17. La felicidad, a veces, no se puede medir

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- Señorita, ¿qué le gustaría comer de postre hoy en el picnic? - le preguntó Luisa a Berta, quién acababa de entrar en la cocina directamente al llegar a casa de su amigo.

- ¿Qué postre? ¿De qué picnic hablas, Luisa? - preguntó altamente sorprendida la joven señorita.

- Sí, el picnic que el señorito Juanjo y usted tienen pensado hacer hoy. Llevo toda la mañana cocinando las cosas que el señorito me encargó ayer por la tarde - la cara de incertidumbre que presentaba la señorita mientras escuchaba aquello hizo reaccionar rápidamente a la sirvienta - ¡Ay, perdone! Seguro que era una sorpresa para usted y yo la acabo de fastidiar. Ahora el señorito me echará la bronca...

- Luisa, no te preocupes, yo...

- Sí, era una sorpresa para la señorita, pero no te preocupes, Luisa - cortó precipitadamente Juanjo a su amiga - Bueno, Berta, ahora ya lo sabes. ¡Nos vamos de picnic en cuanto Luisa termine de prepararlo todo!

- Pero Juanjo, ya te dije que hoy tenía que... - una mirada de soslayo a modo de advertencia por parte de su amigo fueron suficientes para que la joven no continuase con lo que estuviese a punto de decir en voz alta.

- Bueno, señorita, he preparado unos suizos que sé que tanto le gustan. ¿Tiene alguna petición más sobre algo que quiera comer en concreto? - preguntó la joven sirvienta, ajena a las miradas que se intercambiaban aquellos dos jóvenes, mientras se disponía a guardar un par de aquellos esponjosos dulces en la cesta.

- Sígueme la jugada - le susurró Juanjo a su amiga aprovechando que Luisa había dejado de prestarles atención durante unos segundos.

- No, muchas gracias, Luisa. Creo que con eso será suficiente - agregó a modo de agradecimiento Berta, siguiéndole el rollo a su amigo tal y éste como le había pedido.

- Bueno, pero igual se quedan con hambre si no guardo nada más. Voy a meter un poco de ese queso tan rico que quiso comprar el otro día su madre. Y un poco de jamón cortado finamente, que seguro que les gusta un montón. Ah, y también he guardado unos cuencos con un poco de fruta ya cortada para que les sea más fácil comerla. Ah, y también un poco de chocolate fundido para...

- Luisa, ¿no crees que será mucha comida?

- Luisa, no hagas caso a la señorita. Luego nos entrará el hambre de golpe al ver lo rico que lo has preparado todo y seguro que no dejamos ni las migas del pan - afirmó Juanjo ante la mirada inquisitiva de su amiga que seguía sin entender a qué se debía todo aquello - Ah, y guarda también, por favor, una de esas botellas de vino francés que compró mi padre el otro día.

- ¿A la señorita le gusta ese tipo de vino? - intervino curiosa y algo impactada por aquella información la joven sirvienta.

- Eh... sí, sí. Me encanta. Es de mis favoritos de hecho - añadió Berta haciendo reír disimuladamente al joven.

Juanjo sabía que su amiga detestaba el vino. Nunca aceptaría tan siquiera una copa de ningún tipo de vino. Mucho menos de aquel vino francés que tan amargo sabor tenía.

A decir verdad, su amiga era buena en eso de mentir. No lo podía negar. Parecía que Luisa se lo había creído todo. No habían levantado ninguna sospecha en ella.

También era consciente de que la lealtad que había demostrado su amiga le iba a costar un par de explicaciones ante ella más tarde. Y claro que lo haría, después, cuando se hubiesen marchado de su casa y en un lugar donde ninguna oreja curiosa pudiese hacerse con el control de aquella valiosa información.

- Bueno, ¿me vas a decir por fin por qué he tenido que mentirle a la pobre Luisa? Yo no puedo ir a ese picnic y dudo que tú solito vayas a comerte todo lo que ha metido en esa cesta - preguntó Berta una vez comenzaron a caminar por las calles de Madrid sin un rumbo fijo.

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⏰ Última actualización: 2 days ago ⏰

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