6. Un paseo frustrado

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Tras una breve pelea que Juanjo había presenciado de su hermana pequeña y su madre sobre qué vestido debía ponerse hoy la pequeña de los tres hijos y que había acabado ganando su hermana porque cuando se ponía en modo insistente conseguía que todos acabasen cediendo a sus peticiones, como tantas veces le había tocado al propio Juanjo, los cinco miembros de la familia se sentaron en la gran mesa de aquel salón a la espera del desayuno.

La mesa se fue llenando poco a poco de café, leche, zumo de naranja, mermeladas varias y bollos, sobre todo, de aquellos suizos que tanto les chiflaban y por los que alguna vez que otra discutían porque siempre había algún miembro de la familia que comía más de lo que tocaba por cabeza. Aquellas peleas le daban vida aquella casa, peleas sin importancia que unían más a la familia, peleas que les hacía reír a carcajadas hasta que les dolían las costillas.

Unos pasos que se aproximaban al salón y aquella voz que tan feliz hacía siempre a Juanjo, hicieron que los cinco presentes se quedasen en absoluto silencio, esperando que aquella joven entrase por la puerta:

- ¡Buenos días, Juanjo! ¿Dónde está ese paseo que me prometiste ayer?

Berta se sorprendió al ver a todos los miembros de la familia sentados en aquella mesa.

- Perdonad mi descuido. Pensaba que ya habían terminado el desayuno. Bueno, yo me vuelvo a casa y os dejo terminar tranquilos. Ha sido una falta de cortesía y educación por mi parte presentarme a estas horas de la mañana sin siquiera haber avisado. Como en casa hemos terminado ya hace rato de desayunar pensaba que ya habrían terminado ustedes también. Si mi padre se enterase de esto… - soltó Berta sin tan siquiera parar a coger aire y calmar los nervios que le habían inundado desde que había entrado en casa de hacia aquella familia donde todos los miembros la miraban con una sonrisa en la cara.

- No te preocupes, Berta. Te disculpamos - le sonrió Diego, el padre de familia, intentando tranquilizar a aquella joven a la que le habían empezado a temblar y sudar las manos.

- Solo venía a ver si Juanjo quería dar un paseo conmigo, pero me vuelvo a casa y le espero allí - comentó aún avergonzada dirigiéndose de vuelta a la puerta del salón.

- Padre, ¿puede Berta quedarse y sentarse con nosotros a la mesa hasta que hayamos terminado? Así luego no tengo que ir hasta su casa a buscarla para dar ese paseo que tanto me apetece - pidió Juanjo con un mohín de los que sabía que siempre acababan por convencer a sus padres.

- Berta, has dicho que ya has desayunado, pero hace rato que habéis terminado. ¿Te apetece que Luisa te prepare algo ahora? Puedes sentarte con nosotros mientras terminamos y charlamos un rato. Ya eres parte de la familia - propuso Madeleine a la joven.

- Si, por favor, Berta. Siéntate con nosotros y cuéntanos alguna de las historietas de esas que inventas tú. Me encantan - le insistió la pequeña de la mesa.

Aquella petición y un asentimiento de barbilla por parte del que se estaba convirtiendo en su mejor amigo en la capital bastaron para que la joven aceptase la invitación de aquella familia a la que tanto había llegado a apreciar en tan poco tiempo.

- De acuerdo. Me quedo - aceptó Berta, acercándose a la mesa y a un Juanjo que le sonreía de oreja a oreja.

- Luisa, por favor, trae una silla y prepárale algo a la señorita - ordenó Diego.

- ¿Qué te apetece? ¿Café, zumo…? - le preguntó por lo bajo Juanjo a su amiga.

- Café está bien, Luisa. Muchas gracias.

Luisa había ido en busca de una silla para la joven, quién se sentó al lado de Juanjo a la espera de su taza de café. La sirvienta volvió a entrar en el salón con bandeja en mano y una taza de café y un plato con un par de suizos en ella.

Escalera 423Donde viven las historias. Descúbrelo ahora