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2018

La puerta de la jaula figurada en la que Violeta estaba atrapada llevaba ya un año abierta y no había esperado seguir, sintiéndose así; frustrada. Lo cual era bastante ingenuo por su parte. Que conozcas la libertad no significa que vayas a salir volando inmediatamente. Y así es como se veía a sí misma en ese momento: un pajarito que estaba fuera de su jaula, pero que no podía usar sus alas. No porque estuvieran rotas o porque no supiera usarlas, sino porque no podía. Circunstancias mucho mayores que el pajarito le impedían volar.

Toda esta metaforización, de hecho, no era más que la forma poética que su mente desarrolló para hacer la situación un poco más agradable. La realidad era que las cámaras son muy caras y Violeta no tiene dinero para comprarlas. Frustrante cuanto menos. Se sentía irritada por cómo funcionaban las cosas y su ira se dirigía a muchos objetivos a la vez, desde las almas gemelas que quitaban la libertad a las personas, la sociedad que condenaba a los que querían seguir su propio camino e incluso el capitalismo que cobraba precios absurdos por todo.

Ahora que sabía que su libertad estaba en la fotografía, el proceso debería haber sido más fácil. Era natural que se sintiera tan estresada y desconcertada, ya que las cosas no habían salido como ella esperaba. Y sabía que no había nada más que pudiera hacerla sentir así. Al igual que Chiara, parecía haber nacido para las canchas y Martin para el escenario. Violeta sentía que su lugar estaba detrás de una cámara.

Lo tuvo aún más claro cuando empezó a ayudar de vez en cuando al señor Capdevila, un fotógrafo conocido de su abuela. Cuando después de la exposición le comentó con tanta pasión las fotos, ella se las presentó. Fue muy paciente al enseñarle a Violeta varias cosas, como a utilizar y ajustar una cámara profesional e incluso técnicas de iluminación. Estaba fascinada. Y aún le sorprendió más la generosa invitación a ayudarle en el estudio siempre que quisiera. Violeta no cobraba nada, así que solo podía ayudar a veces porque el señor Capdevila decía que no tenía dinero para contratar a una empleada, pero era mejor que nada.

Siempre que podía, me dejaba caer por allí para ayudar a hacer fotos de 3x4 para el carné de conducir de alguien o el documento escolar de un alumno. Incluso había ayudado a hacer una foto a un niño pequeño para hacer imanes de cumpleaños. No se le permitía revelar las fotos ella misma, pero el señor Capdevila siempre la dejaba ver el proceso.

Y aunque todas las fotos que había hecho siempre eran entre las cuatro paredes del estudio y con un fondo blanco y apagado, muy lejos de las fotografías que soñaba hacer de la naturaleza, del mundo y de las personas, no le importaba. Poder tener una cámara en las manos y registrar el momento (aunque solo fuera la apariencia de alguien) era suficientemente emocionante. Como si, cada vez que se disparaba el flash y captaba una escena, el pájaro que llevaba dentro consiguiera agitar las alas. Aún no lo suficiente como para alzar el vuelo, pero la buena sensación se apoderaba de ella igualmente.

Violeta intentaba entonces canalizar esos pequeños momentos en los que podía hacer fotos para que los sentimientos de frustración por las circunstancias no se apoderaran de ella. Esperaba que algún día pudiera tener su propia cámara y, tal vez, apuntarse a clases para aprender aún más sobre fotografía,

-¡Adiós, Violeta! - dijo el fotógrafo con un breve gesto de la mano. - Gracias por tu ayuda hoy.

Había aprovechado la mañana del sábado para visitar una vez más el estudio. No siempre podía venir todas las semanas, porque su trabajo en la heladería le quitaba mucho tiempo y, las más de las veces, tenía que hacer deberes del colegio.

- Gracias, señor Capde. Gracias por dejarme ayudar - dijo con la sonrisa más sincera que pudo esbozar. Estaba realmente agradecida por la oportunidad. - Espero poder volver la semana que viene.

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