Sol

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2010

Llegó el día del octavo cumpleaños de Chiara y Violeta estaba tan emocionada que parecía que fuera la cumpleañera. Se levantó temprano, aunque era sábado, porque su cuerpo no podía estar quieto con tanta expectación. Los fines de semana siempre eran sus días favoritos. No solo porque no tenía que ir al colegio y podía jugar todo el día, sino también porque era cuando sus padres podían quedarse con ella. Sus padres siempre trabajaban mucho, pero los sábados y domingos se quedaban en casa y a Violeta le encantaba pasar tiempo con ellos y con su abuela.

A pesar de ello, esta vez no pasaría tanto tiempo con ellos. Sin embargo, era por un motivo especial: ¡por primera vez dormiría en casa de su mejor amiga! Estaba ansiosa.

Corrió a la cocina en cuanto abrió los ojos y se encontró a su madre preparando algo que no sabía qué era, pero que olía delicioso.

-¡Buenos días, mamá! - sus piernecitas la guiaron para abrazar sus piernas.

- Buenos días, Vio - las largas uñas de su madre le acariciaron el pelo despeinado. - Veo que alguien está emocionada...

- Hoy es el cumpleaños de Chiara. La abuela me lleva a su casa. Tú también vas, ¿verdad, mamá?

La cara de su madre parecía menos cansada con la sonrisa que abrió al oír la invitación. Violeta estaba segura de que era la mujer más guapa del mundo. Su pelo castaño claro le llegaba hasta los hombros, sus ojos siempre sonreían aunque estuviera cansada y ¡tenía unas pestañas enormes! A Violeta le encantaba mirar la cara de su madre y admirar las largas pestañas que parecían bailar cada vez que parpadeaba. Sin duda, lo que más le gustaba del aspecto de su madre.

- Por supuesto, hija mía.

- ¡Entonces comamos pronto! Así llegaremos antes. - La apuró, lo que arrancó una carcajada de los labios de la mujer.

- La señora Oliver me ha dicho que la fiesta no empieza hasta más tarde...

Pero Violeta no escuchó. Estaba demasiado emocionada y no podía esperar. Quería ser la primera en llegar porque así podrían pasar aún más tiempo juntas.

Por desgracia, su madre tenía razón y la fiesta no empezaría hasta más tarde, así que su abuela no la dejó ir a casa de los Oliver antes de tiempo. Decía que era de mala educación o algo así.

— Violeta - la llamó su abuela en un tono más molesto, porque no se había callado desde entonces. Iba de un lado a otro, esperando a que pasara el tiempo. El reloj de la cocina debía de estar estropeado, porque las agujas tardaban mucho en moverse. - Solo podrás dormir en casa de Chiara si arreglas tu habitación.

Normalmente, habría refunfuñado, intentado convencerla de que su habitación ya estaba ordenada, pero no quería estar castigada y perderse la fiesta del pijama. La verdad era que no estaba tan desordenada. Lo único que tenía que hacer era ordenar la cama, porque las sábanas aún estaban revueltas de cuando se levantó, y guardar los juguetes que tenía desperdigados. Ni siquiera tenía tantos juguetes, al menos no tantos como Chiara, pero le llevó mucho tiempo porque no paraba de parar para jugar con algunos de ellos.

Organizarlo todo era una buena distracción y hacía que el tiempo pasara mucho más rápido. Su padre ya la había ayudado a preparar una mochila con las cosas que necesitaría para pasar la noche. Su madre la hizo cambiarse de ropa y peinarse y pronto todo estuvo listo. Cogió la bolsa con el regalo de la cumpleañera y no pudo dejar de sonreír. Estaba segura de que a la pequeña le gustaría. Ella misma lo había elegido.

Al final, Violeta fue a casa de los Oliver acompañada no solo por su abuela y su madre, sino también por su padre. Estaba contenta de pasar más tiempo con sus personas favoritas. Aunque vivían al final de la calle, los adultos habían prometido salir temprano solo porque ella quería llegar primero.

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