12. El alfil y la dama.

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Capítulo 12:
El alfil y la dama.

Disfrutaba el sol invernal en el jardín, la forma en la que se colaba de forma grácil a través de la cúpula del invernadero siempre me resultaba encantadora.

Me gustaba pasar el tiempo atendiendo las flores del jardín, cuidarlas con recelo; sus fragancias perfumadas y el olor a tierra húmeda removida siempre me ponían de buen humor.

Mert entonaba una canción kanverina sobre una muchacha enamorada de su soldado, un amor prohibido y escandaloso, mientras le peinaba el cabello a Layan y Savina disfrutaba de la lectura de un libro que parecía ser aessi antiguo.

Era consciente de lo mucho que Savina se regocijaba en el hecho de que nadie pudiera saber qué estaba leyendo, aunque mis clases de aessi me permitían leer Leyendas de Katreva, tierra de lobos en los grabados de cuero rojo.

Me dispuse a seguir con mi tarea de elegir un par de rosas azules para Lysander cuando una sensación extraña me invadió, tuve que ponerme de pie al sentir ese bien conocido malestar y me apresuré a limpiarme las manos en la vasija de plata.

──¿Qué ocurre? ──indagó Savina, al parecer menos concentrada en su lectura de lo que parecía.

──Acompañame a mis aposentos.

Ella así se dispuso a hacerlo, no sin antes decirle a Mert y Layan que podían seguir disfrutando del sol en invierno.

Apenas hicimos unos pasos más fuera del invernadero, tomando la salida rápida que daba a los comedores del interior, cuando el líquido se deslizó entre mis piernas sin que pudiera detenerlo.

No me quedó más que levantar el vestido para comprobar la mancha delatora en mis enaguas blancas.

Estaba sangrando, otra vez, como cada mes desde que había llegado al palacio.

Savina vigiló que no hubiera guardias cerca y luego volvió a mi lado.

──¿Crees que lo hayan notado? ──preguntó, la esperanza tendida en su voz.

Una mueca desesperanzada surcó mis labios

Una mueca desesperanzada surcó mis labios

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──Valtaria necesita un heredero.

Esa fue la razón por la que fui convocada ante los miembros del Consejo de Sabios.

Al menos tuvieron la delicadeza de hacerlo en el salón de juntas real y no en la sala de justicia.

Suspiré.

Busqué erguirme mejor en mi asiento, tenía la imperiosa necesidad de mostrarme firme para no caer insegura ante el peso de tantas miradas.

──Sucederá con el tiempo.

Intenté dirigirme a cada uno de ellos, pero a pesar de ver los blasones en representación de sus casas no era capaz de reconocer a la mayoría.
Si estuviera el Alto Karsten, él se encargaría de señalarme a cuál pertenecía cada uno.

Sin su guía me encontraba a la intemperie en medio de una cruda ventisca.

──Tiempo es lo que no tenemos, el rey Aeto convalece y Valtaria tiene demasiados frentes abiertos, su majestad ──habló uno de los ancianos del Consejo──. Hemos recibido informes de que el saerev y usted no han vuelto a yacer juntos.

La idea de que hicieran informes de lo que pasaba ─o no pasaba─ en mi alcoba me pareció bochornoso, pero debí tragar el orgullo.

──Por lo que sabemos ese matrimonio podría ni siquiera estar consumado ──declaró otro miembro del Consejo, no de los que gozaban de más tacto al parecer──. Una prueba de castidad es por lo que deben pasar los dos.

──Bajo ningún punto ──declaró mi defensora.

Resta Garza, era una enviada de Val Velika, miembro del Antiguo Círculo, referida por mi padre para que saliera en nombre de la hija que lo había exiliado, del cabello blanco y piel bronce de las montañas velikenses.

Estaba conmovida por el hecho de que, incluso en su enojó, mi padre siguiera velando por mi seguridad, pero también me llenó de angustia el saber lo mucho que seguía dependiendo de su protección.

Para el momento en que abandonamos la sala, mis nervios estaban al límite ante mi honor dilapidado.

Al ser convocada esa mañana por el Consejo creí que lo sería en calidad de gobernante y no para ser enjuiciada como una criminal.

──Dieron el plazo de un año para que conciban un heredero, de lo contrario esta alianza estará en peligro ──explicó Garza.

Entorné los ojos, pero escondí el resto de mi disgusto detrás de una apariencia serena, mientras caminaba con mi consejera por los pasillos.

──¿Qué ocurrirá si no tengo a ese heredero en un año?

Tan asfixiada por la situación como me encontraba, ni siquiera me paré a pensar en que quizás yo no quería ni estaba dispuesta a concebir a ese heredero.
Pero debía entender que mi cuerpo le pertenecía a la corona, así como mi voluntad y vida desde que había nacido.

──Apelaremos, esto no fue más que un destrato a la reina de Val Velika y no será tolerado por los miembros del Círculo Antiguo.

Con sus palabras entendí que tenía que resignarme porque a quien buscaba defender mi consejera, otra vez, era a un reino no tanto como a su reina.

──Enviaré ya mismo una misiva para poner al tanto al Alto Karsten.

Le permití retirarse con una venia, luego vagué por los pasillos como un alma en pena.

Apenas podía ser reina, no sabía cómo podrían lograr de mí una madre para la continuación de su dinastía.

Aunque la idea de que pudieran acoplarme a su deseo me parecía aun más escalofriante.

Hasta entonces noté una mancha roja en el patio cubierto de nieve, alcé la vista solo para comprobar que nadie más estaba cerca para observar a la dama de rojo, el alfil detenido al pie de las galerías, más allá de las columnas de piedra caliza escarchadas.

Decidí bajar las escaleras hasta el patio principal, me conduje a mí misma a través de las galerías oscuras, observé el vestido de la mujer doblar en una de las esquinas.
Seguirla hasta el corazón desconocido del palacio me pareció tentar demasiado a la protección de la Madre.

Escuché pasos acercándose y entonces corrí, aprovechando que nadie estaba cerca para juzgar lo impropio de ver a su reina correteando por el palacio, me marché en dirección al ala este y no estuve tranquila hasta que no me crucé con un buen séquito de guardias, entre los que estaba Levi Vatory.

Mi cara debió ser más pálida de lo que pensé porque el príncipe no dudó en enviar a los soldados tras la mujer descrita.

Ellos no encontraron nada.

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