15. ''No entiendo qué me ocurre''

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Un nuevo mes daba comienzo en la capital española y todo parecía seguir su curso normal, según lo establecido, según la cotidianeidad del día a día.

Los miembros del servicio seguían trabajando desde el alba hasta bien entrada la noche, cumpliendo todas y cada una de las demandas de sus señores. Un trabajo arduo al que ninguno de ellos parecía llegar acostumbrarse nunca.

Desde el momento en el que se levantaban, solo eran capaces de pensar en el instante en el que terminasen la jornada y pudiesen volver a su alcoba a descansar, a poner los pies en alto después de tantas horas de laburo. Aquella acción no cesaba sus dolores continuos consecuencia de la faena, pero al menos los aliviaba durante un par de horas.

Para los señores la vida también seguía su curso. Juanjo continuaba acudiendo a las clases de Universidad y al centro médico al que había empezado a asistir algunas tardes a la semana. Sin embargo, había dos cosas de la vida del joven que no seguían su curso: la relación con su padre seguía enfriándose cada día más y, claramente, su relación, tal y como había sido en las últimas semanas, con el mozo del bigote se había cortado de raíz.

La interacción entre ambos jóvenes se había limitado a: los ''buenos días'' cada mañana cuando el de clase alta salía del edificio acompañado de su padre para acudir a la universidad y a las ''buenas tardes'' cuando éste mismo volvía de nuevo a casa desde el centro médico.

Mantener aquella posición no estaba resultando nada fácil para Juanjo dadas las circunstancias. Tener que ver al chico por el que seguía sintiendo cosas, pero que dichos sentimientos no sean mutuos, no es plato de buen gusto para nadie.

Su posición era indudablemente complicada. ¿Pero cómo sería la posición de la otra parte de ese anterior vínculo? Y es que un vínculo siempre implica a dos personas (o más). Sea del tipo que sea, siempre tendrá dos caras. Dos caras de una misma moneda que interactúan entre sí, pero que a la vez son muy diferentes entre sí.

A Martin, claramente, le aliviaba que al menos el señorito tras todo lo ocurrido entre ellos no hubiese descuidado o, incluso, abandonado el trato cordial que habían conseguido alcanzar antes de aquello.

Sin embargo, algo dentro de sí mismo se había removido. No sabía muy bien a qué se debía. Él lo había achacado a la tristeza que le daba que esa buena relación que tanto les había costado alcanzar, ahora mismo se hubiese visto truncada.

Es verdad que entendía la actitud de frialdad que adoptaba Juanjo cada vez que se encontraban, pero le dolía el haberse alejado tanto del señorito en tan poco tiempo. A decir verdad, el mozo le había cogido el gustillo a pasar tiempo con él a solas. Porque, aunque en un primer momento no lo hubiese imaginado ni en broma, el joven señorito podía ser muy buena persona. Tal y como había su hermana Carmen una vez, el señorito podía llegar a ser muy cariñoso y gracioso, incluso, si se lo proponía.

Al mozo le hacía especialmente feliz ver cómo su hermana desde un principio disfrutaba de la compañía del señorito. Una compañía que se respaldaba en el afecto y el cariño que Juanjo le procesaba a la joven. Una compañía que se había mantenido en las últimas semanas a pesar de todo lo ocurrido aquella fatídica noche en el Retiro. Y sí, aquello había conseguido hacerse un hueco en el corazón de Martin.

Consecuencia de ello, la lejanía que parecía haberse impuesto entre ambos, a Martin le había dolido más de lo que nunca hubiera sido capaz de verbalizar con palabras, aunque algo empezase a exteriorizarse en aquel joven.

Puede ser que estuviese más irascible que de costumbre o que, incluso, algo más desganado. Y de eso sí parecía empezar a darse cuenta su hermana pequeña, quién observaba en silencio e intentaba averiguar la verdadera causa.

Escalera 423Donde viven las historias. Descúbrelo ahora