad que quería. Cada vez que comenzaba a hablarle de lo que había tenido que vivir se me cortaba la respiración. Mi cuerpo empezaba a temblar, mis ojos se llenaban de lagrimas que se derramaban por mi cara. Sentía como se me ponían los pelos de punta.

Cuando creí que había encontrado las palabras le conté lo poco sobre mi vida antes de que el me encontrara un hogar, lo poco que podía contar antes de que se me agitara tanto la respiración que no podía seguir por falta de oxigeno.

- Me acababa de escapar de mi padre. Me había mandado a por ron - esas dos malditas frases fueron lo único que salió de mi boca antes de que me faltara el aire. Abrí la boca en busca de oxigeno. Conseguí estabilizarme al menos un poco. No me había dado cuenta que había empezado a llorar hasta que Talay me tendió un pañuelo para limpiarme las lágrimas. - Gracias – me sorbí la nariz y me limpié las gotas derramadas por mi cara.

- Gracias a ti por intentar contarme lo que paso. Sé que es difícil para ti hablar de como fue tu vida antes de que te encontrará. Sabes que estoy para cualquier cosa que necesites ¿Verdad?

- Lo sé.

Buscando al herederoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora