X. Camino a la verdad

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Salieron del hotel y tomaron un taxi hasta la estación del tren que iba a Edimburgo.

—¿Y el Bentley?

—Nos espera en la estación de Edimburgo.

—¿Por qué?

—Ya lo sabrás, pequeño ansioso.

Entraron en uno de los vagones se sentaron juntos y Crowley lo abrazó, no tenía deseos de soltarlo.

—¿Quieres dormir o prefieres ir al comedor?

—No quiero comer, gracias.

—Apenas desayunaste, podemos pedir algo para los dos.

El Ángel lo vio fijamente y le pregunto

—¿Acaso quieres engordarme, demonio travieso?

—No me molestaría.

—Así estoy bien, siempre he tenido que luchar con mis kilos de más y las burlas de los angeles.

—Yo creo que eres perfecto —tomó su barbilla para que lo mirará —antes también lo eras, no importa como cambies siempre pensaré que eres perfecto.

Los ojos del Ángel se volvieron cristalinos ante esas palabras, Crowley empezó a acariciando su mejilla y casi sin pensarlo le plantó un beso, fue un beso corto, se separaron ligeramente pero dejaron sus frentes juntas.

—Lo siento Ángel,  no lo pensé.

No le contestó nada, tenía el rostro rojo y su mente no lograba reaccionar, Crowley dejo de tocarlo y se alejo un poco.

—Iré por un café y un té para ti.

Ambos seres estaban confundidos, se habían extrañado cuando el otro se marchó y ahora que estaban juntos, ninguno se atrevía a hablar de sus sentimientos.

Cuando regreso al vagón permanecieron en silencio el resto del viaje, al llegar a su destino Crowley lo guío hasta la calle y empezaron a caminar.

—¿Y el Bentley? dijiste que estaba en la estación.

—Bueno sí, está cerca, caminaremos un poco.

Entraron en la recepción de un pequeño hotel de la ciudad.

—¿Quieres que sigamos nuestro viaje o prefieres descansar? solo son dos horas hasta nuestro destino.

—Prefiero seguir.

Habló con la encargada y fueron por el auto que estaba en la parte posterior del pequeño hotel, se subieron y se adentraron a su destino, puso música de Queen en un volumen apacible, manejó sin mucha prisa, aunque ya estaba ansioso de contarle todo.

—¿Sabes que fui a Verona a buscarlo? —dijo mientras acariciaba el vehículo.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Creí que si lo encontraba también te encontraría.

Se instaló un silencio incómodo entre los dos.

—Tu teoría no estaba tan equivocada, pero no había forma de que nos encontraras.

—La carta desde Verona, ¿fue intencional?

—Sí, lo fue.

—Entonces supongo que fue bueno que ayudaras a Shakespeare a que sus obras fueran conocidas.

Crowley solo rodó los ojos, se estaba poniendo el atardecer, se podían apreciar los tonos rojos y naranja, dejando un aire de melancolía y romance dentro del Bentley.

Salieron de la carretera y se adentraron en un bosque.

—¡Hay una barrera!

—Sí, por eso no me encontrabas.

—¿Cómo? Esto parece celestial.

—Espera a que lleguemos y lo contaré todo.

Llegaron hasta una cabaña rústica, solitaria, por dentro el espacio era confortable, el demonio chasqueó los dedos y prendió la chimenea, trajo té para el Ángel, había dos habitaciones, televisión, juegos de video, una computadora, sillones y todas sus plantas, era un lugar solitario pero definitivamente un buen lugar para escapar, cuando exploro un poco el lugar, pensó lo peor.

Sus ojos estaban llorosos, se sentía herido había sido abandonado por su amigo, le había hecho creer que se había suicidado y se había escondido de él, en un bosque, sin la posibilidad de que lo encontrara, haciéndolo sufrir día tras día.

-Querías darme una lección -dijo casi en un susurro- ¡me querías castigar!

Cuando te marchasteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora