15 | PERDIENDO LA CORDURA

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EMMA

Nos sentamos al borde de un pequeño risco que se formaba en las rocas. Este había sido nuestro lugar de todas las tardes desde aquel día. Aquel día en el que, luego de que Taylor irrumpiera en la cocina y después de un breve momento vergonzoso, vinimos aquí y comimos unos ricos helados mientras observábamos un hermoso atardecer. Esa última escena la habíamos repetido ya cuatro veces, con esta ocasión; había cancelado dos salidas consecutivas con mis amigas. Últimamente pasaba más tiempo con Taylor no podía decirle que no.

-¿Qué te ha salido? -preguntó Taylor, destapando su chicle.

Me giré para verlo, y me encontré con que parecía un niño entusiasmado.

-Averrr... -le dije mientras giraba la envoltura de mi golosina para leer lo que decía.

-¡Nooo!, otra vez no dice nada -respondí, algo desilusionada.

Taylor se giró para ver la suya y soltó:

-La mía tampoco -parecía que mentía, así que le arrebaté el papel de las manos.

-¡Qué tramposo eres! -exclamé, mientras leía la frase: "Momento de un "¿qué se siente?"

Taylor ladeó la cabeza y el aire revoloteaba su pelo. El ambiente le imponía una serenidad inusual.

-Ese juego es pura chiquilinada -dijo con un suspiro.

-Bueno, el hecho de estar sentados a la vera del mar, destapando chicles y golosinas, también lo es ¿No? -respondí, sonriendo con ironía.

Taylor suspiró de nuevo.

-Bueno, ¿qué se siente ser una mimada?

Me ofendí ligeramente, y él lo notó de inmediato.

-¿Qué? -preguntó-. ¿Acaso no es verdad?

-Está bien, ¿con que empezando fuerte, eh? ¿Qué se siente ser un hombre de piedra? -respondí, tratando de devolver el golpe.

Pero no me hizo gracia. Taylor me observó con una expresión seria.

-Justo a eso me refería... a esa maldita cara de 'la vida me debe demasiado como para contarlo.'

Nos habíamos lanzado suficientes insultos indirectamente para estar ofendidos y no querer volver a hablar, pero el silencio que siguió dio paso a un hermoso atardecer, uno que por cuarta vez pude contemplar de una manera hermosa. De repente, Taylor rompió el silencio.

-¿Qué se siente ser tan increíblemente encantadora?

No quería contestar después de lo que me había dicho antes sobre mi poca experiencia en la cocina, pero lo miré de reojo y, al final, respondí:

-Se siente... se siente raro, supongo. ¿Qué se siente ser tan... contradictorio?

Taylor simplemente sonrió, y juntos nos quedamos observando el crepúsculo. Luego de un rato, volvió a hablar.

-Aún no logro sentirme seguro junto a ti.

Formé un signo de interrogación en mi rostro. Él notó mi confusión y explicó:

-Pasa que después de haberte dicho lo que te dije el día que nos conocimos, me juré a mí mismo no mirarte a los ojos hasta pedirte disculpas formalmente. ¿Quién soy yo para juzgar a alguien sin tan siquiera conocerle?

TAYLOR

Había sido frío y calculador con ella, pero ya había llegado el momento de aceptar que podía considerarla una amiga. Ella no tiene la culpa de los actos de su padre, y yo no tenía por qué seguir siendo distante con ella. Después de días de encuentros, hoy lo he aceptado.

-Ay, Taylor, esas son tonterías -objetó ella con algo de carisma-. Después de todo, me lo merecía por espiona.

Me guiñó un ojo, y se veía tan tierna con el labio tintado de paleta. La verdad es que, así, no podía tomarla en serio.

-Además -continuó-, la primera impresión no siempre es la peor. Tú, que antes me parecías un amargado -(no digo que aún no)-, me has mostrado varios aspectos de la amistad que no me había permitido conocer antes.

La observé por un momento. Quería dar paso a ese silencio que daba más respuestas que cualquier sonido, pero no lo pude evitar y me eché a reír frente a ella. Por el rabillo del ojo, la vi observarme intrigada.

-Okey, pero ahora pareces drogado -dijo, con una sonrisa juguetona-. Tienes... tienes un trocito de paleta justo aquí.

Le pasé mi dedo con delicadeza en la esquina de su labio inferior, dejando a la vista solo el rojo fugaz de la golosina y algo de brillo de labios. Hicimos contacto visual por unos segundos, y lentamente comenzamos a acercarnos. ¿Qué es esto? ¿Qué hago? La vi cerrar lentamente los ojos, y no retrocedí. Cuando estábamos un poco más cerca, el pitido de su teléfono nos devolvió a la realidad.

-Ash -exclamó Emma-, es Mary, ¿qué querrá ahora?-, observo su móvil-.

La vi pararse para devolver la llamada. ¿Qué acababa de ocurrir? ¿Me estoy volviendo loco? ¿Acaso planeaba besarla? Me moví el pelo en un acto de frustración o más bien confusión.

El sol se estaba ocultando por completo, tiñendo el cielo de un color naranja profundo, mientras Emma se alejaba unos pasos para hablar por teléfono. No pude evitar sonreír al recordar cómo, a pesar de todo, me estaba permitiendo compartir con ella. Aunque, claro, no era fácil admitirlo me agradaba. El viento que soplaba desde el mar parecía llevarse consigo cualquier rastro de tensión, dejándonos solo con la serenidad de la tarde.

Me dejé caer de espaldas sobre las rocas, cerré los ojos y traté de procesar lo que acababa de suceder. Ella no tardaría en volver, y sabía que, en cuanto lo hiciera, me lanzaría alguna broma o comentario sarcástico para disimular lo que acababa de pasar entre nosotros. Pero yo... yo como normalmente, pasaría horas pensando en lo mismo. Algo había cambiado entre nosotros, y la verdad es que aún no sabía exactamente cómo manejarlo.

El sonido de sus pasos acercándose me hizo abrir los ojos. Emma estaba de vuelta, con una expresión algo más seria, aunque sus ojos brillaban con esa chispa que tanto me empezaba a ¿gustar?

-¿Todo bien? -pregunté, tratando de sonar casual.

-Sí, solo... Mary siendo Mary -respondió, dejando escapar una risa leve.

Nos quedamos en silencio por un momento, antes de que ambos soltáramos una carcajada, como si de repente todo el peso del día se hubiera desvanecido.

Desde que me permití pasar tiempo con ella no podía evitar reír por cualquier cosa. Normalmente reía con frecuencia cuando estaba con mis hermanos, pero cada que estaba junto a ella era como si la vida me estuviese dando momentos extras para reír.

-Emma... -comencé a decir, sin saber muy bien cómo continuar.

-¿Sí?

-Nada, olvídalo -dije, sonriendo.

Ella levantó una ceja, claramente intrigada, pero no insistió. Nos sentamos nuevamente, esta vez más alejados, y juntos observamos cómo el sol desaparecía en el horizonte. Por ahora, eso era suficiente. Pero en el fondo, sabía que tarde o temprano tendríamos que hablar de lo que realmente estaba sucediendo entre nosotros. Y cuando ese momento llegara, estaba dispuesto a afrontarlo. Aunque quizás solo sea cosa mía y mi poca experiencia con las chicas.

NO SON EL UNO PARA EL OTRO || EN PROCESODonde viven las historias. Descúbrelo ahora