11. ''Te quiero, Juanjo''

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- Carmen, no te vayas por favor. No me dejes solo.

Eran tan solo las cuatro de la madrugada, cuando unos gritos acompañados de algunos sollozos alarmaron a un Juanjo que reposaba la cabeza sobre la pared de aquella fría habitación. Con cierta urgencia se deshizo de la manta que reposaba encima de su cuerpo, se acomodó el chaleco de su traje y digirió sus pasos hacia aquellos angustiosos gritos.

Al llegar a la puerta de la estancia de la que nacían dichos ruidos, Juanjo dudó si debía o no entrar en ella. Un par de gritos algo más desesperados que los precedentes fueron suficientes para que el joven se decidiera al fin por adentrarse en la alcoba que tenía a tan solo un par de pasos. Allí dentro, se encontró al mozo del bigote dormido sobre su cama mientras temblaba y gritaba con cierta desesperación.

Sigilosamente, el más alto se aproximó a la vera de la cama y suavemente zarandeó el brazo del joven, buscando despertarle de la pesadilla que parecía estar atormentándole por dentro.

- Martin, despierta. Carmen está bien, no te preocupes - pronunció dulcemente el señorito - Es solo una pesadilla. Yo estoy cuidando de ella - aquellas últimas palabras fueron acompañadas de una suave caricia en la frente del mozo y un gesto que ayudó al más alto a recolocar las sábanas y mantas de su cama buscando arropar al mozo del frío que amenazaba la noche gélida del primer día del año.

Aquellos gestos parecieron calmar momentáneamente las pesadillas del mozo.

- Descansa, Martin. Estás agotado - murmuró Juanjo mientras se alejaba de la cama despacio procurando no despertar al chico.

Cuando volvió a la alcoba de Carmen, se cercioró de medir de nuevo la fiebre de la joven que descansaba en paz sobre su cama. Gracias a los remedios que había conseguido de urgencia su padre aquella noche de fin de año, el estado de la joven parecía haberse controlado y estabilizado algo más. En palabras de su padre: ''el estado de la joven seguía siendo crítico, pero esperanzador''. La tos que había estado padeciendo los días precedentes parecía estar cesando, aunque la fiebre seguía sufriendo fuertes picos de descontrol.

Tras proporcionar unos calmantes a Matilde y a Martin para que al menos aquella noche pudieran descansar y tras la fuerte insistencia de su hijo mayor, Diego se marchó a descansar, dejando así al control de la situación a Juanjo.

El señorito había insistido en que tenía nociones suficientes para vigilar el estado de la joven y avisarle en caso de que ésta fuese a peor, alegando que siempre le había visto atender a sus pacientes y que esto le vendría bien para su formación futura como médico. Su padre no se podría haber negado por nada del mundo, confiaba en su hijo como si de él mismo se tratase.

Sin embargo, las razones de Juanjo iban más allá de la medicina. Aquella joven le recordaba demasiado a su hermana pequeña, Chiara, y aquello le hacía sentir una unión especial con la más joven del altillo, sintiendo a su vez una necesidad absoluta por cuidar de ella.

A ello se le junto otra circunstancia. Haber visto esa misma noche a Martin sumido en tal estado de desesperación por la situación en la que se encontraba su hermana, le había sobrecogido de más. Juanjo no podía permitir que a Carmen le ocurriese algo y que ello afectará de la misma manera a Martin. Ya era consciente, por palabras del mozo, que éste no estaba preparado para pasar una vida sin su hermana al lado.

Por todas aquellas razones, el futuro médico se había prometido a sí mismo hacer todo lo que estuviese en su mano para ayudar en la recuperación de aquella dulce joven.

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Unos pasos apresurados aproximándose a la habitación despertaron a Juanjo, quién con la cabeza apoyada sobre la pared de aquella fría habitación y sin darse cuenta había acabado durmiéndose en una silla de madera a la vera de la cama de Carmen.

Escalera 423Donde viven las historias. Descúbrelo ahora