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Violeta esperaba que tras descubrir que tenía un alma gemela y, sobre todo, quién era su alma gemela, las cosas cambiarían. La gente siempre hablaba tanto de que era un momento especial, un punto de inflexión en la vida de alguien, que ella se sorprendió un poco al darse cuenta de que no era exactamente así. Las cosas seguían igual, no se habían producido cambios repentinos.

Pequeñas adaptaciones, quizás.

Como el lunes por la mañana, al día siguiente del descubrimiento, cuando se reunieron para ir al colegio, como siempre hacían. Por un breve instante, mientras veía a Chiara caminar por la calle hacia ella, se vio inmersa un dilema interno. ¿Cómo debían saludarse? Por lo general, se limitaban a murmurar “buenos días”, soñolientas. A veces, rara vez, intercambiaban un abrazo si alguna de las dos lo consideraba necesario. Pero ambas formas parecían maneras tan distantes de tratar a su alma gemela. Más aún teniendo en cuenta que, el día anterior, habían pasado largos (y muy provechosos) minutos intercambiando saliva.

Sin embargo, no tuvo que torturarse con pensamientos. En cuanto estuvo lo bastante cerca, Chiara cerró el espacio que las separaba para que sus bocas pudieran sellar el saludo. Fue corto y rápido, pero suficiente para que Violeta pudiera corresponder a la presión de los labios con satisfacción.

- Buenos días.

- Buenos días, Kiki.

La cara de Chiara seguía hinchada por el sueño, el brillo de sus ojos oculto tras unos párpados que apenas permanecían abiertos, tapados por sus gafas negras. Y Violeta estaba segura de que ella no tenía un aspecto muy diferente, aunque el poco maquillaje que se había puesto por la mañana le había ayudado a disimular el cansancio de haberse levantado tan temprano. Pero ambas tenían pequeñas sonrisas tímidas que persistían en sus rostros. El día no podía empezar mejor.

Mejor aún cuando la más joven entrelazó sutilmente los dedos de su mano, no queriendo desperdiciar ni un minuto de contacto con su alma gemela.

Así que sí, pequeñas cosas como esa habían cambiado en su dinámica, pero ella estaba más que feliz de adaptarse a cada una de ellas. Quizás su sorpresa se debía principalmente a que siempre había asociado la palabra cambio con cosas malas. En su mente, el cambio era negativo, porque lo que estaba por venir siempre era desconocido; y lo desconocido da miedo.

Pero si la transformación de la que tanto hablaba la gente incluía que le dieran los buenos días todas las mañanas y poder recorrer de la mano el corto trayecto hasta el colegio, entonces no se quejaba. Por lo demás, todo seguía igual. Toques cariñosos aquí y allá, intercambios de miradas y sonrisas, esto había sido rutina durante todos estos años de amistad. Chiara le estaba enseñando que no tenía nada que temer.

Solo una cosa seguía asustando a Violeta.

Le asustaba tanto que lo pospuso durante toda una semana: contarle la noticia a su familia. Teniendo en cuenta lo fácil y agradable que fue decírselo a los Oliver, no debería haberse sentido tan preocupada, pero no pudo evitarlo. No era que temiera su reacción, después de todo, su madre había experimentado lo que era ser rechazada por su familia, así que esperaba que ella no actuara de la misma manera. Sin embargo, las almas gemelas eran un tema casi prohibido en su casa. Nadie hablaba de ello y a ella le apenaba ser la primera en mencionarlo. En el fondo, le parecía injusto que ella hubiera podido ver el mundo en su verdadero color durante tanto tiempo, mientras que sus padres y su abuela no habían tenido tanta suerte.

- Vio, ¿quieres que te acompañe a decírselo a tus padres? – le preguntó Chiara un día, sentadas en la plaza del barrio, a la hora de comer. Una al lado de la otra con sus manitas tocándose, disfrutando del momento y de la compañía mientras Kraka descansaba en los pies de la más pequeña.

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