10. La fiesta de fin de año

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Las celebraciones de los días anteriores solo habían sido un pequeño aviso de la inevitable, extraordinaria y fascinante celebración de fin de año que todos los años se preparaba en el edificio 423 de la Gran Avenida de los Girasoles de Madrid. Aquella calle concéntrica de la capital recogía las celebraciones con mayor glamour de la ciudad y los vecinos de aquel edificio no querían que la suya quedase por detrás de las demás.

Así durante los últimos días del año todas las señoras del edificio dedicaban única y exclusivamente su tiempo a organizar y ultimar los detalles junto al personal del servicio, desde sus sirvientas hasta los tres miembros de la portería, entregándose todos y cada uno de ellos en cuerpo y alma en su preparación.

A decir verdad, aquel portal era un trajín de idas y venidas de cajas y más cajas con todo tipo de decorativos (desde arreglos florares hasta pequeñas luces) que adornarían el portal y, sobre todo, el piso principal del edificio, la casa de los Ordóñez-William. De nuevo, la casa de la familia acogería a todos sus vecinos y supondría el núcleo y el alma de dicha celebración, habiendo sido elegido en consenso entre todos los vecinos para celebrar allí la llegada del nuevo año. Su gran salón y su amplia cocina habían sido razones suficientes para su elección.

Nadie tenía tiempo para nada más que pensar en la decoración y en su vestimenta para aquel señalado día, desde los señores hasta los miembros del servicio, quiénes, como todos los años y tras haber servido en la cena de los señores, dispondrían de la libertad para celebrar por su cuenta y junto al resto de sus compañeros el fin del año presente en el altillo del edificio.

Las idas y venidas, la faena incansable y el frío más gélido que los días precedentes (aunque aquello resultase inimaginable entonces para los habitantes de la capital) habían conseguido hacer mella en algunos de los miembros del servicio.

Puede que fuese culpa de los finos ropajes a los que podían optar con sus jornales o, incluso, del agrietamiento de unos de los cristales de aquel viejo altillo que, aunque ya había sido arreglado, había sido una de las principales causas de los constipados de algunos miembros del servicio. Todos ellos se recuperaban favorablemente gracias a los remedios que el médico del edificio les había obligado a tomar, aunque algunas toses seguían preocupando de más al médico.

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En casa de los Ordóñez-William ya estaba casi todo preparado para la llegada de sus invitados. Los tres hermanos terminaban de acicalarse en la habitación de la más pequeña junto a la sirvienta de la casa.

- ¡Ya estoy! - anunció la más joven de los tres mientras giraba en torno a si misma ofreciéndoles una vista de todo su conjunto a sus otros dos hermanos. Un hermoso vestido azul con un lazo blanco en la espalda y solapas de encaje del mismo color alrededor del cuello, le hacían parecer la princesa más guapa de aquella habitación, tal y como le había hecho saber su hermano mayor en un elogio nada más verla.

- Hermanita, te queda genial ese recogido en el pelo - opinó por su parte el mediano.

- Sí, ese pelo ondulado te favorece un montón.

- Ha sido todo gracias a Luisa. Siempre me deja como si fuera una princesa.

- Eso es porque es usted una princesa. Nuestra princesa - le aseguró Luisa recogiendo todo lo que había utilizado minutos antes para preparar a la pequeña.

- Luisa, no se lo digas muchas veces que luego no hay quién calme su ego - sonrió Juanjo mientras le revolvía el pelo a su hermana.

- Gruñón, ¡para! Vas a deshacer todo el trabajo de Luisa - protestó la morena.

Escalera 423Donde viven las historias. Descúbrelo ahora