9. ''Déjeme ayudarle, por favor''

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El 25 de diciembre, por la noche, antes de acostarse en su cama, Martin había decidido salir a dar un paseo por la cerrada noche de las calles de Madrid para despejarse un poco después de las ajetreadas jornadas de faena de los últimos días.

Tras el laburo en la casa de los Ordóñez-William en su recepción de Nochebuena, el joven había acabado destrozado, como un trapo, sintiéndose como si un carruaje de caballos hubiese pasado por encima suyo, arrollándole. Esa misma noche, su madre le había dado unas friegas para intentar calmar los dolores que le mortificaban, pero éstos se intensificaron al día siguiente, la faena no cesó para el joven. Todo debía quedar resplandeciente antes de que los señores salieran del edificio hacia la Iglesia para celebrar el día de la Natividad.

Así que el mozo pensó que un paseo solitario por las vacías calles de Madrid a esas horas, le permitirían conectar un poco más consigo mismo, relajarse y descansar, desconectando así de la vida frenética en aquel edificio.

Su caminata acabó allí, en el Retiro. Ese parque que había fascinado al más joven desde su llegada a la capital y, aunque por su trabajo no podía ir tanto como le gustaría, ese parque suponía un refugio al que siempre que tenía oportunidad terminaba escabulléndose. Allí podía sentarse en la hierba y contemplar el maravilloso cielo estrellado que la noche de Madrid ofrecía, admirando la inmensidad y la belleza de éste. Un lugar en el que las luces de las calles se suavizaban y las estrellas parecían relucir con un mayor brillo, algo que no dejaba indiferente al joven amante de la naturaleza.

Tras disfrutar de unas horas de soledad y tranquilidad en el Retiro, Martin caminaba de vuelta al edificio cuando un rostro que le resultaba conocido le interceptó.

- Buenas noches, muchacho. ¿Qué haces a estas horas por las calles? - una voz que ni siquiera le dio tiempo a responder antes de continuar hablando - ¡Cuánto me alegro de haberte encontrado! No sabes cuánto tiempo llevaba buscándote... desde el día que nos cruzamos en aquella fuente...

- Buenas noches... - dijo sorprendido el mozo al señor del cual aún no conocía su nombre, pero recordaba su cara a la perfección.

- Pablo, mi nombre es Pablo. Encantado... - y esperó a que el joven también se diese cuenta de que él tampoco se había presentado y, por tanto, tampoco era conocedor de su nombre.

- Martin. Señor, yo me llamo, Martin. Encantado.

- No me trates de señor, Martin. Me gusta el trato cercano con la gente joven - y le tendió la mano para estrecharla en un fuerte apretón mientras una suave risa escapó de sus labios - Mira, voy a ir al grano. No tenemos tiempo que perder - los ojos del más joven se abrieron sorprendidos esperando qué era aquella noticia tan urgente que parecía tener que comunicarle - El otro día cuando nos encontramos en la fuente, vi que tenías mucho tacto y cercanía al tratar con los caballos y quería ofrecerte un jornal con ellos. Con todos los años que llevo en la ciudad... nunca había visto a ningún joven conectar tanto ni tan rápido como te vi hacerlo a ti con mi yegua.

- ¿Có... cómo? ¿Un jor... jornal? ¿Con los ca... caballos? - las palabras parecían atascársele en la garganta a un Martin atónico con lo que sus oídos acababan de escuchar.

- Sí, muchacho. Un jornal en una hípica. Necesitamos un mozo que se encargue de asear y dar de comer a los caballos que tenemos allí.

- Señor, siento rechazar su oferta, pero ya tengo un jornal en un edificio ayudando a mi madre y a mi hermana, no las puedo dejar solas y tampoco puedo compaginar ambos. El trabajo allí es muy duro y no podría dejarlas solas haciéndose cargo de todo. Me necesitan - afirmó Martin con una pena latente en su voz.

- Entiendo, muchacho. Pero vi cómo Leo se mostró tan cercana contigo. Esa yegua siempre ha estado a mi cargo y nunca se había dejado acariciar así por ningún desconocido, en cambio contigo... Martin, tienes algo especial con los caballos que no podría explicar. Mira, lo he hablado con mi jefe y estaría dispuesto a ofrecerte un jornal de algunas pesetas a cambio - aseguró aquel señor ante el mozo que seguía mostrándose dudoso con la oferta. Acababan de ofrecerle el mejor laburo de su vida, el de sus sueños. Poder dedicarse a cuidar de aquellos animales era con lo que soñaba cada noche cuando se metía a la cama tras un largo día de faena en el edificio, un jornal que le permitía comer y sobrevivir, pero que no le hacía plenamente feliz. Lo sabía de sobras. Aun así, era consciente de que no podía permitirse dejar su faena actual, ni podía dejar a su madre y a su hermana ''abandonadas'' con tanta faena por hacer - Piénsalo al menos, joven. Es una gran oportunidad para ti.

Escalera 423Donde viven las historias. Descúbrelo ahora