Solo eran días normales entre un niño y un adolescente casi adulto.
Gojo Satoru estaba seguro que criar a un mocoso debía de ser fácil.
Megumi Fushiguro no confiaba ni un poco en él.
Por supuesto, nada sale según lo planeado.
●Créditos a sus respect...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Una coleta no te va a matar.
Si le preguntaran, Tsumiki admitiría con todas las letras que es muy feliz.
No hay más que pensar ni vueltas que darle.
Una respuesta simple para una persona simple. No hay pretensiones ocultas ni ideas extrañas. Tsukimi es muy feliz al lado de Satoru y Megumi.
En los años que llevaba compartiendo al lado de Megumi nunca lo había visto así de radiante y expresivo. Su hermano por primera vez en sus cortos años de vida se veía genuinamente libre.
Libre de jugar.
Libre de hablar.
Libre de actividades que no le corresponden a un niño.
Libre y risueño como un niño debe serlo.
Y Tsumiki es una niña también, pero su situación la obligó a autoponerse un papel que no iba adecuado a su edad. Tsumi tomó el papel a cargo, casi como una imagen materna que estaba ahí para consolar el pobre corazón de Megumi.
Algo en Tsumiki se apegó a Satoru desde la primera vez que lo vio, incluso si Megumi desconfiaba de él la primera vez que lo llevó a su casa donde se presentó como el hechicero más fuerte quien quería cancelar su venta y darles una nueva oportunidad.
¿Si sentía rencor? No es que tampoco sea una paloma blanca sin emociones malas. Pero se dio el tiempo de confiar y amar esta nueva familia que se estaba construyendo día tras día junto a Satoru y Megumi.
Incluso si el mismo hombre que había tomado su cargo la miraba con las cejas levantadas, el atisbo de un tic nervioso en uno de sus ojos.
—¿Peinarme?
Tsumiki no pedía más de lo necesario, siempre lo justo. Hoy en particular quería ser un poco, solo un poco caprichosa.
¿Cómo culparla? El hombre paseaba todos los días por el departamento con su perfecto cabello blanco, sedoso, brillante y suave. El querer peinarlo y decorarlo con bonitos moños era una reacción natural.
—Solo unas coletas, Satoru.
El hombre desvió su vista de los ojos de cachorro tristes de la menor.
Eso es…
“—Eso es para niñas.
Los ojos de Getou lo miraron con incredulidad. Recostado en la cama del joven, Satoru dijo aquello sin duda alguna.
—Maquillaje, peinados, ropa y estilos, zapatos… todo eso es cosa de mujeres— cada uno de sus dedos fueron enumerando cada palabra.
—De verdad Satoru eres algo…
Getou quien terminaba de vestirse llevaba el cabello suelto, liso y oscuro cubría el contorno de su rostro obligando al dueño a acomodarlo detrás de sus orejas para que no molestara. Sus movimientos eran elegantes y refinados, Satoru no pudo evitar admirar por un momento la vista.
—¿Entonces yo soy una mujer?
La pregunta lo descolocó por completo.
—No digas tonterías Suguru, eres un hombre.
El mencionado sonrió tan encantador como solo él puede, el tono que usó fue el mismo que utiliza un adulto al educar a un niño.
—Piensalo, Satoru. Me gusta cuidar mi imagen, verme pulcro y bien cuidado… pero incluso si lo hago no dejo de ser yo. O acaso, ¿me ves diferente solo por eso?
—Nunca.
La respuesta fue rápida, casi automática. El propio Satoru fue consciente de esta reacción al ver la risa burlona que se escapó de los labios de Getou lo que lo llevó a arrullarse enfurruñado intentando ocultar el pequeño sonrojo en sus mejillas ante la vergüenza.
Suguru tenía razón, el cuidado personal en general llevaba todo lo que él catalogaba como de “niñas o mujeres” pero el propio Suguru realizaba todas esas actividades y no por eso dejaba de ser menos masculino ni nada. Suguru seguía siendo Suguru y Satoru continuaba queriéndolo así.
Entre risas Suguru lo sacó de la cama y le pidió ayuda para peinarse. Incluso si el cabello largo le incomodaba Getou siempre se negaría a la idea de cortarlo de Satoru. Sus manos fueron torpes y tal vez le arrancó uno que otro cabello al intentar hacerle una coleta a Getou pero al final lo logró -si es que podía llamarse a su intento una coleta-. Pero Suguru no se quejo ni lo critico, lo dejo ser y al final se dejó el peinado todo el dia solo sonriendo ante las pequeñas preguntas de sus compañeros sobre su particular peinado.
Ese día una gran vergüenza invadió el pecho de Satoru.”
Ah… ¿cuándo se volvió así?
Tsumiki estaba por darse por vencida cuando le quitaron el peine de una de sus manos. Satoru la alzó entre sus brazos, una extraña mueca similar a una sonrisa decoraba sus labios.
—Solo si Tsumiki me deja peinarla también.
La sonrisa que la niña le dio fue abrumadora. Satoru decidió ignorar la punzada que recorrió su pecho. No era nada relevante, lo más importante ahora era Tsumiki y Megumi.
Cuando Megumi regresó de su viaje de compras junto a Ijichi no esperaba encontrarse con una escena tan…
Su amada hermana jugueteaba con las preciadas gafas de Satoru mientras su boca se abría de sorpresa al mismo tiempo que gritaba que no veía nada. El hombre por su parte acomodaba la cámara de su teléfono actuando completamente normal. Lo único no normal eran las coletas que decoraban su cabello, chuecas y mal atadas pero aun así ahí estaban.
Megumi podía apostar que eran creación de Tsumiki.
Pero muy contrario al peinado de Satoru la coleta de su hermana era prolija, atada con cuidado y prolijidad. Ni un pelo fuera de lugar.
Esa definitivamente no era creación de Satoru.
Hombre y niña no notaron su presencia, muy concentrados en posar para la cámara dejando de recuerdo aquel día.
Incluso si Megumi salía en el fondo con su cara de incredulidad.