14. Alivio y tristeza

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Las horas pasaban y seguían sin llegar noticias buenas sobre el paradero de Juanjo. Su padre y el mayordomo de la casa habían salido esa misma madrugada en su búsqueda, nada más enterarse de lo ocurrido, pero aún no habían encontrado ni rastro de él.

Habían ido a su parque favorito, al que siempre acudía cuando necesitaba pasar tiempo a solas. También habían recorrido las principales calles del centro de Madrid, mirando meticulosamente en cada uno de sus rincones. Incluso, habían acudido a los principales centros médicos de la capital por si acaso había resultado herido durante esas horas y lo habían trasladado a alguno de ellos.

Pero nada, parecía que la tierra hubiera decidido tragarse a aquel joven. Nadie sabía nada él ni su paradero.

El tema era ya de conocimiento en todo el edificio. Estaba siendo incluso comentado por las muchachas del altillo en su hora de descanso tras la comida.

- ¿Aún no se sabe nada del paradero del señorito Juanjo? - preguntó algo inquieta Lorena.

- Nada de nada - confirmó Almudena para el pesar del resto de las presentes.

- ¿Y cómo está la pobre Luisa?

- Ya te puedes imaginar, Matilde. Con el cariño que siempre le ha tenido al señorito incluso cuando la trataba de aquellas maneras... - apuntó Almudena - La pobre está consumida por los nervios. No quiere venir a descansar. Ha estado toda la noche en vela. Cree que la culpa es suya porque los señores le encomendaron cuidar de sus tres hijos cuando tuvieron que marchar a ayer a una visita de última hora junto a Lucas y ella no ha sabido cumplir correctamente con la tarea.

- Debería descansar...

- Sí, pero ya sabéis que es un tanto cabezota y hasta que no sepa nada de el señorito no lo hará. Antes he conseguido que se tomase una tisana, al menos, para calmar los nervios.

- Esperemos que aparezca pronto entonces - la esperanza era lo último que se perdía y Matilde así lo manifestando, intentando calmar a su vez los nervios de sus compañeras.

- ¿Qué pasa, chicas? - cuestionó Beatriz curiosa mientras entraba agotada por la puerta del altillo.

- El señorito Juanjo... - indicó brevemente Matilde.

- Ay, hablando de él, ayer por la mañana mientras volvía de hacer unos recados lo vi en una de las tabernas de mala muerte bebiendo todo lo que encontraba a su paso - apostilló Beatriz ajena a todo lo que aquello podía significar.

- ¿Cómo? ¿Lo viste ayer? ¿En qué taberna? - algo de luz apareció en el rostro de Almudena, quién se incorporó rápidamente de la silla en la que había estado sentada.

- Sí, en la taberna del Ginés. Me sorprendió verle allí. Allí no van señoritos de su clase, pero ya sabemos que cuando los señores se quieren emborrachar no lo hacen en sitios de alta clase. Siempre acuden a los suburbios para que los chismes no corran tan rápido entre la alta sociedad. Allí nadie suele conocer su verdadera identidad. Llegó muy borracho y le ha caído buena reprimenda de su padre supongo, ¿no?

- He de ir a decírselo a Luisa, a ver si pueden avisar a Don Diego y que vayan a buscarle igual sigue por allí - se apresuró a decir Almudena mientras salía corriendo de allí, como alma que se lleva el diablo, en busca de la mencionada compañera de altillo.

- ¿Cómo? ¿Buscarle en la taberna, por qué? ¿Aún no ha vuelto a casa?

- No... Beatriz, no saben nada del señorito desde ayer por la mañana - la tristeza dominando el hilo de voz que salió de los labios de Matilde.

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La joven rubia con el atuendo propio del servicio estaba apunto de aporrear la puerta principal de la casa de los Ordóñez-William cuando ésta se abrió de repente frente a ella.

Escalera 423Donde viven las historias. Descúbrelo ahora