|08| Camino a tus pies

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|Jennie|

En el palacio del imperio, un nido de reyes y reinas bajo el manto del emperador, todos tenemos una noción distorsionada del peso de nuestros títulos. Entre tantas personas aparentemente importantes, nadie lo es realmente.

A pesar de haberme convertido en reina ante los ojos del emperador y su séquito, aún no lo soy para el pueblo tailandés, y tampoco lo siento dentro de mí. No percibo el poder de la corona en mi cabeza; más bien, parece un accesorio más que Jisoo insiste en colocarme. No importa, todos en el palacio llevan algún accesorio que indica su lugar en la jerarquía, y aunque una corona de oro y diamantes, diseñada especialmente para mí, sea la señal más evidente de mi posición, no estoy del todo segura de que los demás me vean con más respeto.

Soy una reina consorte, pero también una omega. Un título tan elevado en la pirámide no me exime de luchar por la devoción y el respeto de quienes me rodean. Algo simplemente humillante.

Sin embargo, durante este viaje he notado cambios.

Cuando salimos del palacio, Lisa me presentó a los guardias que nos acompañarían de principio a fin en esta travesía. Dos guardianes personales para mí, llamadas Sorn y Bora, uno para ella llamado BamBam, y una tropa de catorce alfas entrenados para proteger a la casa "Manobal". La primera cosa que llamó mi atención fue el saludo que me dio Sorn apenas me conoció.

—Un honor conocerla, Majestad. Bienvenida a la casa Manobal. Estamos para servirle.

Con "casa" se refería evidentemente a la familia real tailandesa, de la que apenas conocía a Lisa, y del pueblo sabía muy poco. Aun así, sentí que un calor se encendía en mi vientre al escucharla darme una bienvenida con tanta dulzura.

La segunda cosa fue la placa dorada que adornaba el interior de la puerta del carruaje: "Manobal Kim". La vi justo al subir, pero olvidé ese detalle cuando las ruedas comenzaron a andar y me di cuenta de que el viaje al reino que ahora comparto con Lisa estaba a punto de comenzar.

Al mediodía, estaba en un carruaje tradicional japonés, tirado por dos mulas con arneses decorados con tachuelas de bronce y cuero brillante. El carruaje estaba adornado con cortinas de seda roja y golondrinas de plata, que evocaban los atuendos que Lisa suele llevar en eventos importantes. En la parte delantera, llevaba una bandera imperial japonesa, acompañada del escudo de la familia Manobal.

Detrás del carruaje, se extendía una procesión de samuráis vestidos con armaduras y cascos tradicionales, portando espadas y escudos decorados con emblemas familiares. Algunos cabalgaban en caballos con arneses similares a los del carruaje. Al fondo, me permití apreciar un paisaje montañoso japonés, con cerezos en flor y un río que fluía suavemente. Nunca me había tomado el tiempo de sentirme orgullosa de Japón en ningún aspecto, pero ahora podía ver la belleza de la que tanto presumen los nobles japoneses. El cielo estaba claro y azul, con algunas nubes blancas que añadían serenidad al escenario. Los viajes de las familias reales se planean con excesivo cuidado para evitar mal tiempo, aunque no podía imaginar un día feo en lugares tan llenos de vida.

En la parte delantera del carruaje, pude ver a un miembro de la familia real japonesa, vestido con un traje tradicional, mirando hacia adelante con una expresión seria y majestuosa. Su cabello estaba peinado de forma tradicional, y llevaba un extravagante bigote del que dudé de su autenticidad.

—¿Nunca has tenido un viaje lejos del palacio? —preguntó Lisa, rompiendo el silencio que se había vuelto casi confortable.

Mis ojos se mantenían fijos en la ventana, abiertos de par en par, absortos en la escena que se desplegaba ante mí. Mi cuerpo estaba inclinado hacia adelante, como si quisiera atravesar el cristal y perderme en el paisaje más allá, ignorando por un momento la presencia de Lisa a mi lado.

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