1. La mala suerte de habernos cruzado

437 32 12
                                    

Juan José, exhausto de tanto esperar, con un vaso de licor en mano y enfundado en un traje azul marino hecho a su medida por su sastre de confianza, caminaba por el pasillo de aquel edificio que tanto le oprimía desesperado esperando a poder salir y, por fin, acudir a la cita de paseo con el matrimonio de Hernán-Villanueva y sus queridas hijas, Violeta y Ruslana, que su madre había concertado la tarde de antes mientras tomaba en el té con su querida y más admirada vecina. Dicha mudanza no era más que una simple consecuencia del nuevo puesto de trabajo como médico de renombre que su padre, Diego de Ordóñez, había aceptado en aquella ciudad española.

A Juanjo aquella nueva casa le resultaba diminuta, diminuta comparada con el palacio de cuatro pisos en el que vivían en Manchester, propiedad de sus abuelos maternos y que su madre, Madeleine, había heredado tras la muerte de ambos, al ser la única hija del matrimonio. Su nueva casa, ante la crítica mirada de los ojos del hijo mayor del matrimonio de Ordóñez-William, era tan solo era un ''pisucho'', como lo había denominado él nada más verlo. Éste contaba con, nada más y nada menos que: 4 alcobas y sus respectivas salas de baño; un salón; una cocina; un despacho/consulta; y, un pasillo por el que su hermana pequeña, Chiara, no dejaba de correr a todas horas, junto a su hermano mediano, Alejandro, algo que a Juanjo no terminaba de caerle en gracia.

Analizándolo desde fuera, ese piso podría ser considerado un palacete para el resto de vecinos e, incluso, como la casa de su real majestad Alfonso XIII para el servicio que trabajaba bajo las órdenes de los señores de aquel edificio. Su casa se trataba del mismísimo piso principal de aquel edificio céntrico de Madrid, un tanto más grande que el del resto de sus vecinos, debido al mayor poder económico que su familia poesía respecto al resto. Sin embargo, para Juanjo aquello seguía resultando insuficiente.

Un grito ahogado de dolor y unos llantos incansables provenientes de la alcoba de su hermana pequeña le sacaron rápido de aquellos pensamientos negativos sobre la nueva vida que se estaba viendo obligado a vivir.

- ¡Padre!, ¡Madre! Chiara se ha hecho daño el pie, no puede andar - gritaba desesperado su hermano Alejandro.

Hasta la alcoba corrieron sus padres y el mismo, Juanjo, sin parar de escuchar los gritos ahogados y los llantos de ambos hermanos.

- ¿Se puede saber qué ha sucedido? - se apresuró su madre a preguntar a sus dos hijos, mientras se agachaba para llegar a la altura del suelo en el que se encontraban sentados sus dos hijos con las lágrimas corriendo sin cesar por sus mejillas.

- Ma... dre, ma... dre... - sollozaba Alejandro intentando que saliesen de su boca unas palabras que parecieran no querer hacerlo, mientras los gritos de dolor de Chiara no parecían cesar. Ninguno de los parecía calmarse para poder explicar al resto qué había sucedido.

- Seguro que estaban jugando otra vez al juego ese del pilla pilla, impropio de nuestra clase social - apuntó refunfuñando Juanjo - que les enseñó esa criaducha nada más llegar - siguió protestando Juanjo apoyado desde el marco de la puerta con los brazos cruzados sobre su abdomen mientras era testigo como su hermana no cesaba en sus quejas de dolor.

- Juanjo, no... - dijo con voz agotada, y entremezclada con aquellos llantos que abrumarían hasta el ser más frío del planeta, su hermana Chiara a modo de súplica.

- Padre, si me hiciera caso y le dijera a la criada esa, Laura o como se llame, que dejase de enseñarles juegos propios del servicio a mis hermanos, todo esto no estaría teniendo lugar - haciendo caso omiso a la súplica de su hermana y con su voz sonando con un tono mayor de arrogancia que pareció no sorprender a ninguno de los presentes en aquella sala.

- Juan José, ¡ya basta! Se llama Luisa. Y, mira como está tu hermana, no puede apoyar el pie ni para caminar y a ti lo único que te importa es quién le ha enseñado ese juego o si el juego no es apropiado para personas de nuestra clase social, según tú - le gritó su padre con voz fuerte y firme - Haz el favor de ir a avisar a Lucas para que me ayude a mover a tu hermana al despacho y poder examinarla bien allí.

Escalera 423Donde viven las historias. Descúbrelo ahora